Hay que cultivar el buen hábito de la lectura crítica de los títulos, pasar esas palabras por el colador de la rigurosidad, someterlas al fuego de la correspondencia entre lo que se ofrece y lo que se brinda

José David Guevara Muñoz

Comunicar no es utilizar el título (del texto, el audio o el video) como un señuelo de pesca, cuyo objetivo es seducir y engañar a los peces. No se vale hacerle trampa a la audiencia.

Lamentablemente, el uso de ese tipo de artimañas se ha vuelo cada vez más común en una era de contenidos digitales en la que muchos se guían por la idea de pescar clics y comentarios a como dé lugar, incluso pasando por encima de consideraciones éticas.

Conversé, hace pocas semanas, con un ejecutivo de una empresa de comunicación cuyo nombre me reservo, quien me ofreció sus servicios profesionales en el complejo arte de atraer lectores para los distintos contenidos editoriales que produzco.

“Una táctica que nos ha dado buenos resultados es la de escribir títulos que llamen poderosamente la atención, sin importar si reflejan verdaderamente lo que dicen las notas. La idea es atraer a los lectores con ganchos atractivos”, me explicó.

¡Vaya estrategia!, pensé mientras escuchaba esas palabras. Llámenme anticuado si quieren, pero en mi opinión (periodista con 36 años de experiencia), no se vale mentirle al público o “darle atolillo con el dedo” por medio de mentiras maquilladas o verdades a medias.

Es lo que muchos “comunicadores” hacen hoy día con títulos que insinúan algo que el contenido no brinda, preguntas interesantes que se quedan sin respuesta, frases entrecomilladas sacadas de contexto, datos sesgados con mala intención, cifras utilizadas sin ningún tipo de rigor y muchos otros etcéteras que juegan con la confianza y la credibilidad.


La periodista chilena Ruth Merino, quien trabaja en el periódico puertorriqueño El Nuevo Día, me dijo hace unos 30 años atrás que en periodismo “no hay nada más original que la realidad”.

Desde entonces, cada vez que descubro un título engañoso me digo que quien lo escribió posiblemente carece de originalidad (la cual no es sinónimo de engaño) y padece de miopía para ver la realidad, o bien es un profesional del descaro.

Personajes como esos abundan en tiempos de “gurús digitales” que proclaman a los cuatro vientos que contenido editorial de calidad es sinónimo de clics cosechados a como dé lugar.

Es por esa razón que hay que cultivar el buen hábito de la lectura crítica de los títulos, pasar esas palabras por el colador de la rigurosidad, someterlas al fuego de la correspondencia entre lo que se ofrece y lo que se brinda.

La buena comunicación es la que empieza por ofrecer títulos auténticos, que encuentran verdadero eco en los textos, audios o videos, no aquella cuyo encabezado es un camaleón que cambia de colores a lo largo del contenido.

Comunicar con base en la máxima de la periodista Ruth Merino (“no hay nada más original que la realidad”) es un acto de respeto a las audiencias.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente