Este saber es un instrumento para comprender, interactuar e incidir mejor sobre el mundo, pero no es un criterio político, ético o moral, al menos no uno correcto

Jorge A. Rodríguez Soto

El cambio de gobierno en Costa Rica ha desatado numerosas discusiones y polémicas, respecto a las cuales considero que es demasiado pronto para pronunciarse. Pero entre todo lo que ha saltado a la vista hay un fenómeno que no deja de despertar mi interés: el llamado movimiento “pro-ciencia”, que se manifiesta ante las disposiciones gubernamentales sobre el uso de mascarilla y vacunas.

Aclaro que no me referiré a este tema, sino al movimiento social.

Como persona dedicada a la investigación científica encuentro sentimientos ambivalentes sobre ello.

Por un lado, considero positivo que se le dé importancia y visibilidad a la labor científica como instrumento para tomar mejores decisiones, pero por otro lado, me preocupa que se convierta a la ciencia en un ídolo. La ciencia en sí nunca puede ser más que una referencia, jamás debe ser una norma para tomar decisiones.

Por su propia esencia, el trabajo científico supone objetividad, describe fenómenos y sus dinámicas. Además, la ciencia practica el de omnibus dubitandum, es decir, dudando de todo.

Desde su primera característica, no puede ser implementada de manera normativa directamente en la toma de decisiones, solo como referencia.

La segunda característica implica que no hay verdades en la ciencia, lo que se acepta hoy debe ser continuamente cuestionado, eventualmente derribado y posteriormente reconstruido.

Personalmente, me preocupa observar movimientos sociales que promueven la implementación política totalmente científica, porque como científico sé que la ciencia no necesariamente es la respuesta correcta siempre.

Tal vez la mejor forma de ilustrar mi preocupación sea con un ejemplo. La ciencia es positivista, esto significa que válida los resultados verificables y replicables, también es empirista, esto quiere decir que se basa en la experiencia y observación. El conocimiento científico es aquel que partiendo de estos principios se articula mediante una metodología estructurada de manera científica.

Para ilustrar un poco mi preocupación, apliquemos estos principios para solucionar un problema sencillo de la vida cotidiana: ¿cuál es la manera más rápida de bajar del sexto piso? Me temo que la respuesta científica sería saltar por la ventana.

La respuesta es positivista, puede verificarse y replicarse, cualquiera que salte por la ventana del sexto piso en cualquier lugar y momento llegará abajo primero que alguien que utilice elevador o escaleras.

La solución también es empírica, puede efectuarse el experimento y observar, o padecer, los resultados. Y aquí yo me cuestiono: ¿quién en su sano juicio aplicaría la solución científica para bajar del sexto piso rápidamente?

La sátira puede ser exagerada, pero algo realista si se quiere recordar los experimentos implementados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial u otros casos análogos; todos siempre fueron científicos.

La ciencia es un instrumento para comprender, interactuar e incidir mejor sobre el mundo, pero no es un criterio político, ético o moral, al menos no uno correcto. Ni la ciencia debe ser religión, ni los científicos ser sacerdotes.

Aquí tampoco no se trata de condenar el uso de la ciencia en la toma de decisiones normativas, al contrario, puede favorecer la obtención de mejores resultados. Lo que no debe ser es ideología o dogma, el ser humano y la vida humana son más que el conocimiento, nunca deben supeditarse a la ciencia.

Abogo por una postura equilibrada, existen otras formas de conocimiento válidas, además de la ciencia, como espero haber logrado ilustrar con el ejemplo.

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Jorge A. Rodríguez Soto.
Economista e investigador científico independiente.
jorgeandresrodriguezsoto@gmail.com