Tengo en mente, en primer lugar, a El principito escrito y dibujado por el aviador y escritor francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), personaje literario que nos recuerda algunas características de los seres humanos, como la vanidad, el abuso del poder, los círculos viciosos, las acciones irracionales y la incapacidad de ver más allá de lo que tenemos a simple vista.

Al parecer, el protagonista de esa historia corta publicada por primera vez en abril de 1943 provenía del Asteroide B-612, “un planeta apenas más grande que él”.

Un “hombrecito”, a final de cuentas, que deja al desnudo actitudes, motivaciones y comportamientos de adultos, pero también alguien capaz de mostrarse vulnerable, pues llora, teme, duda, sufre, experimenta la nostalgia y se atormenta con culpas y pensamientos.

En segundo lugar, tengo en mente al príncipe Enrique, duque de Sussex, el menor de los hijos de Carlos, príncipe de Gales, y Diana, princesa de Gales; el nieto de la reina Isabel II y Felipe de Edimburgo. Algo así como un principito -en este caso, real- a pesar de sus 36 años.

Hace pocos días encendió el enojo de algunos ciudadanos de los Estados Unidos (país en el que vive con su esposa Meghan de Sussex tras renunciar a sus deberes reales) al criticar la Primera Enmienda de la Constitución Política de esa nación.

Se trata de un Derecho adoptado en principio el 15 de diciembre de 1791 y que se aplica a las leyes estatales desde 1925. Establece las libertades de religión, expresión, prensa, reunión y de presentar peticiones al gobierno.

Pues bien, con sus críticas a la Primera Enmienda, a la que calificó de “locura”, el príncipe Enrique se ganó el repudio de ciudadanos y figuras públicas estadounidenses. Entre ellas, el senador republicano Ted Cruz.

“Defiendo a capa y espada la libertad de expresión cuando soy yo quien lanza críticas sobre el tema que sea, pero exijo respeto y me muestro ofendido cuando otros cuestionan mis ideas, creencias y gustos”.

Entonces, me pregunto, ¿qué pasó con la libertad de expresión que establece la Carta de Derechos? ¿Por qué tanta ira en contra de alguien que expresa una opinión? ¿Acaso la molestia de los indignados, muchos de los cuales invitan al príncipe a irse de EE. UU., no resulta más ofensiva para la Primera Enmienda que las declaraciones de Enrique?

Además, estamos hablando de un país que un día sí y otro también se inmiscuye en asuntos de otras naciones y que en múltiples ocasiones ha actuado de manera unilateral como fiscal, juez y verdugo del mundo por encima de una institucionalidad internacional que se ha forjado con esfuerzo y sacrificio después de la II Guerra Mundial.

¿Entonces?

Me parece que el caso de este principito británico desnuda otro rasgo de la condición humana: defender a capa y espada la libertad de expresión (consagrada también en La Declaración Universal de Derechos Humanos) cuando soy yo quien lanza críticas sobre el tema que sea, pero exigir respeto y mostrarme ofendido cuando otros cuestionan mis ideas, creencias y gustos. Somos seres inconsistentes.

Ejemplo de esa endeblez fue lo ocurrido en Costa Rica entre los feligreses de dos grupos religiosos durante la pasada campaña electoral: risas y aplausos ante los chistes y comentarios que se burlaban de algunas prácticas de uno de los bandos, pero indignación y consternación cuando se ponían en tela de duda mis ritos o convicciones. Incoherencias en ambas aceras.

Algo similar sucede, en especial en las redes sociales, cuando abordamos otros temas controversiales. Como nos molesta que alguien piense diferente, confronte mis posiciones, ponga en entredicho mis convicciones, se resista a dejarse uniformar el pensamiento y vea la realidad con otros ojos, lo señalamos, atacamos y discriminamos.

No soy admirador ni devoto de coronas y realezas, pero sí celebro la existencia de principitos que contribuyan de alguna u otra manera a desnudar la contradictoria condición humana.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente