La virtualidad en tiempos de pandemia obliga a explorar otros medios para estimar los conocimientos, aptitudes y rendimiento de los alumnos; métodos en los que los estudiantes se evalúen entre sí, o bien así mismos

Por Karen Acuña Picado

El día a día nos ha dado más de una oportunidad para adaptarnos a lo que consideramos “nuevo” dependiendo del contexto en el que estemos como consecuencia de la pandemia.

Por ejemplo, quienes pasaron de la presencia física a la virtual en su trabajo, optaron por traer consigo objetos como fotografías y plantas que hacen su espacio en el hogar más agradable y familiar. En el caso de algunos y algunas docentes, esto fue una cartuchera con marcadores de pizarra y el borrador, pese a que ya no son de gran utilidad.

Sin embargo, desde una perspectiva docente, aún meses después desde el inicio de la pandemia por Covid-19, hemos insistido en mantener la experiencia que teníamos en las aulas y, en particular, las experiencias de evaluación a pesar de que algunas ya no son idóneas para los estudiantes.

La evaluación, entendida como un proceso de comunicación continuo e integral, y no solo como un momento puntual en un cronograma, ha estado también presente en los procesos de aprendizaje en modalidad virtual y ha sido una de las áreas que más cambios ha tenido que asumir. Ha habido nuevas concepciones que han repensado su aplicación y experimentación. Sin embargo, aún existen oportunidades de mejora que integrar en este u otros procesos de aprendizaje.

Un ejemplo familiar de evaluación es el uso de una prueba escrita para comprobar el aprendizaje de una persona por medio de una calificación. En el contexto actual, esta actividad se ha desvirtuado porque su naturaleza implica ciertas condiciones que ahora no se pueden cumplir. La prueba escrita, como la conocemos, esencialmente requiere que las personas memoricen información para poderla trasladar al examen, idealmente de forma individual.

En ese sentido, pensemos en el siguiente escenario: un estudiante desde su hogar, con una computadora o celular en la mano completando el examen.

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La reacción esperada de una persona al no saber la respuesta a una pregunta, sabiendo que de esta depende su calificación y eventual aprobación de una materia, es buscar la respuesta, ya sea con sus familiares, o bien en internet. Por lo que irónicamente, la prueba escrita se convierte en el medio donde la persona evidencia nada más que su habilidad de indagación.

Además de la realidad descrita, lo preocupante es la continuidad de dicha práctica en la virtualidad, a pesar de la existencia y conocimiento de otras actividades evaluativas. Entre ellas, se puede mencionar la elaboración de proyectos que requiere que los y las estudiantes se reúnan por medio de videollamadas para construir en conjunto, colaborando entre sí para aprender de otros junto al acompañamiento y realimentación que los docentes pueden, y deben brindar.

Esta alternativa, se fortalece si se construyen escalas de valoración, listas de cotejo o rúbricas, entre otras, con criterios elaborados incluso por los mismos estudiantes. Estas personas, pueden brindar información respecto a las dinámicas de colaboración y construcción que realizan en sus hogares cuando dedican tiempo a este tipo labores académicas.

Es decir, estos instrumentos de evaluación serán los responsables de contarnos qué sucede “tras bambalinas”, debido a que ahora esa posibilidad de observación del docente para conocer que realiza o no un estudiante, es difícil de replicar en la virtualidad.

Para que esto suceda es necesario que empujemos a los participantes a asumir una responsabilidad activa en su aprendizaje. Para ello, los y las docentes deben cambiar su rol de observador para crear puentes de confianza en el que los estudiantes se evalúen entre sí, o bien así mismos. De esta forma, el estudiantado elevaría el nivel de conciencia respecto a las acciones que realizan a favor del propósito de aprendizaje planteado por su docente.

Así, aunque es necesario recrear una experiencia similar a la que antes nos hacía sentir seguros de nuestro desempeño, no debemos asumir que lo conocido es lo ideal, sino por el contrario, debemos confiar en el aprendizaje que podemos construir si dejamos trascender las nuevas posibilidades que una mirada flexible nos brinda.

Karen Acuña Picado es una profesional que cuenta con formación y experiencia en las áreas de preescolar, enseñanza del inglés, administración educativa y currículo. Actualmente, se desempeña como Gestora Pedagógica desde el Laboratorio de Aprendizaje de la Universidad Castro Carazo.