Esta novela es un ejercicio de revisión sobre las ideas hechas que tenemos de nuestra historia, o simplemente de la amnesia que tenemos sobre ella

Por Albino Chacón (*)

El año de la ira, novela del escritor costarricense Carlos Cortés, salió a la luz recién en noviembre del 2019, muy poco antes de este 2020 que tiene al país con tanta ira, pero además también con fastidio, decepción, desesperanza y pesimismo. Es desde este 2020, y dentro de esa atmósfera enrarecida que nos rodea, que leemos la novela de Carlos, la cual nos habla de acontecimientos sucedidos hace justo 101 años.

Y como bien sabemos, una novela, con todo lo de fresco histórico que contiene, no solo se lee ubicándonos en ese momento en que suceden los acontecimientos narrados, con ese poder de viaje en el tiempo que la literatura posee llevándonos al escenario mismo donde esos hechos sucedieron. También leemos en ella los tiempos que vivimos, en una especie de lectura espejo.

En esa especie de ubicuidad en que se ubica, el lector lee desde el momento presente en que se encuentra y está, por tanto, simultáneamente, en ambos escenarios: en su presente, el de la lectura, y en el presente -ya hecho historia- del escenario de los hechos narrados.

Agreguemos también, para el caso que nos ocupa, otra dimensión: el lector está en otro espacio/tiempo, acompañando al escritor en el proceso mismo de escritura, sobre todo porque Carlos Cortés nos hace evidentes su proceso de investigación para la escritura de la novela, los avatares, las circunstancias, los detalles, las dudas mismas, como parte del tejido mismo de la novela.

Parece oportuno que tengamos muy presente lo que yo llamaría la hechura, la naturaleza transgenérica de la novela. A este respecto, de entrada, esta se nos presenta en su carácter dramático, lo que Carlos mismo sugiere cuando el texto empieza, como en una obra teatral, señalando por su nombre a cada uno de los “Dramatis Personae” que poblarán el drama, los protagonistas de la escenificación que va a desarrollarse ante nuestros ojos, e indicando el papel que cada uno de ellos va a desempeñar, ante el enigma por desentrañar: encontrar una respuesta a la pregunta básica que ondea sobre todo el proyecto de escritura de la novela: ¿Quién mató en 1919 a Joaquín Tinoco?

Novela publicada por editorial Alfaguara.

El texto no se presenta únicamente como novela, sino sobre todo como un drama, una tragedia alrededor de un magnicidio; o incluso, hasta una especie de épica antitinoquista. Ciertamente, es el período de la historia nacional que más se parece a lo que sería una especie de corte, con su rey, Federico; Rasputín, su hermano Joaquín, más poderoso aún que el mismo presidente, este último una especie de figurín del poder. Igualmente, vemos una cohorte sumisa y servil, y unos esbirros y una casta militar criminal a su servicio. Los Tinoco van a acabar al estilo de situaciones semejantes en otros países y épocas, con un magnicidio.

La otra perspectiva, la épica, tiene que ver con el surgimiento y sacrificio de los héroes revolucionarios que murieron combatiendo a los Tinoco, como fue el caso de Rogelio Fernández Güell, el general Jorge Volio, o el maestro y mártir salvadoreño Marcelino García Flamenco, entre otros revolucionarios, así como los maestros y estudiantes que se manifestaron en las calles contra la tiranía, lo que daría nombre al Paseo de los Estudiantes, centro icónico de las manifestaciones.

Probablemente, muchos costarricenses ni siquiera saben el porqué del nombre de esa calle, debido a lo que Carlos Cortés señala en su novela, “esa especie de amnesia colectiva que nos inoculan desde que nacemos hacia la historia nacional” […] Son héroes, revolucionarios ante una posteridad que no va preservar sus rostros ni sus actos”. Terrible admonición desde la literatura a un país marcado por la desmemoria.

Es la historia, el conocimiento de los momentos de grandeza que deberían ser la fuente de nuestra identidad cultural, pero esa ausencia de conocimiento histórico es sustituida por signos de la más burda tipicidad, como leemos en la novela: una cerveza Imperial, una botella de guaro, un chonete, un pañuelo floreado, una bola de futbol, una salsa Lizano o una tapita Gallito, elementos mencionados en la novela como la fuente de lo que nos hace sentir como auténticos costarricenses, tema que Cortés retoma de manera sarcástica en El año de la ira, pero que sabemos ha sido una de sus preocupaciones constantes, muy presente en otras de sus novelas y ensayos.

El año de la ira es una narrativa que liga ficción e historia, que dialoga con diversas fuentes documentales que se citan y se integran a la trama de la novela, lo que le da ese carácter de condensación discursiva”.

