Por Jorge Mora Alfaro (*)

En las sociedades democráticas, la política tiende a desenvolverse en un movimiento oscilante, orientado del diálogo a la confrontación entre diversos actores sociales, económicos y políticos. La existencia de intereses diversos, algunos de ellos antagónicos, en ciertas ocasiones conduce a la presencia de tensiones y crispaciones.

Esta situación sobreviene, sobre todo, en momentos de crisis o de obligatoria toma de decisiones fundamentales, sin llegar a una ruptura del orden constitucional, pero si de redefinición sustancial del rumbo por el cual avanzará la nación en su proceso de desarrollo y de los marcos jurídicos en los cuales se sustentará este.

Cada cambio en el patrón de acumulación y en el papel asignado al Estado y el mercado en esta reconfiguración, el cual será determinado por la correlación de fuerzas establecido en esos momentos críticos, agudiza las divergencias y las pugnas, más o menos profundas, según sea la naturaleza de la situación vivida en cada momento histórico específico.

Juego de suma cero

El conflicto es un componente esencial en las poliarquías; no es un elemento extraño o faccioso en su funcionamiento. En tanto existan intereses divergentes, concurrirán los conflictos sociales. Ahora bien, sólo su desbordamiento o el intento de la imposición como vencedor en un juego de suma cero, por parte de alguno de los actores en pugna, genera rupturas o confrontaciones insalvables. 

Se puede afirmar, guardando las precauciones debidas, el papel decisivo del diálogo para mantener la  estabilidad política y la cohesión social en las naciones democráticas. En Costa Rica, en el cumplimiento de esa función los partidos políticos desempeñaron en el pasado un papel crucial. Su composición heterogénea, les hizo ser, en si mismos, un espacio de encuentro entre grupos con intereses diversos, capaces de promover opciones de desarrollo en las cuales la distribución de los beneficios se promovía con relativa equidad.

Estas agrupaciones congregaban o mantenían relaciones permanentes con empresarios, sindicatos, organizaciones campesinas y los gremios de educadores y personal sanitario, así como con otros grupos representativos de los sectores medios de la sociedad.  La estabilidad y prolongada permanencia del régimen democrático costarricense, descansó en el proyecto de desarrollo incluyente compartido, con estiras y encoges, por  la mayor parte de los actores con una presencia destacada en la arena política, la sociedad y la cultura nacional.

Una sola dirección

El proceso paulatino de ruptura tiene lugar al producirse un desplazamiento gradual de los partidos y las instituciones en una sola dirección. La monocromía se convierte en un signo común compartido por las agrupaciones tradicionales y emergentes, incapaces de implantar un proyecto alternativo a las reinantes propuestas conservadoras. La acentuada transformación de las entidades partidarias en maquinarias electorales, cuyo objetivo primordial es el acceso al poder del Estado, desde cuyas estructuras comparten decisiones y orientaciones.

Se estrechan los canales partidarios e institucionales de representación para sectores plurales. El sincretismo de los proyectos políticos y la monocromía se extiende a medios de comunicación y otros centros generadores de opinión y pensamientos, originándose el abandono paulatino, pero sistemático, de los esfuerzos dirigidos a promover la inclusión, la cohesión y el bienestar social.

La modernización y dinamización de la economía, así como la exitosa diversificación productiva, se acompaña, de manera indisoluble, de una creciente polarización social y política. El aumento imparable de las desigualdades y la exclusión social, unido al deterioro en sus condiciones de vida entre sectores de las clases medias, han alimentado el malestar de la ciudadanía y el enfado con la política y los políticos. El sentimiento de ausencia de respuestas a sus demandas, unido a la percepción de privación y pérdida del sentido de pertenencia a una colectividad en la cual se reducen las oportunidades y se amplían las distancias sociales, se convierten en una fuente de desasosiego y de un enfado con múltiples manifestaciones, en espera de alguna circunstancia propicia para expresar descontento.

Es la hora del diálogo

La crisis surgida con la pandemia, cuyas consecuencias sanitarias, sociales y económicas alcanzan dimensiones lamentables, en medio de un ambiente colmado de incertidumbres, cuestionamientos y controversias, se convierte en la más clara y alarmante expresión del grado alcanzado por la desconfianza y el estado de menoscabo sufrido en los intentos por salir de este percance enfrentando dificultades, pero cohesionados y distribuyendo de manera equilibrada los costos de esta inesperada realidad.

En estas condiciones, el diálogo y la negociación entre actores, mediada por las autoridades políticas y sin exclusiones de ninguna naturaleza, es el único camino viable para compartir propuestas, limar rigideces, armonizar intereses y dar respuestas a quienes sufren los impactos más rigurosos de la crisis. Es, asimismo, la manera más apropiada de darle una salida democrática a esta angustiosa situación, sin dejar a nadie atrás, aportando según las posibilidades de cada quien y colocando como norte el bienestar de las mayorías y la cohesión social.

Costa Rica cambió, no es la misma de antes, ni volverá a esos tiempos pasados y sus  glorias pretéritas. La pandemia ofrece una oportunidad de construir una nación solidaria sobre bases firmes y con la participación de todos. El camino al futuro más próximo no se debe intentar construir a partir de quienes más fuerte hagan sonar sus voces, de quienes más acceso tengan a los centros de poder en donde se tomarán las decisiones, en suma, atendiendo a los intereses de una sola parte de la sociedad.

Es la hora del diálogo y la búsqueda de acuerdos. Es un momento en el cual resulta necesario colocar el interés general por encima de los intereses particulares, renunciando a la confrontación y a las tentaciones electorales o a los intentos de sacar provecho político de una coyuntura en donde debe prevalecer la unidad de propósitos. El diálogo ha demostrado ser un mecanismo apropiado para superar enfrentamientos, encauzar las energías dispersas y encontrar los entendimientos requeridos para institucionalizar conflictos y definir las rutas de una sociedad en donde seguiremos conviviendo todos.

(*) Jorge Mora Alfaro es sociólogo, ha sido investigador asociado de Flacso Costa Rica, sede académica de la que fue su director de julio de 2008 a julio de 2016. Fue rector, vicerrector académico y secretario general de la Universidad Nacional (UNA) y director del Posgrado Centroamericano en Sociología de la Universidad de Costa Rica (UCR). Cuenta con numerosas publicaciones sobre el desarrollo social, político y territorial nacional y sobre la educación superior en los ámbitos nacional y regional.