Abrir camino con empatía
MOSAICO HUMANO
(*) Por María Antonieta Chaverri Suárez
Reconozco que mi lugar como mujer es un sitio de privilegio.
Lo es porque mis abuelas fueron mujeres luchadoras y trabajadoras. Una en el campo y la casa con 10 hijos. La otra, distribuida entre las aulas, abriéndose camino en el pensamiento matemático e intelectual y formando a hombres y mujeres docentes, mientras velaba por su hogar.
De privilegio… porque mi madre siempre trabajó y no dejó de realizarse, ese era su deseo, y porque mi padre siempre le dijo “yo no te freno, vos tenés que realizarte andate a la gira…”. Y porque él siempre vio el trabajo como una forma de dignificación para hombres y mujeres, por lo que a mí tampoco me puso límites y yo no sentí nunca que alguno de ellos, padre y madre, tratara de influir en lo que yo debía ser.
De privilegio… porque mi esposo asume día con día su rol de padre y co-habitante de la casa, trabajando y dejando trabajar y educando para la igualdad.
De privilegio… porque he ido aprendiendo que se puede amar aún de las maneras menos convencionales, y amar de verdad, y desde ese amor siento apoyo constante y verdadero.
De privilegio… porque tuve grandes jefes varones que fueron mentores y maestros que nunca juzgaron mi emocionalidad, mi idealismo ni mis deseos profundos de ser madre y siempre me permitieron manifestar mis pensamientos con total franqueza y valoraron a mis aportes.
Como todas las personas, tengo sesgos y en el camino he reconocido que muchos de los míos son de privilegio. Antes no los veía, pero hoy los reconozco.
No que en mi familia todo haya sido perfecto y no hubiera brechas; no, hubo y hay muchas por cerrar, pero reconozco que he sido privilegiada.
Por mucho tiempo no lo supe y me parecían exageradas ciertas posiciones de mujeres y movimientos sociales. Hoy comprendo que los diferentes movimientos, en el tanto no estigmaticen ni denigren a nadie, son válidos porque no todas las historias son como la mía.
Los sesgos son atajos de la mente, pero reconocerlos es clave para tratar de gestionar nuestros pensamientos y acciones, lo cual toma tiempo.

“Soy repetidamente afortunada porque la vida me ha permitido recibir acompañamiento e inspiración de cientos de mujeres en la vida real”.
María Antonieta Chaverri Suárez, coach de liderazgo trascendente.
Pero, ¿qué viene después del reconocimiento para poder actuar en concordancia? Creo que viene la empatía.
Esa capacidad de ver que no todos y todas están en la misma posición que yo.
Es esa empatía la que ha hecho que miles de hombres en el mundo también reconozcan sus sesgos de privilegio por haber nacido hombres en sociedades diseñadas en gran medida por y para hombres. No es un tema de malos o buenos, es una realidad antropológica que se mezcla con las experiencias y realidades de cada quien.
Tal empatía es la que me llevó a emocionarme el pasado lunes 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, cada vez que escuché a mujeres que han salido adelante a pesar de todo y abren camino, así como a hombres que luchan por las mujeres. Es la empatía la que humedeció mis ojos mientras escuchaba historias de vida.
Es esa empatía la que hizo que me doliera el corazón al pensar en las mujeres que aún sufren mutilación genital, que no pueden hablar y creen que no pueden decidir, que son víctimas de violencia aún en sus círculos más íntimos, las que son vendidas o las que no tienen acceso al agua, la educación ni el trabajo remunerado.
Pero es también la empatía que hizo vibrar mi corazón al ver a hombres contando las historias de sus propios sesgos de privilegio, otros descubriendo una realidad que no eran capaces de ver y abriendo diálogos reales sobre lo que significa para la humanidad y el planeta que las mujeres tengan igualdad de oportunidades que por roles de género y estereotipos no han podido realizar.
Sigo siendo privilegiada porque estoy ahora en una posición para abrir camino y reconozco que eso también me sesga y me lleva a ser impaciente con otras personas. Sin embargo, tengo muy claro que el privilegio siempre implica responsabilidad para con quienes me rodean y para con quienes no tiene las mismas oportunidades que yo.
Y, como si fuera poco, soy repetidamente afortunada porque la vida me ha permitido recibir acompañamiento e inspiración de cientos de mujeres en la vida real, libros, arte. Mujeres adultas, jóvenes, niñas.
Mujeres en el campo, en zonas indígenas, en las aulas, en las calles, en plantas de producción, mujeres en política, en grandes empresas, en el servicio doméstico y en organizaciones de la sociedad civil. Mujeres sanas y las que luchan contra una enfermedad. Mujeres que crecieron como yo y aquellas, la mayoría, cuyos caminos ha sido mucho más duros.
Mujeres que sacan adelante a sus hijos e hijas, aquellas que han decidido no tenerlos, las que no pueden tenerlos o aquellas por amor han tenido que renunciar a ellos.
Estas fueron mis reflexiones desde la vulnerabilidad en un día en el que traté de asumir mi responsabilidad desde mi posición de privilegio. Porque para mí el 8 de marzo es un día para abrir camino con firmeza desde la empatía.

(*) María Antonieta Chaverri es Coach de liderazgo trascendente, formadora de mentores y asesora para empresas y organizaciones de diferentes sectores en temas como alineamiento estratégico, liderazgo, transformación cultural y diversidad e inclusión.