Existe en México una vieja anécdota política que, según se dice, tuvo su origen durante la prolongada presidencia de Porfirio Díaz, período conocido como el Porfiriato y que abarcó desde el 1º de diciembre de 1884 hasta el 25 de mayo de 1911.

“¿Qué hora es?, preguntó el gobernante, a lo que el interlocutor contestó: “La que usted quiera, señor Presidente”.

Ese acto de servilismo fue reproducido por el escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) en su novela La silla del águila. En este caso la escena tuvo lugar entre mandatario del PRI (Partido Revolucionario Institucional) y un cercano funcionario adicto a la adulación.

Cada vez que leo ese pasaje no puedo evitar el recuerdo de un político costarricense que ocupó uno de los cargos de ministro en un gobierno de hace ya más de dos décadas. ¡Daba pena ver a ese jerarca desempeñando el papel de zalamero, lisonjero y -como decimos en Costa Rica- brocha!

Elogiaba, aplaudía y celebraba cuanta idea expresaba el presidente de la República en aquel entonces. Me chocaba, en mi calidad de ciudadano y periodista, verlo actuar sin sentido del decoro.

¡Todo lo que decía su jefe le parecía genial, ingenioso y brillante! Luego había que soportarlo durante días repitiendo, como si de un estribillo se tratara, palabra por palabra pronunciada por el gobernante.

Sí, todo un Doctor Honoris Causa en Adulación.

En el capítulo XXIII de su libro El príncipe, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) advierte sobre el peligro que representan estos personajes a los cuales califica de “peste”. Al respecto, recomienda a quienes ejercen posiciones de poder y autoridad, hacerle ver a quienes lo rodean que ellos no se ofenden si se les dice la verdad.

Sugiere, asimismo, hacerse rodear de personas sensatas a las cuales escuchar únicamente cuando se les piden sus opiniones, las cuales luego deben ser sopesada a la hora de tomar una decisión.

A lo largo de mi vida laboral he tenido la dicha de conocer en múltiples empresas a gente sensata y honesta, pero también he tenido compañeros aduladores, descaradamente serviles, gente calculadora que sirve más para alimentar egos y vanidades que para exponer su visión de la cruda realidad.

“Complacer siempre resulta útil”, dice el escritor y periodista polaco Adam Soboczynski (1975) en su libro de cuentos El arte de no decir la verdad. Estoy parcialmente de acuerdo con esa afirmación; en mi opinión, complacer, alabar y adular puede que sea de mucho beneficio para quien ejerce ese oficio, pero es de poco provecho para las organizaciones en tiempos de crisis que demandan voces críticas e independientes para enfrentar desafíos e incertidumbres.

Así que por un lado se requiere de altos mandos que abracen y estimulen la crítica y, por otro, de colaboradores dispuestos a responder con crudeza y honestidad en vez de decir “La que usted quiera, señor Presidente”.

Hay que abrir espacios en las empresas y organizaciones para que haya posibilidad de que se diga lo que no siempre se quiere escuchar. La comunicación que parte de la sana discrepancia es más consistente y eficaz que aquella que nace de la enfermiza y lamentable adulación.

Comunicar es abrazar la crítica.

Quinto artículo de la nueva sección ComunicANDO, en el sitio Gente-diverGente, cuyo contenido consiste en reflexiones práctica sobre el complejo arte de la comunicación (en el cual nadie tiene la última palabra). Compartiré con ustedes conocimientos, aprendizajes y experiencias acumulados a lo largo de una trayectoria periodística de 33 años en Grupo Nación, cuya etapa más enriquecedora tuvo lugar entre el 8 de abril del 2010 y el 30 de junio del 2020, cuando me desempeñé como director del periódico El Financiero.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente

Exdirector del periódico El Financiero
Periodista y consultor empresarial