Lo que me recordaron tres recientes encuentros significativos… eso es lo que comparto en este artículo en el que ejerzo el derecho humano de mostrarme vulnerable

Primer encuentro significativo…

Lunes 9 de mayo del 2022. Después de una estimulante reunión de trabajo en San Rafael de Escazú, una mujer a la que había visto pocas veces y con quien nunca había conversado, ofrece darme un aventón hasta San José.

Durante el viaje, de unos veinte minutos, el río de la conversación fluye de manera natural y desemboca pronto en un tema relevante: esos momentos en que la vida se convierte en una ventana empañada que nos impide ver el presente con claridad.

El recorrido transcurre entre semáforos, señales de Alto y Ceda, puentes, pasos peatonales, motores que roncan y gritan, vallas publicitarias, aceras con árboles, perros y mendigos.

La plática, cargada de humanidad, finaliza con una dosis de esperanza.

Segundo encuentro significativo…

Viernes 20 de mayo. Me encuentro con una prima hermana en el local de Starbucks en Plaza Lincoln; ella disfruta de un té, en tanto que yo me deleito con un café. Acompañamos el diálogo con el dulce sabor de los recuerdos de algunos personajes entrañables de la familia.

Durante la cita, de unas tres horas, la brisa de la conversación corre de manera natural y sopla de pronto sobre un tema importante: esos días (semanas, meses…) en que la vida se transforma en un libro al que se le borran las palabras que nos infundían aliento.

El intercambio de experiencias, preguntas y reflexiones tiene lugar entre la algarabía del centro comercial, los apuros de algunos consumidores y la rutina de las escaleras eléctricas.

La tertulia, cargada de empatía, termina con una dosis de esperanza.

Tercer encuentro significativo…

Lunes 6 de junio. En algún rincón de Moravia coincido, durante la espera previa a una cita médica, con un viejo conocido al que no veía hacía por lo menos cuatro años. Nos saludamos con la alegría de quienes comparten muchas anécdotas.

Salimos a la acera para librarnos de las mascarillas, saborear dos paletas de coco y darle cuerda al papalote de las pláticas pendientes, el cual vuela de manera natural y se enrumba hacia un asunto vital: esas etapas en que la vida se convierte en un abejón que se golpea contra la pared.

El reencuentro prosigue en la casa del viejo conocido, en donde las palabras se mezclan con el canto del aguacero, los murmullos del coffe maker y las pisadas de dos perras amistosas.

La conversación, cargada de solidaridad, concluye con una dosis de esperanza.

¿Qué me hicieron ver estos tres encuentros?

Me recordaron que las personas nunca estamos solas en tiempos de turbulencia. Nos rodean, aunque de momento no lo veamos, seres humanos que también se encuentran frente a una ventana empañada.

¿Cuántos de esos rostros sonrientes que vemos cada día en Facebook y otras redes sociales luchan por leer un libro al que se le borraron las palabras que les infundían aliento y optimismo?, me pregunté.

Amigos, parientes, compañeros, vecinos… abejones que se lastiman al chocar contra diversos muros y paredes.

Tampoco estamos solos porque también nos rodean la solidaridad y la bondad de quienes brindan dosis de esperanza. Eso sí, hay que pedir ayuda, lanzar una bengala, dibujar un S.O.S. de humo.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista con 35 años de experiencia
Asesor en comunicación