Entre más ruin y despiadado sea el ataque, más puntos se obtienen. Puntaje doble para aquellos que hieran y humillen a los herejes. Puntaje triple para los participantes que manipulen la retórica para justificar la bajeza

Practicar este juego es sumamente difícil; mucho más lo es ganar.

El alto nivel de complejidad se encuentra en el hecho de que hay que hacer algo que a nadie le gusta: estar atento a que alguien publique en las redes sociales un comentario, opinión, meme, video o noticia con la que no estemos de acuerdo y, acto seguido, proceder a atacarlo con furia hasta que renuncie a la irreverente osadía de profesar otro punto de vista.

Si aún viviéramos en la Edad Media, este entretenido y edificante pasatiempo podría llamarse Santa Inquisición versus herejes, y consistiría en cazar brujas, apóstatas y blasfemos, para luego condenarlos a la hoguera por incurrir en el pecado imperdonable de ir contracorriente.

Pero afortunadamente ya superamos esa lamentable etapa de la intolerancia y hoy día es sumamente difícil encontrar a alguien que se enoje y ensañe contra quienes piensan diferente.

En esto radica, precisamente, la gracia de este pasatiempo, pues los jugadores -personas civilizadas sumamente respetuosas de los criterios y gustos ajenos- tienen que acometer un esfuerzo sobrehumano para interpretar el papel de juez supremo impecable e implacable.

Diversión asegurada, ¿verdad que sí?

Según las reglas, para ganar no basta con reducir a cenizas a la mayor cantidad de impíos, sino que además se debe insultar, denigrar y descalificar a los enemigos; es decir, a quienes integran el bando de “los malos”.

Entre más ruin y despiadado sea el ataque, más puntos se obtienen. Puntaje doble para aquellos que hieran y humillen a los herejes. Puntaje triple para los participantes que manipulen la retórica para justificar la bajeza.

¿Quién queda descalificado? Obviamente el competidor que se muestre débil con el contrincante; por ejemplo, pretender escuchar con atención al enemigo para tratar de entender su visión de la realidad, estar dispuesto a perdonarle algún error o ceder a la tentación del debate respetuoso y el trato cortés, educado y elegante.

Está claro que en este juego están terminantemente prohibidos los argumentos, análisis, interpretaciones y evidencias. Lo que vale es la bilis, la cólera, la aspereza, el grado de amargura y resentimiento, el desprecio y la sinrazón.

Por más que trato de pensar en algún costarricense que quiera sumarse a este entretenimiento, no logro imaginar a nadie. Es que somos tan civilizados…

En fin, ¡que comiencen los juegos del odio y que la suerte esté siempre de vuestra parte!

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente