Duele que los estudiantes no alcancen los objetivos establecidos. El educador se siente frustrado y decepcionado, especialmente cuando se ha invertido una gran cantidad de tiempo y esfuerzo en la preparación de las lecciones

Julian Cordero Arroyo

Es un hecho que la docencia puede ser una profesión muy gratificante y satisfactoria. A su vez, puede ser una tarea desafiante y dolorosa.

En palabras del educador y escritor estadounidense Parker J. Palmer, una persona inmersa en el ejercicio docente puede sentir dolor cuando se presentan al menos tres situaciones incómodas (o más): al lidiar con sus presuntos fracasos, al resolver conflictos en el aula, y al sentirse sin apoyo.

Después de todo, Arthur Schopenhauer, en su obra El mundo como voluntad y representación, planteaba que el dolor es una parte inevitable e intrínseca de la existencia humana, y por tanto la docencia no se escapa de estas vivencias.

Para lidiar y vencer al dolor, Schopenhauer propone que replanteemos nuestro quehacer como un arte. En consecuencia, podemos tomar esta premisa para tratar las laceraciones en nuestro ejercicio docente al concebirlo como un arte, y no una rutina o técnica.

En primera instancia, Palmer nos muestra que lidiar con los presuntos fracasos nos duele. En particular, este autor comenta que, cuando nuestros estudiantes no alcanzan los objetivos o las expectativas que hemos establecido, nos sentimos frustrados y decepcionados, especialmente cuando se ha invertido una gran cantidad de tiempo y esfuerzo en la preparación de las lecciones y en el apoyo a cada estudiante o grupo.

Para abordar esta situación, Schopenhauer nos invita a que lo veamos desde la óptica de un artista: una ver el acompañamiento del docente como una obra inacabada o por mejorar, donde en lugar de simplemente lamentarnos por el fracaso, reflexionemos sobre lo que salió mal, y plantearnos qué se podría haber hecho de manera diferente. De esta manera, el fracaso puede ser una oportunidad para mejorar y evitar los mismos errores en el futuro.

Por otra parte, Palmer expresa que resolver conflictos en el aula es desgastante.

En efecto: los docentes pueden encontrarse en situaciones donde tienen que lidiar con estudiantes que están teniendo dificultades para seguir las normas de convivencia y actividades evaluativas.


Lo anterior va en sintonía con el pensamiento de Schopenhauer, donde el conflicto entre las personas es inevitable, dado que cada individuo tiene su propia voluntad y deseos. En consecuencia, este filósofo nos propone que, de forma similar a cuando admiramos la obra de un artista, empaticemos y hallemos sentido a lo que percibimos en los demás pues cada persona es obra de arte, fruto de sus decisiones, bajo el concepto de “compasión”.

Por ejemplo, podemos optar por dialogar al acudir a mecanismos de resolución alterna de conflictos. A estos se les llama alternativos no porque se está pensando en la sustitución permanente de la normativa institucional, sino todo lo contrario, lo que se busca a través del RAC es el  difundir e institucionalizar otras formas de resolución de disputas cuando por el tipo de conflicto sea posible y conveniente.

Asimismo, Palmer plantea que hay dolor en el docente cuando este se siente sin apoyo por parte de otros colegas y personal administrativo de la institución.

Sentirse sin apoyo o solo no es del todo malo, y es natural que acontezca: Schopenhauer planteaba que, para el artista, la soledad le permite estar consigo mismo y reflexionar sobre la vida y sus experiencias.

Esta reflexión nos encamina a repensar la práctica docente más allá de la disciplinariedad y la rutina, donde el ejercicio de la docencia es un proceso creativo que nos permite conectarnos con la sabiduría de la humanidad y encontrar nuestra propia voz en el mundo.

Por lo tanto, necesitamos de experiencias en las que nos sintamos sin apoyo para detectar necesidades, construir nuevo conocimiento y buscar soluciones con otras personas de forma colaborativa.

En síntesis, bien lo resume Benjamín Franklin en su obra The Way to Wealth: “no hay ganancias sin sufrimientos”. No podemos solo quejarnos de que la docencia tiene sus desventuras y dolores. Debemos vernos como artistas del alma y la mente, donde cada docente acompaña a sus estudiantes a ampliar y construir su conocimiento, discernimiento y apreciación del mundo.

Al expandir nuestra comprensión contextual y del mundo (y de nosotros mismos), podemos encontrar un sentido más profundo y significativo en nuestro ejercicio docente y la vida misma, lo que nos permite lidiar más efectivamente con el dolor, sea en la cotidianidad u ocasionalmente. Como mencionaran las Escrituras:  “basta a cada día su afán”.

Referencias:
Palmer, P. J. (2017). The courage to teach: Exploring the inner landscape of a teacher’s life. San Francisco, CA: John Wiley & Sons.

Julian Cordero Arroyo cuenta con formación y experiencia en las áreas de enseñanza de la matemática, enseñanza del inglés, administración, e informática, a nivel de educación secundaria y universitaria. Es Gestor Pedagógico desde el Laboratorio de Aprendizaje de la Universidad Castro Carazo.