(Quinta de una serie de 7 reflexiones sobre el valor de la divergencia)

Herodes el Grande, rey de Judea cuando nació Jesús, es un digno representante de la divergencia negativa en el uso del poder.

Dicho de otra manera, en lugar de usar la autoridad para orientar e inspirar, se valía de ella para intimidar y aplastar.

No era un líder que sumaba y multiplicaba, sino un déspota que dividía y restaba; se deshacía de todo aquel que discrepaba de sus criterios, antojos y caprichos.

Era un jefe nocivo y tóxico. Posiblemente lo acomplejaba el hecho de saber que, pese a sus aires de grandeza, era una marioneta del imperio romano; su poder llegaba hasta donde se lo permitiera el César.

A lo anterior hay que sumar el hecho de que las revueltas organizadas por disidentes eran frecuentes en su reino.

Y bueno, como suele ocurrir, tenía que lidiar también con intrigas palaciegas.

Herodes el Grande me recuerda aquel cuento del escritor italiano Italo Calvino (1923-1985), Un rey escucha, sobre un monarca que no abandona nunca el trono por temor a que se lo arrebaten.

Todo lo que tiene que hacer el soberano de ese relato, lo hace sentado y, como nunca se desplaza, se torna un maestro en el arte de aguzar el sentido del oído para captar e interpretar cada sonido y ruido del palacio con el objetivo de detectar y frenar a tiempo cualquier intento de insurrección.

Prueba de la paranoia que sufría Herodes el Grande es que se sintió amenazado cuando los magos de oriente llegaron a Jerusalén preguntando dónde había nacido el niño rey de los judíos.

Ese monarca le pidió a los magos que le avisaran cuando encontraran a ese bebé, pues -aseguró- él también quería ir a adorarlo (¡sí, claro!). Afortunadamente esos hombres de oriente fueron advertidos a tiempo sobre el peligro de regresar al palacio del rey de Judea y retornaron a su tierra por otro camino (según dice el evangelio de San Mateo).

Una vez que se percató de la burla de que había sido objeto, Herodes ordenó la matanza de todos los niños menores de dos años que vivían en Belén y sus alrededores.

Es lo que hacen los dirigentes negativos, tóxicos: dejarse llevar por la ira y el hígado, y, además, victimizarse para justificar sus actos de venganza. ¿Quién no conoce o ha tenido que lidiar con una autoridad o jefe de este tipo?

Herodes el Grande es una luz amarilla que se enciende en el semáforo de las congestionadas vías del poder, nos alerta sobre el peligro de un uso enfermizo de la autoridad y nos recuerda que ignorar esa señal tiene -tarde o temprano- graves consecuencias.

En fin, un personaje negativo que representa un tipo de liderazgo que los países, instituciones y organizaciones deberían erradicar en el contexto de la llamada “nueva normalidad”.

¡Necesitamos divergencias constructivas!

(Mañana: José y María)

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente