Por Alejandro Guevara Muñoz (*)

Los últimos 20 años tuve la bendición de trabajar en procesos de desarrollo, tanto en comunidades rurales como urbanas. Una labor y experiencia ricas y llenas de tantas lecciones de vida. 

Eso me dio la oportunidad, sobre todo con la güilada, de sentarme y escuchar sus historias tan llenas de sabiduría. Una güilada experta en hacer un resumen de la situación en su comunidad, con esa forma natural, sencilla y lúdica que tienen los niños de transmitir lo esencial. 

Nada ha logrado destronar ese bello regalo que nos dio la vida y que se llama conversar; una de las bendiciones más apreciadas. En medio del diálogo se fortalecen las relaciones, crecemos, profundizamos y escribimos bellos recuerdos en nuestras memorias. 

En esas aulas abiertas que son las comunidades, aprendí que para escuchar hay que callar. 

Hay en los adultos la tentación latente de querer llevar el ritmo, la verticalidad en los temas de los diálogos. Tal vez partimos creyendo que el adulto es el que sabe y por lo tanto el llamado a enseñar. Sin embargo, nos privamos de las mejores lecciones cada vez que no ejercitamos la capacidad de escuchar. 

Para ilustrar mejor el tema, deseo echar mano de algunas experiencias con la güilada en esas aulas abiertas en sus comunidades.

Aula abierta en San Luis de Dos Ríos de Upala

Una comunidad en las faldas del volcán Rincón de la Vieja y con vista al Lago de Nicaragua. Me senté en el borde de una grada ya que deseaba dialogar con un niño de unos escasos 10 años, el cual jugaba con un palito en la tierra.

–Hola, ¿cuál es tu nombre? 

–Felipe.

–¿A qué juegas? 

–A nada… ¿Usted quién es? -me preguntó sin levantar la mirada.

–Soy Alejandro. ¿Y estás en la escuela, en qué grado?

–Sí, pero no hay clases porque no hay gasolina para la planta eléctrica y no podemos ver las clases en el televisor -respondió.

–Felipe, ¿qué deseas para el futuro? (Clásica pregunta de adulto tratando de llevar al niño a las inquietudes de las personas de más edad. Quizá él quería que me callara para seguir jugando con el palito en la tierra).

Felipe levantó la mirada y preguntó: “¿Qué es eso, futuro?”

–Futuro es lo que uno desea para el mañana. (Según yo, dando clases para la vida).

El niño de 10 años volvió a levantar la mirada y me dijo: “Para mañana lo que yo quiero es desayunar”.

Aula abierta en la Escuela de Popoyuapa de Pizote de Upala

Este es un lugar en donde Jorge Debravo comparte poemas con Rubén Darío.

Debido a los efectos causados por el huracán Otto, se abrieron varios albergues en las escuelas de la zona afectada, para atender a personas de las comunidades aledañas, sobre todo aquellas que podían sufrir inundaciones por el desbordamiento del río El Niño. 

Ese día nos tocaba acompañar a la güilada del albergue en la escuela de Popoyuapa, en donde me correspondió preparar el espacio de recreación para las niñas y niños de 4, 5 y 6 años.

–Hola chicas y chicos, vamos a poner aquí en el corredor varios juegos, tucos, lápices de colores, bolas y otras cosas para pasar un lindo rato.

Sacamos un paquete de tucos para jugar y con un grupo de tres niños yo trataba de ir rompiendo el hielo y conversar de manera informal mientras entrábamos en confianza para jugar. 

Ya con los tucos en el suelo empezamos a armar distintas figuras. Los niños iniciaron sus construcciones de inmediato y en silencio. Me llamó la atención que Víctor, de unos 5 años, empezó a hacer una especie de torre.

–¿Qué estás haciendo Víctor? Ya sé, ¿un edificio de apartamentos?

–No, no es eso. Je je no sabe.

–Ya sé,  una torre del ICE para la señal del celular?

–Tampoco. No es eso.

–¿Entonces qué es, Víctor?

–Es una torre muy pero muy alta… 

Lo interrumpí y me adelanté: “¿Es para ver aviones?”

–Nooooooo. Es una torre para mi casa, para poder ver el río. Cuando el río crece mucho mucho hay que ir a sacar a abuelito y traerlo aquí a la escuela para que tenga comida. Mi abuelito se llama como yo, pero es muy viejito y yo lo quiero mucho. Es aquel que está allá debajo del árbol.

Dos niños, Felipe, de 10 años, y Víctor, de 5 año, me dieron dos lecciones magistrales en el aula abierta de sus comunidades. 

Del maestro Felipe: ¿Qué escuché de él? ¿Qué me dijeron sus silencios? ¿Qué no pregunté pero él me respondió? 

Del maestro Víctor: ¿Qué me pareció su definición de resiliencia? Mejor aún, ¿qué lugar ocupa el abuelo en mi vida? 

Ambos, mientras jugaban, aprendían… Ambos, mientras jugaban, me ponían al tanto de lo prioritario, de lo que habita en sus corazones.

Cada vez que yo callaba, podía escuchar; cada vez que callaba, aprendía.

(*) Alejandro Guevara Muñoz cuenta con más de 28 años de experiencia en temas de mercadeo, fundraising, desarrollo humano y comunitario, DDHH de la niñez, estrategia, sostenibilidad y Habilidades para la Vida. Ocupó, por catorce años, la Dirección Nacional en la ONG World Vision Costa Rica, la cual se convirtió en el 2017 en la primera oficina de América Latina y el Caribe 100% autosostenible, con un alcance de sus programas e impacto al 100% de la población menor de edad en CR.