Albino Chacón, profesor de literatura latinoamericana

De ahí la dificultad para configurar o imaginar de una manera única ese período cortesano, militar, espiritista, teosófico que nunca más habría de repetirse en la historia nacional, pero que quedó marcado por una amnesia nacional voluntaria, de manera que no fuera a manchar el camino democrático y la visión de un país pacifista amante de la paz, que es como queremos vernos y que nos vean.

Lo cierto es que la violencia de una dictadura tremendamente feroz, la obsecuencia política, la tortura y el crimen estuvieron a la orden del día en un período que nos asemejaba profundamente a las satrapías que inundaron a tantas naciones latinoamericanas durante el siglo XX. El año de la ira nos muestra fehacientemente, fruto de una investigación documental rigurosa, que la historia de Costa Rica no ha sido el oasis de paz que el discurso oficial no se cansa de repetir, como no lo es tampoco hoy en día, cien años después.

Los lectores no podemos sino agradecer cuando un texto lanza luz sobre trechos y personajes olvidados, iluminando intersticios para volver parte de la memoria nacional “nombres que sucumbieron al ácido de la desmemoria social”. No otra cosa debemos pedirle, aún más, exigirle a nuestra literatura: crear, trabajar, forjar una lengua distinta, y cito de nuevo a Carlos, distinta a “esa lengua incapaz de hablar con claridad, como la costarricense, llena de recovecos, silencios y eufemismos”. Y es que el autor, también a través de su narrativa es un escritor ensayista que lanza sus dardos contra aquellos aspectos de la sociedad costarricense que merecen su ojo crítico.

Podemos detenernos un poco más sobre la naturaleza del texto, la idea ya mencionada antes de que esta novela es un texto que se ubica en un entrelugar.

Fragmento del comienzo de El año de la ira.

En efecto, El año de la ira es una narrativa que liga ficción e historia, que dialoga con diversas fuentes documentales que se citan y se integran a la trama de la novela, lo que le da ese carácter de condensación discursiva. Se trata también de una novela policial que investiga hipótesis, conjeturas sobre quién fue el asesino de Joaquín Tinoco, el entonces Ministro de Guerra, trajinar en que el lector acompaña al narrador investigador; leemos también el texto como una crónica periodística.

De ahí el calificativo de texto trans, porque la novela transita, transcurre, fluye, alterna de un género o subgénero al otro continuamente, uniendo y aprovechando las características y posibilidades de cada uno de ellos. Al carácter trágico de esa puesta en escena, de esa performance que tiene su culminación en el asesinato de Joaquín Tinoco, se contrapone un elenco de personajes históricos de primera y de segunda magnitud, algunos de los cuales son verdaderos héroes antagonistas y otros son el estamento servil del poder. Nos encontramos, así, ante una novela que leemos como novela/documento, esto es, como ficción, pero también como historia, como un fresco discursivamente híbrido de una época.

Eso es lo más valioso del libro de Carlos: esa pluralidad, ese entramado transgenérico que lo caracteriza y que lo hace funcionar como un punto de condensación sumamente rico: condensación de géneros, pero también condensación apretada de hechos, personajes, ejercicio despótico del poder, muerte, tortura, así como de los silencios sobre lo realmente acontecido en 1919.

Por eso mismo, El año de la ira no es solo un excelente ejemplo de estructuración múltiple de géneros y diálogo intertextual, sino que es también importante para comprender mejor los intersticios, las ranuras, las heridas de ese período fundante de la historia política de Costa Rica en el siglo XX.

El propio escritor podría decirnos que él escribe textos ficcionales que, al mismo tiempo, como en este caso y en otras de sus novelas, tienen referentes sociales, históricos, políticos, claramente identificables. De ahí el interés del autor por indicar, e incluso reiterar, que El año de la ira es el fruto de una rigurosa investigación documental. ¿Qué importancia tiene esto para la recepción del texto?

De manera general, podríamos afirmar que el conocimiento que muchas personas se hacen de la historia es a través de la literatura, de la ficción, y no tanto de textos estrictamente históricos o sociológicos, escritos más bien para circular en ámbitos académicos muy restringidos. La mayor circulación y recepción de los textos literarios finalmente resulta en un gran compromiso para el escritor.

De ahí que la novela histórica sea un género complicado, por esa carga que conlleva, dadas sus posibilidades de circulación y de recepción mucho más amplias. De ahí la dificultad de esta literatura híbrida que incursiona, que se mueve también en los terrenos de la historia, o de la antropología (en la literatura que recrea elementos culturales étnicos), en contraposición con un texto estrictamente de ficción.

Cuando se trata de una novela que lo hace como El año de la ira, no podemos sino agradecer ese ejercicio literario que es, al mismo tiempo, un ejercicio de revisión sobre las ideas hechas que tenemos de nuestra historia, o simplemente de la amnesia que tenemos sobre ella.

(*) Albino Chacón es Profesor de literatura latinoamericana jubilado de la Universidad Nacional, exdecano de la Facultad de Filosofía y Letras en esa misma universidad. Es miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española.