El 87
“Ese número nunca logró hacerme millonario; por más fe que tuve, por más esperanza, ni por más agüizotes que le puse, todo fue en vano. No más”.
Pedro Rafael Gutiérrez Doña
Durante más de dos años de mi vida caí en el engaño de jugar lotería, apostando parte del dinero que ganaba y soñando vanamente que en el próximo sorteo, sería millonario.
En ese entonces, mis escuálidas ganancias en el juego fueron por ‘terminación’ en 7; premios que nunca superaron los números de tres dígitos. Lejos de igualar lo que había gastado en la compra del número, solo pérdidas obtenía.
Las probabilidades matemáticas de ganar la lotería hoy en día son muy bajas y, desde ese punto de vista, no es bueno jugar porque seguramente va a perder su dinero –el que supongo-, se ha ganado con duro esfuerzo.
Para dar un ejemplo, las probabilidades de que usted se gane la lotería en el país son de 1 en 600.000 y en el mejor de los casos, si fuera el Gordo Navideño, las probabilidades pasarían a ser de 1 en 100.000, considerando que cada número tiene 100 series, por lo tanto hay un total de 10.000.000 de posibilidades.
En el caso de la lotería en Estados Unidos, llamada Powerball, el premio mayor es de $551.700.000 y las probabilidades serían de 1 en 302.500.000 ¡trescientos dos millones quinientos mil!
En los juegos de azar, el resultado de los premios es producto de la suerte y de la incertidumbre y que la teoría señala como ‘una combinación de circunstancias o de causas imprevisibles, no planeadas y sin propósito, que rodean un determinado acontecimiento que no responde a la relación de causa/efecto, ni a la intervención humana mucho menos a la divina’.
Vale señalar que hace poco en un sorteo transmitido en vivo por TV, la máquina de viento que agita las bolas como palomitas de maíz, sacó premiado el número mayor, dándole un alegrón de burro a los compradores porque luego de unos minutos, el número fue cancelado por un error en el procedimiento y luego sacaron otro.

Parte del filoso anzuelo que mordemos y que endulzamos para la compra del billete es la parte social, pero no aquella que es el resultado del trabajo duro y el esfuerzo diario para crecer y desarrollarnos como seres humanos, sino de la pírrica ayuda que prestan los administradores del mentado juego a los más necesitados. ¿Será que construyen un hospital algún día?
En un país como Costa Rica, con 5.100.000 habitantes, asumiendo que jugara la cuarta parte de la población (1.275.000), dudo que menos del 1% haya logrado ganarse ‘el gordo’, convirtiéndose la diferencia del total en perdedores soñolientos.
Platón, en su obra La República, consideraba los juegos de azar como una forma de corrupción moral. Para él eran una forma de apostar por el futuro, lo que era contrario a la idea de que el futuro es incierto.
Por su parte Séneca, en su obra Cartas a Lucilio, consideraba los juegos de azar como una forma de adicción que podían llevar a las personas a perder su dinero, su tiempo y su sentido de la responsabilidad.
Aristóteles, en su obra Ética a Nicómaco, tenía una visión más positiva de estos juegos. Para él, los juegos de azar podían ser una forma de entretenimiento y diversión, siempre y cuando se jugara con moderación.
Y luego de más de dos años de seguir en el intento, el 87 nunca logró hacerme millonario; por más fe que tuve, por más esperanza, ni por más agüizotes que le puse, todo fue en vano. Eso sí, hoy le puedo asegurar que si usted ahorrara todo el dinero que gasta jugando lotería, al final del año muchos de sus deseos se podrán cumplir de manera honrosa y totalmente segura.
En algún momento la Junta de Protección Social puso el último clavo al ataúd a mi deseo de seguir jugando, al informar que desde el año 1960 hasta el 2020 el numerito que jugué, ¡en 60 años! nunca asomó ni la nariz en los sorteos del premio mayor. No más.
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Pedro Rafael Gutiérrez Doña es periodista.