Todos actuamos mal a veces, pero esto no nos vuelve malos, nos torna humanos

Jorge A. Rodríguez Soto

El título de este artículo puede sonar algo paradójico. Aun así, expresa elocuentemente el mensaje que pretendo trasmitir. Nunca ha dejado de sorprenderme cómo muchas personas que conozco suelen sentirse malas, creen que son malas personas, pero encuentro en este acto la prueba irrefutable de lo contrario.

Alguien realmente malo no tendría la capacidad o consciencia para darse cuenta de que actúa mal. La maldad le sería tan natural y cotidiana que no requeriría consideración especial. El simple hecho de reconocer que se ha actuado mal implica, de por sí, una esencia lo suficientemente bondadosa como para descubrir los propios errores.

Es correcto, todos actuamos mal a veces, pero esto no nos vuelve malos, nos torna humanos.

Debemos descubrir y enfrentar nuestros errores, pero no martirizarnos por ellos, no es posible no equivocarse nunca.

Sin incomodidades no habría cambio, la insatisfacción es el motor del crecimiento y mejora, en todos los niveles sociales e individuales. Podemos perdonar y necesitamos asumir, como dijese Goethe (dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán): un buen hombre se disculpa por los errores de su pasado, pero un gran hombre los corrige.

Lo que encuentro al ver tantas personas sintiéndose malas en la sociedad actual es que el perdón que les es más difícil obtener es el propio. Eso no es más que una trampa del ego, que nos hace pensar que nuestro papel en las vidas de los demás es mayor a lo que en realidad es. Preferimos soportar autoflagelos constantes por nuestras faltas a reconocer humildemente nuestra limitada injerencia; esto es preocupante, el ego nos lleva a elegir el rol del héroe trágico antes que la felicidad, con tal de crear una ilusión de protagonismo.

Este tipo de falso remordimiento no es bueno a ninguna vida, pues tiene todos los problemas de una buena conciencia sin ninguna de sus ventajas. No permite avanzar y fija a las personas en sus tragedias y dramas personales, encerrándoles en bucles y profecías autocumplidas sin fin. No es más que un narcisismo que se enamora de historias, no de hechos o personas; quien vive así no puede amar o disfrutar la vida, solo la narrativa.

Hay bondad en sentirse mal, pues nos señala el rumbo por el cual avanzar en nuestro camino de desarrollo. Pero para poder llegar a descubrir estos caminos se debe abandonar la falsa consciencia moral narcisista y enfrentarnos a nosotros mismos.

Primero debemos saber qué somos, antes de poder elegir qué queremos ser. Poniendo énfasis en la palabra “saber”, no un “conocer”, allí entra la importancia del sentirse mal o bien; no es un asunto de lo que la narrativa, sociedad o conocimiento nos diga que está bien o mal, sino de nuestra propia esencia y sentir. El desarrollo personal debe estar enfocado en nosotros, no en un personaje social o ideal.

Podemos ser felices, solo debemos enfrentarnos, perdonarnos y amarnos a nosotros mismos.

Aunque suene sencillo, suele ser un camino difícil, es fácil perder el rumbo, y pocos toman la decisión de emprenderlo de manera honesta. Pero es la forma de lograr vivir auténticamente.

Se puede hacer mucho por ayudar a otros, pero la única persona a la que podemos, verdaderamente, salvar es a nosotros mismos.

Jorge A. Rodríguez Soto.
Investigador científico, economista y escritor independiente.
jorgeandresrodriguezsoto@gmail.com