Debemos evaluar las preguntas que utilizamos como lente al examinar el mundo; y cuestionarnos si nos darán una mejor vida, en vez de si nos darán mejores resultados

Por Jorge A. Rodríguez Soto

El ser humano ha de ser comprendido como un ser completo y total, es decir, con dimensiones individuales y sociales estrechamente interrelacionadas. Ambas dimensiones se encuentran en continuo proceso de evolución e interacción. En la práctica resultan indistinguibles, y por ello un desarrollo humano adecuado requiere de estímulos en ambas direcciones.

Las personas suelen actuar sobre la problematización, planteando y planteándose interrogantes a partir de las cuales definen sus comportamientos. Las interrogantes resultan tan obvias y cotidianas que difícilmente son cuestionadas en sí, y no se ve la importancia de hacerlo para mejorar nuestra calidad de vida. Reflexionamos sobre preguntas, cuando tomamos decisiones importantes lo hacemos sobre preguntas, y muchas veces guiamos nuestro curso de acción en base a preguntas. Pero: ¿qué nos estamos preguntando?

Las preguntas son intrínsecas a nuestra cognición, pero la forma concreta que adopten esas preguntas no. En el transcurso de la vida y la interacción aprendemos a hacer ciertas preguntas específicas que dirigen nuestra forma de pensar. Y esta forma de pensar y preguntar determinará, incluso, qué percibimos conscientemente o no, a qué damos importancia, en cierta medida nuestro sentir y sensación de sentido.

Esto puede notarse en la notable crisis de sentido que asedia a la sociedad moderna. El sistema social en que vivimos da un tremendo énfasis a la eficiencia, a la productividad, al producir. En un sistema estructurado en la racionalidad económica la vida se orienta a resultados.

“Pensar en términos de para qué implica pensar en términos funcionales, volviendo la vida un asunto instrumental. La vida se vuelve producción y consumo”.

Jorge A. Rodríguez Soto, economista

Las personas orientan su existencia hacia resultados, y aprenden a realizar preguntas en consecuencia. En la cognición de muchas personas prima la pregunta ¿para qué? Se plantea de muchas formas distintas, pero prima la orientación funcional: ¿Para qué hacer tal o cual cosa? ¿Para qué leer esto o aquello? ¿Para qué ir a aquel lugar? Este tipo de preguntas, si bien son necesarias, desorientan las nociones de sentido y primacía en la vida humana. Crean seres con una orientación funcional-hedonística enfocada en resultados concretos… pero sin sentido.

Pensar en términos de para qué implica pensar en términos funcionales, volviendo la vida un asunto instrumental. Quien guía su vida pensando así vive para algo, para cumplir funciones y obtener resultados. Viviendo así es posible obtener resultados positivos, pero usualmente se trata de éxitos que se saborean poco, ya que se debe ser eficiente y comenzar a perseguir alguna otra cosa. La vida se vuelve producción y consumo.

Este cambio se presenta en muchos ámbitos, pasando desapercibido al ocultarse a simple vista. En cosas tan sutiles como en el cambio de la palabra trabajo por empleo, que denota abiertamente la instrumentación humana. También la insatisfacción de muchos con el estudio y el aprendizaje, donde las personas se vuelven receptores pasivos y no agentes activos. Todo se hace con un fin, y por lo tanto todo se vuelve un vulgar medio para ese fin, dejando a innumerables personas con una sensación vacío y carencia de sentido, pero con resultados tangibles.

El problema es profundo, pero es crucial abordarlo en busca de una mejor vida. Debemos evaluar las preguntas que utilizamos como lente al examinar el mundo; y cuestionarnos si nos darán una mejor vida, en vez de si nos darán mejores resultados. Si queremos una vida plena y llena de sentido debemos rescatar el ¿por qué?

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Jorge A. Rodríguez Soto es economista e investigador científico independiente. E-mail: jorgeandresrodriguezsoto@gmail.com