¿Será posible que las arrugas y las canas lleven las de perder ante la madre tecnología?

Lo primero que me conmovió ayer fue observar el gesto de dolor que se dibujaba en su rostro cada vez que levantaba uno de sus pies para caminar mientras arrastraba el otro. De hecho, me percaté de su llegada al mismo centro médico donde yo aguardaba a ser atendido debido al sonido que producía la suela que no perdía contacto con el piso.

Avanzaba lentamente asida a uno de los brazos de un hijo de unos treinta y cinco años, quien se desentendió de su madre en cuanto se sentaron en la sala de espera: lo engulló la pantalla del teléfono celular.

Música, juegos, chistes, mensajes escritos y alguna que otra llamada absorbieron la atención de aquel hombre que en ningún momento conversó con la anciana. El acompañante desapareció en el pozo tecnológico.

Me dolió ver la soledad de esa señora en un momento en el que las personas mayores merecen aún más presencia activa, cuidado y aliento.

El hijo sonreía, reía y desplazaba sus dedos continuamente sobre la pantalla del aparato.

De repente, una enfermera llamó a la anciana a uno de los consultorios. Dejaron la puerta abierta, por lo que era fácil escuchar la conversación.

La voz de la paciente apenas se escuchaba, no pasaba de ser un susurro, por lo que la enfermera le preguntó al hijo cuál era el motivo de la cita que tenía su madre ese día.

“No sé. La verdad, no tengo idea, pero déjeme llamar a una hermana para preguntarle”. Claro, esa información no se encuentra en Google…

Llamada telefónica con parlante activado:

-Aló.
-Mirá, pregunta la enfermera que para qué es la cita de mamá.
-¿Cuál cita?
-La de hoy, estoy aquí con ella mientras la pesan y le toman la presión. ¿Para qué es esta cita?
-¡No sé guevón! ¿Qué voy a saber yo?
-Regalame entonces el teléfono de… para ver si ella sabe.

-Aló.
-Hola. ¿Vos sabés para qué traje a mamá a la cita médica que tiene hoy?
-No, ¿por qué?
-Es que la enfermera me está preguntando y no sé qué decirle. Le pregunté a …, pero tampoco sabe.
-¡Qué va a saber esa idiota! Por eso me cae en una teta y me rebota en la otra.

Sentí una profunda tristeza por esa abuela.

Madre e hijo salieron del consultorio de las preguntas sin responder y se sentaron de nuevo en la sala de espera.

Una vez más el teléfono le ganó la partida a la anciana, a quien quizá le iría mejor en esta vida si se pareciera a un gadget o si tuviera el timbre de voz de un smartphone; ¿será posible que las arrugas y las canas lleven las de perder ante la madre tecnología?

Al cabo de unos minutos llamaron a la señora de otro consultorio. Esta vez cerraron la puerta, por lo que afortunadamente no tuve que oír un sonido más triste que el de un pie que se arrastra.

Me dolió ver a esa anciana. Aún me duele.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación