El caso del sacerdote español Aristeo Arganzúa nos muestra las dos caras de una misma moneda. En el anverso, el mal negocio que es herir el amor propio o la dignidad de alguien, y, en el reverso, guardar un silencio cómplice ante quienes utilizan el poder para denigrar a otros.

Durante mucho tiempo ese cura gozó de respeto y autoridad en la comarca de Vallehondo, hasta que un día cayó en la tentación de avergonzar públicamente a una joven abanderada de Acción Católica por el hecho de haber quedado embarazada de su novio.

El hecho tuvo lugar en El Castro, un pueblo tradicional donde el religioso era siempre recibido con bombos y platillos, generosos alimentos y un grupo de discípulas que le profesaban gran admiración.

Sin embargo, comenzó a perder terreno desde el día de la misa mayor en que humilló a esa joven delante de todos los feligreses.

Don Aristeo actuó así para exhibir su probada rectitud en la administración de la justicia divina, pero su proceder lleno de menosprecio fue interpretado por su rebaño como una falta de la caridad cristiana que se espera siempre de un pastor de la Iglesia.

El episodio forma parte de la novela La melodía del tiempo, escrita por el cantautor español José Luis Perales y publicada, en noviembre del 2015, por el sello Plaza Janés.

La buena fama del sacerdote cayó en picada. La primera secuela fue que la muchacha agraviada se declaró atea.

Posteriormente la influencia del cura se fue erosionando. Las jóvenes de la comunidad se enfriaron, los adultos no inclinaban la cabeza al verlo pasar, los niños no corrían a besarle la mano y las puertas de las casas se cerraban en cuanto el religioso aparecía.

“Don Aristeo Arganzúa sentía que había perdido toda su autoridad”, escribió el autor de este libro que es un homenaje a la vida en el campo.

Tan rechazado se sentía que un día solicitó el traslado a otra parroquia; cuando este fue autorizado se marchó sin pena ni gloria y “como alma que lleva el diablo”.

“… en múltiples ocasiones prima el silencio, el miedo a hablar debido a que se puede perder el trabajo -máxime en tiempos de crisis como el actual- o verse sometido a presiones y acosos laborales”.

Personajes de este tipo, aristeos arganzúas, hay en muchas organizaciones. El escritor y editor de BBC News, Bryan Lukfin, los llama -en el contexto empresarial o institucional- “jefes intimidantes”, ya que manipulan, humillan y socavan la estabilidad y la confianza en el entorno laboral.

De acuerdo con la publicación española Minoristas en guerra, “un jefe que grita es una persona con muchos complejos”.

Años atrás tuve, en uno de mis tantos trabajos, un jefe al que era común escuchar preguntándole a algunos de sus subalternos: “¿Usted que tiene en la cabeza? ¿Aserrín?”

Hay quienes recomiendan, en estos casos, renunciar y buscar un trabajo en un ambiente sano en donde sí se valore a los colaboradores.

Cada vez con mayor frecuencia leo o escucho a especialistas del campo laboral que abogan por denunciar públicamente a quienes se aprovechan de sus posiciones de poder para denigrar a otros, faltarles el respeto, pisotearlos.

No obstante, en múltiples ocasiones prima el silencio, el miedo a hablar debido a que se puede perder el trabajo -máxime en tiempos de crisis como el actual- o verse sometido a presiones y acosos laborales.

Los feligreses de El Castro callaron ante la humillación que sufrió la joven abanderada de Acción Católica. Cierto que sometieron al cura Aristeo Arganzúa a la indiferencia, pero nadie habló con él ni denunció su actitud ante sus jerarcas.

Un comportamiento muy tico, ¿no les parece? No asumir compromisos ni riesgos, hacer como que nada está pasando y dejar que los hechos sigan su curso natural y que las cosas se acomoden de alguna u otra manera.

Confieso que este lado de la moneda que preocupa e inquieta más que el otro, pues no solo nos convertimos en cómplices pasivos de las agresiones sino que además no tenemos el coraje de hacer algo en pro de romper los círculos viciosos de la humillación.

Lamentable lo hecho por el sacerdote Aristeo Arganzúa, pero aún más penosa y deplorable la actitud pusilánime de los moradores de El Castro.

No tenemos por qué soportar el peso de una moneda con ese anverso y ese reverso. ¡Nunca es tarde para empezar! ¡Hay que romper también con este silencio!

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector del periódico El Financiero
Consultor en Comunicación