Mujeres con delantal. Hombres con sombrero. Muchachas con botas de hule. Jóvenes con manos encallecidas

Me refiero a los hombres y mujeres de campo que viven en las faldas del volcán Poás y trabajan duro cada día para llevar el sustento a sus hogares.

El viernes pasado tuve la dicha y el privilegio de ser testigo, una vez más, de los esfuerzos y sacrificios que realizan esas familias campesinas.

Venden fresas, moras, uchuva, quesos, natilla, miel de abeja, mermeladas, pan casero, tamal asado, prestiños, maní, bizcochos, rosquillas, café, flores, artesanías y muchos productos más.

La mayor parte de los artículos son elaborados por ellos mismos, lo cual significa que detrás de las mercancías exhibidas en vitrinas, estantes, bateas, canastos, baldes y cámaras de refrigeración hay acumuladas muchas horas de trabajo.

En los puestos de venta -algunos improvisados; otros, sencillos, y unos cuantos muy coquetos- no se aprecian a simple vista las madrugadas dedicadas al ordeño, los días de siembra bajo aguaceros ni las muchas noches que el amasar y hornear le han robado tiempo al sueño.

Labriegos sencillos que reciben y atienden a los clientes con amabilidad, sencillez, autenticidad y calor humano.

En esos locales no escucha uno, al menos es mi experiencia reiterada, los habituales lamentos, quejas y chivos expiatorios que predominan en otros ambientes o escenarios de nuestro país.

Allí, en esos negocios familiares que no cierran ni en días feriados y en donde aún dan feria, predomina la gratitud hacia los consumidores que premian tanta lucha.

Esa gente no se rinde. Esa gente no se arruga. Esa gente tiene claro que la vida es dura.

Me gusta conversar con esas personas que saludan, dicen “con permiso”, “por favor”, “disculpe la molestia”, “muchas gracias”, “con mucho gusto” y “que Dios los acompañe”.

Además, da gusto observar los hábitos de aseo e higiene que reinan en los establecimientos y en esos hombres y mujeres. Todo y todos lucen limpios y frescos.

Pero la mayor limpieza es la que llevan por dentro. Almas puras que nos regalan miradas transparentes y sonrisas espontáneas.

Es una de las caras de Costa Rica que más disfruto y me llena de orgullo.

Mujeres con delantal. Hombres con sombrero. Muchachas con botas de hule. Jóvenes con manos encallecidas.

¡Benditas sean esa familias campesinas que no se dan por vencidas!

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente