Esta reflexión está centrada en el amor hacia las personas y la forma en la que lo expresamos

Eugenia Rodríguez Ugalde

Cuando hablamos del amor humano, muchas veces nos remitimos al amor que se da en una relación de pareja, porque es la visión más cercana que nos muestran los medios de comunicación. También pensamos frecuentemente en el amor que entregan los padres y madres hacia sus hijos.

Todas las personas tenemos nuestro propio concepto de lo que es el amor y creemos interpretarlo y ejecutarlo de la mejor forma. Sin embargo, el amor llega a ser un término muy amplio, ambiguo y poco preciso, porque lo conceptualizamos partiendo de las relaciones vinculares que hemos tenido desde nuestros primeros años de vida.

El amor está presente en todas las relaciones sociales significativas que establecemos. Sin amor, las relaciones se convierten en los contactos que mantenemos con las otras personas y que proveen una comunicación fría y distante.

Esta reflexión está centrada en el amor hacia las personas y en la forma en la que lo expresamos, así como en los vínculos significativos que se crean para establecer relaciones respetuosas, empáticas y compasivas.

Cuando expresamos el amor desde nuestra perspectiva, muchas veces sentimos que lo damos todo, pero que no recibimos lo que esperamos, entonces nuestras expectativas amorosas se ven afectadas y sentimos infelicidad.

En otras ocasiones, hacemos un gran esfuerzo por complacer a la otra persona y esta quizá lo note, o tal vez no le dé la importancia que tienen los actos para quien se está entregando.

En muchas oportunidades queremos darle énfasis a la manera en la que se expresa el amor y ese llega a ser el factor al que se le concede más importancia dentro de la relación, pero la forma es tan variada como la cantidad de personas que existimos.

Entonces, ¿cómo expresar el amor de manera que la otra persona lo pueda recibir y atesorar, pueda disfrutarlo y sentirse amada, sin ser juzgada, reclamada o exigida?

Para amar a alguien partimos de nuestro amor propio. Primero me amo, luego puedo amar a las demás personas. Cuando me amo, me reconozco en mi plenitud, en mi intimidad, en mi historia, en mis anhelos y esperanzas, en mis conexiones con quienes decido amar. Luego soy capaz de reconocer lo mismo en la persona a la que me entrego y así busco la forma que considero más apropiada para expresar mi amor.

No hay amor sin compromiso, lealtad, cuidado y valoración propia para luego buscar poner en práctica lo mismo hacia la otra persona. El amor tiene implícita la comunicación abierta, la honestidad, el deseo, el interés, la motivación y la disposición, pero sobre todo la decisión.

Parafraseando al catedrático español José Miguel Molina, se puede decir que es normal mirar cómo en cualquier relación, alguna de las personas pretende cambiar a la otra en poco o en mucho, con la intención de convertirla en algo diferente de lo que es para que se acerque al concepto que se tiene del amor y para que actúe de una “manera correcta”. Esto sería equivalente a afirmar que lo que hay en esa persona es incorrecto o no está bien para mí.

Entonces, se da una especie de transacción para tratar de acomodar la relación a las expectativas de una persona, para que encaje, para que llene a alguien, para que satisfaga sus necesidades. Por lo general, este tipo de perspectivas llevan esa relación al fracaso o a la ruptura, porque cada una de las personas ve el vínculo desde su propia necesidad y perspectiva, sin buscar acercarse, entregarse o amar incondicionalmente a la otra persona.

Cuando se abre el corazón y existe un deseo genuino de conectarse con alguien, desde un acercamiento respetuoso, aceptando a la otra persona tal cual es, se refleja el amor en ambas direcciones y se construye una relación enriquecida y robusta.

Así, aunque existan grandes diferencias entre las personas, lo que las une y conecta de una manera significativa, trasciende los desacuerdos, incompatibilidades o desavenencias que puedan tener.

De esta forma, se da un acercamiento sin juicios, conociendo y aceptando la historia que cada ser humano trae y aporta a la relación, sin pensar que una persona es mejor que la otra. Esto se traduce en una relación equilibrada, empática, amorosa, compasiva y desinteresada, que trae bienestar a quienes mantienen vivo ese vínculo.

Este tipo de relación se centra en el valor de cada persona involucrada, en la riqueza de su forma de ser y en la suma que aporta a los demás desde su relación vincular.

Los reclamos, las expectativas de cambio, las exigencias, los prototipos de cómo debe ser alguien por su rol, género, edad y otras características o cómo debe expresar el amor para complacer a alguien que así lo espera, solamente agregan estrés y desánimo en la relación, porque una persona le hace sentir a la otra que nunca cumple las expectativas. Lo importante es el amor vivido y expresado, para que la otra persona se sienta amada, comprendida, apoyada, cuidada, acompañada.

Construyamos relaciones positivas y que sumen vínculos significativos, de manera que las personas puedan apoyarse en la otras, sabiendo que existe un amor que todo lo puede, todo lo quiere y todo lo alcanza y que en unidad podemos construir un mundo en el que sintamos que vale la pena amar y sentirse amado.

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Eugenia Rodríguez Ugalde es una profesional con formación académica en el campo de la psicología, psicopedagogía, administración educativa y pedagogía. Cuenta con más de 25 años de experiencia docente universitaria e investigación. Actualmente se desempeña como Vicerrectora de Bienestar Estudiantil y Extensión Universitaria en la Universidad Castro Carazo y es consultora nacional e internacional en temas educativos y de bienestar.