¿Es realmente esa misión de la NASA la que desafía a la organización o estamos sobredimensionando una pequeña o mediana dificultad?

Años atrás tuve dos compañeras de trabajo habituadas a llamar “problema” a cualquier escollo que se presentara en el trabajo.

Con esa palabra se referían a contratiempos, por más pequeños y habituales que fueran, que se presentaban a diario.

En ese entonces yo, periodista, trabajaba en un periódico en el que -como suele ocurrir en este tipo de empresas- había que ajustar el tamaño de las fotos, la extensión de los títulos, el espacio de los gráficos y recortar o ampliar las notas.

No había semana en la que ambas diseñadoras no acudieran a mí para decirme “José David, tenemos un problema”. Al principio yo imaginaba que se trataba de alguna dificultad grande, pero pronto entendí que los tales “problemas” eran procedimientos absolutamente rutinarios y nada complicados.

Inconvenientes serios habrían sido, por ejemplo, que nos quedáramos de manera prolongada sin sistema editorial o conexión a Internet, o que algún virus dañara los estilos tipográficos o desapareciera las plantillas en las que se montaban los artículos y las notas.

Problemas de gran envergadura son los que enfrentan hoy día los medios de comunicación ante el embate de las tecnologías (y la falta de previsión): caída severa de los ingresos publicitarios, competencia desleal de las noticias falsas y pérdida de credibilidad debido al ejercicio -en algunos casos- de un periodismo complaciente con algunas fuentes o falto de rigurosidad.

Recordé a esas excompañeras el sábado pasado cuando vi, una vez más, la película Apolo 13, que transmitió el canal HBO XTREME. Fue dirigida por Ron Howard y estrenada el 30 de junio de 1995 con la actuación de Tom Hanks, Kevin Bacon y Ed Harris, entre otros actores.

Esa producción relata los problemas que enfrentó la fallida misión lunar del Apolo 13, que despegó desde el Centro espacial John F. Kennedy el 11 de abril de 1970 y cuyo alunizaje tuvo que abortarse debido al incendio que sufrió un tanque de oxígeno del módulo de servicio luego de dos días de vuelo. ¿El resultado? Pérdida de oxígenofalta de energía, una cabina fría y escasez de agua potable.

A partir de ese momento, los esfuerzos de la NASA se enfocaron en el desafío, enorme y lleno de escollos imprevistos, de hacer volver con vida a los tres astronautas (lo cual sucedió el 17 de abril): Jim Lovell, comandante; Jack Swigert, piloto del módulo de mando, y Fred Haise, piloto del módulo lunar.

Tripulantes y controladores de la misión se enfrentaron, en una carrera contrarreloj, a la necesidad de adaptar los filtros del módulo de mando para que el sistema de eliminación de dióxido de carbono funcionara en el módulo lunar a pesar de su diferente geometría. La improvisada solución impidió que los astronautas murieran o sufrieran profundas e irreversibles lesiones cerebrales.

¡Un problema de verdad, sin duda alguna! Una situación que dio pie a una famosa oración: “Houston, tenemos un problema”, con la que Jack Swigert alertó a la NASA sobre la explosión que produjo el incendio.

Ambos casos, el de mis excompañeras y el de los astronautas, me hacen pensar en una pregunta clave que deben hacerse todas las organizaciones cuando surge un contratiempo: ¿Es realmente Apolo 13 el que vuela en la empresa (organización, institución…) o estamos sobredimensionando una pequeña o mediana dificultad?

La interrogante es vital pues del tamaño que veamos los inconvenientes así va a ser la energía y recursos que destinemos a las posibles soluciones.

En toda organización, pública o privada, hay quienes suelen activar las alarmas de emergencia ante cualquier obstáculo, una alerta que se agradece cuando se trata de un asunto primordial pero que puede desenfocar y crear un ambiente de histeria absolutamente innecesario.

¿”Houston, tenemos un problema?” o “José David, tenemos un problema?”

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente