Interrogantes que pueden contribuir a la respetuosa y constructiva interacción en el campo de las naturales y sanas discrepancias

José David Guevara Muñoz

“¿Estaré equivocado?” Esta mañana desperté con esa pregunta revoloteando en mi cabeza, chocando contra el techo y las paredes de mi mente. A partir de esa interrogante comenzaron a surgir, de manera espontánea, otras inquietudes en torno a la sana y civilizada convivencia en medio de las divergencias con que vemos y analizamos la realidad.

Casi de inmediato, abandoné la cama, encendí la computadora y empecé a escribir las preguntas que, como panal alborotado, me clavaban sus aguijones.

Las comparto tan y como fueron apareciendo:

-¿Estaré equivocado?
-¿Hago, realmente, mi mejor esfuerzo por comprender las ideas y opiniones del otro?
-¿Cuáles aspectos de la realidad estaré pasando por alto en mis análisis e interpretaciones?
-¿Actúo con auténtica humildad y apertura o como si fuera el dueño de la verdad?
-¿Qué predomina más en mí: la flexibilidad o la rigidez?
-¿Cuál es mi arma principal: la argumentación o el ataque personal?
-¿Me enfoco verdaderamente en el fondo de los temas o desvío la atención hacia asuntos irrelevantes?
-¿Discuto desde el deseo de aprender y comprender o desde el ego y la vanidad?


-¿Para qué debato: para aportar elementos necesarios o para tratar de ganar?
-¿Escucho con atención los razonamientos ajenos o simple y sencillamente finjo oír?
-¿Sigo y aplaudo a quienes piensan como yo e ignoro y ataco a aquellos que discrepan de mis puntos de vista?
-¿Quién dice que el mundo se aprecia mejor desde mi burbuja?
-¿Opino para que me aplaudan y me alcen en hombros o para sumar y construir en equipo?
-¿Qué me impide incorporar a mi pensamiento algunos elementos de otras formas de ver el mundo?
-¿Asumo las críticas a mis ideas como un ataque personal?
-¿Me limito a criticar o aporto posibles soluciones?


-¿Acaso estaré sobredimensionando los problemas?
-¿Seré un adicto a la queja?
-¿Con la misma vehemencia con que exijo respeto para mis opiniones, estimo y defiendo los criterios de otros?
-¿Quién dice que debatir es el arte de embutirle al otro mis principios, valores, ideas, criterios, certezas y gustos?
-¿Qué es lo que realmente me incomoda de esa perspectiva que no suscribo?
-¿Estaré tratando de ver y leer los hechos con lentes obsoletos, superados por la cambiante realidad?
-¿Será que me aferro a armar el rompecabezas de la realidad con piezas que ya no encajan?
-¿Estaré tratando de entender el mundo con fórmulas mágicas, recetarios académicos y manuales de instrucciones superados por los hechos?


-¿Veo a la persona que piensa diferente como alguien de quien puedo aprender o como un imbécil?
-¿Hace cuánto tiempo no limpio y abro las ventanas en la habitación de mis prejuicios?
-¿Cuándo fue la última vez que sacudí el ático de los resentimientos añejos?
-¿Será hora de fumigar la bodega de los odios?
-¿Cuán empañadas y llenas de telarañas estarán las ventanas de los sesgos?
-¿Estarán creciendo mi colección de dogmas, la antología de verdades “infalibles” y mi álbum de “¡esto es así y punto!”?
-¿Me desafían realmente los cambios o me asustan?
-¿Por qué tiene el mundo que funcionar como yo quiero?

¿Qué le parece si comparte aquí algunas otras preguntas que contribuyan a la sana y civilizada convivencia en medio de las divergencias con que vemos y analizamos la realidad? ¡Bienvenidos sus aportes!

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente