Conocí a Hatton hace pocos días. Es el mayordomo de la familia Prothero en la novela El grupo, de la escritora estadounidense Mary McCarthy (1912-1989), una historia de 458 páginas que nos traslada al Nueva York de entreguerras.

Ese personaje, inglés, alto, de aspecto aristocrático, fumador de pipa y quien se parece al escritor Henry James es el centro de atención entre las páginas 185 y 201, en las cuales se exponen las 18 características principales de su servicio.

Lector de libros y periódicos. Cada día, en especial al final de la jornada, invierte tiempo en la lectura de los diarios a los que está suscrita la familia donde trabaja y los libros que él mismo selecciona en la Society Library. Un hombre culto que vela por su formación; estudioso y con deseos de aprender y entender.

Actúa oportunamente en las emergencias domésticas. Sabe qué hacer y cómo proceder en situaciones como la activación de una alarma de incendios; se apresura siempre a conducir a los Prothero y la servidumbre a un lugar seguro. Aporta serenidad y dominio de la situación.

Sumamente responsable. A tal grado que es visto como “el hombre de la casa”. Sentido de compromiso.

Encara los reveses. Perdió todos sus ahorros en el crac de la Bolsa de Nueva York (Gran Depresión), pero sigue luchando, esforzándose, poniéndole el pecho a las balas.

Dueño de un gran sentido de organización. De hecho, es quien se encarga de planificar las cenas de la señora y enviar las respectivas invitaciones. Además, administra las invitaciones que recibe la familia y canaliza las donaciones a fondos de beneficencia. Mantiene al caos alejado.

Proactivo. Asesora a las chicas de la casa en asuntos de vestimenta. Todo un experto en materia de combinación de colores y uso de artículos como chales, abanicos y joyas. El arte del buen gusto.

Se da a querer con la calidad de su servicio. “Todos en casa adoramos a Hatton”, les dice la señorita Mary a sus invitados.

Modesto. Cada vez que recibe un halago reacciona con sobriedad. Sabe mantener al ego y la vanidad en su lugar.

Mantiene la distancia. Hatton no es confianzudo con sus jefes, tiene los pies bien puestos sobre la tierra.

Consciente de su valor. Se estima a sí mismo, se aprecia, se valora. No se ningunea, boicotea o serrucha el piso. Sabe estimularse.

Siempre dispuesto a caminar la milla extra. Es capaz de asumir, por iniciativa propia y con excelente disposición, tareas que están escritas en el contrato de trabajo.

Es capaz de leer la mente del amo. Conoce tan bien a su señor que se anticipa a sus deseos, lo cual ve no como una diversión, sino como parte de su trabajo. Actúa no con base en sus gustos e intereses, sino enfocado en las necesidades de su “cliente”.

Aprovecha las oportunidades. No vive en su país natal, por lo que no deja pasar ninguna posibilidad de crecimiento y desarrollo. Para él en eso consiste la sabiduría.

Se mantiene al día con los temas de interés de sus “clientes”. Sabe de Bolsa, caballos, barcos, golfistas, bodas, genealogías de perros, etcétera.

Cuida los pequeños detalles. Por ejemplo, el respeto al saludar y la discreción al sonreír. Esto, en su opinión, marca la diferencia.

Prudente. Hatton se abstiene de opinar sobre temas que, aunque conozca o domine, considera poco oportuno, irrelevante o innecesario dar su punto de vista. Tiene el don de la continencia verbal.

Escueto. Cuando se le pregunta algo, responde con lo justo y necesario; no se enreda en sus palabras.

Astuto. Bajo esa imagen de hombre comedido hay una persona que sabe mover las fichas, servir a los otros al tiempo que vela calladamente por sus intereses.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación