Muchas personas conocen al irlandés Bram Stoker como el autor de la más famosa novela sobre vampiros, Drácula, pero ¿cuántos asocian a ese autor con un cuento titulado El gigante invisible?

Se trata de un personaje literario que forma parte de los relatos El País Bajo el Ocaso, publicado en 1881, dieciséis años antes de que el mundo conociera la historia del célebre bebedor de sangre cuya imagen no se reflejaba en los espejos.

En cuanto al ser de tamaño descomunal, este causa terror y muerte en una sociedad que se había vuelto egoísta y codiciosa, y en la que había pocos habitantes que acumulaban mucha riqueza y muchas familias que vivían en la miseria.

La narración gira en torno a una joven llamada Zaya, único ser humano que logra detectar el gigantesco peligro que se cierne sobre la nación. Ella descubre, mientras observa el cielo desde una ventana de su buhardilla, una enorme silueta sombría que hacía lucir a la ciudad como un juguete.

De inmediato la muchacha alerta a sus paisanos sobre la amenaza que se acerca, pero la gente se burla de ella, no la toman en serio, la menosprecian y descalifican pues todos están convencidos de que los gigantes ya no existen.

Solo una persona le presta verdadera atención a Zaya: Knoal, un anciano sabio que vivía solo en una casa de piedra y que había advertido a sus vecinos una y otra vez sobre la vigencia de esos seres malignos.

Tampoco a él le creían. Knoal se alía con Zaya en una persistente pero infructuosa campaña tendiente a que los residentes de El País Bajo el Ocaso comprendieran la seriedad y gravedad del asunto.

“Tenían la capacidad de discernir los riesgos, pero habían hecho suyo el discurso de “los gigantes no existen”, “a nosotros no nos va a pasar nada malo”, “esos son puros cuentos”.

José David Guevara Muñoz, editor de Gente-diverGente

Lo único que ambos cosechaban eran carcajadas por parte de los incrédulos que pensaban que aquello no era más que un invento, la idea loca de una mente trastornada.

Algo así como las falsas advertencias del cuento infantil Pedro y el lobo, basado en una composición sinfónica del soviético Serguéi Prokófiev, o el enemigo imaginario del poema Esperando a los bárbaros, del griego Constantino Cavafis.

Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos la cruda realidad golpeó de lleno a quienes no habían cesado de divertirse y continuar con sus vidas como si nada pasara pues no eran capaces de ver el peligro.

¿No eran capaces? Rectifico: sí tenían la capacidad de discernir los riesgos, pero habían hecho suyo el discurso de “los gigantes no existen”, “a nosotros no nos va a pasar nada malo”, “esos son puros cuentos” y otros estribillos que mantenían lejos a los fantasmas y demonios que atentaban contra la egoísta y codiciosa felicidad.

Cuando por fin abrieron los ojos y se percataron de que el gigante invisible estaba entre ellos, ya era demasiado tarde para reaccionar. El jolgorio se transformó en desgracia y tragedia; ¡se acabó la fiesta a costas de Zaya y Knoal!

¿Habrá razones de peso para que a los costarricenses nos resulte familiar esta historia sobre el riesgo de negarnos a ver el peligro?

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente