¿Cuánto conocemos a quienes ofendemos en las redes sociales?
Si difícilmente conocemos las penas de nuestros vecinos, ¿cuánto menos sabemos las de las personas a las que mordemos e inyectamos nuestro veneno en las redes sociales?
La experiencia que viví ayer no tiene relación directa con las redes sociales, pero sí me hizo hacerme una pregunta: ¿Cuánto conocemos a las personas a las que a veces ofendemos a través de Facebook o Twitter?
Planteo la interrogante de manera más específica: ¿Qué tanto sabemos acerca de los problemas o situaciones difíciles que vive la gente sobre la cual descargamos nuestra furia, complejos, tensiones o frustraciones por medio de un comentario hiriente?
Les cuento el episodio que me hizo reflexionar al respecto…
Aprovechando la partida de las lluvias provocadas por el ciclón Eta y el arribo de los rayos solares, este domingo salí a caminar por el barrio.
Había dado muy pocos pasos cuando me topé con una vecina a quien le dije: “Buenos días, ¿cómo está?” La respuesta, acompañada de una sonrisa efusiva: “Bien, gracias”.
Seguí caminando y cuál fue mi sorpresa al descubrir, pocos minutos después, a la misma vecina sentada sobre una acera y llorando amargamente.
Dos señoras trataban de animarla. La abrazaban, le acariciaban la cabeza y le decían palabras dulces.
“Es que está pasando por un momento muy triste. Pobrecita, está sufriendo mucho”, me dijo una de las señoras.
Como hienas hambrientas
Ofrecí ir a casa por un vaso de agua para aquella mujer que se sentía desconsolada, pero ella dijo que lo único que quería era que la dejaran llorar sola.
Fue así como la encontré de nuevo un rato después. Estaba sentada, sola y llorando, contra la malla metálica de un pequeño parque de la urbanización.
Me habría gustado acercarme a ella, pero no quise irrespetar su deseo de llorar sola.
De nuevo en casa, encendí la computadora y eché un vistazo a algunas redes sociales. No tuve que esperar mucho tiempo antes de leer una cadena de insultos que un grupo de personas había escrito en contra de una mujer que tuvo e valor de expresar su punto de vista sobre Donald Trump.
Me pregunté: ¿Cuánto conocerán esos ofensores a la persona contra la cual se están ensañando como un grupo de hienas hambrientas? ¿Sabrán acaso si ella está atravesando un momento complejo de su vida? ¿Qué saben ellos del estado de ánimo de esa mujer que tiene todo el derecho a opinar? ¿Conocen sus vía crucis y calvarios personales? ¿Tendrán claro el daño emocional que pueden estarle causando o agravando con sus palabras llenas de odio?
Si difícilmente conocemos las penas de nuestros vecinos, ¿cuánto menos sabemos las de las personas a las que mordemos e inyectamos nuestro veneno en las redes sociales?
Fácil, muy fácil, y cobarde, destruir desde un teclado armados de vanidad, ego y arrogancia.
Me quedo, por eso, con la ejemplar y solidaria actitud de las dos señoras que acudieron a ayudar en vez de pisotear.
José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente
Es muy cierto lo que escribe. La empatia no siempre está a flor de piel. En estos tiempos mucha gente se cree dueña de la razón y no le importa hacer daño con comentarios horribles y sin conocimiento. Lo vimos con los comentarios que muchas personas hicieron a causa de los femicidios, sin importar el dolor de las familias.