Las alianzas político-partidarias del pasado no paliaron la crisis arrastrada durante décadas, sino que reforzaron intereses mezquinos y beneficios particulares

Pedro Rafael Gutiérrez Doña

A esta hora del partido, algunos todavía no han podido digerir satisfactoriamente lo que ocurrió el pasado 3 de abril con el triunfo de Rodrigo Chaves como presidente electo de la República. La democracia costarricense dio una certera estocada al encarnado establishment bipartidista, un enraizado y viciado aparato político.

Las conocidas y mal recordadas revoluciones en América Latina exportadas desde la Unión Soviética y Cuba como un experimento social desechable, sufrieron en cada uno de los países alienados las consecuencias de la improvisación, la creación de nuevos ricos, la desfachatez ante la aplicación de la justicia y la violación constante a los derechos humanos. Cientos de miles de vidas inocentes se perdieron para imponer por la fuerza, el cuento ya conocido del fracasado social/comunismo.

Por su parte la democracia costarricense presa de una “dictadura” bipartidista a la cabeza del Partido Liberación Nacional y el Partido Unidad Social Cristiana, pusieron al país en un letargo político del que no parecía poder salir. 

Muchos creyeron vanamente que el cruce PLN/PUSC, que dio como resultado el PAC, nos permitiría disfrutar a estas alturas de una economía sólida, con un tipo de cambio estable, compartiendo la seguridad ciudadana como en sus mejores momentos; pero, contrario a lo esperado, nos encontramos al filo de la navaja. 

Como respuesta a sus acciones, el pueblo, lapicero en mano, enterró para siempre los anhelos de poder del PAC, privándolo incluso de una diputación y dejando en el pasado a un partido sin mayores posibilidades de sobrevivir.

Del cruce bipartidista no obtuvimos lo esperado. Las alianzas político-partidarias del pasado no paliaron la crisis arrastrada durante décadas, sino que reforzaron intereses mezquinos y beneficios particulares, negándole a la mayoría el disfrute pleno de la democracia. 

La importación nociva de las ideologías de género, los antivalores y el nihilismo filosófico, minaron las bases centenarias de la sociedad costarricense, heredadas sabiamente por nuestros antepasados. 

“Esta era la lucha de David contra Goliat, el partido más grande contra el más pequeño”.

La enseñanza del sexo en escuelas y colegios, como materia tan importante como la matemáticas, no nos deja claros cuáles son sus objetivos: si aprender de memoria el variopinto conjunto de géneros existentes ahora, o usar las matemáticas como efectiva herramienta para resolver problemas económicos.

Todos estos factores, repetidos gobierno tras gobierno, hubieran sido caldo de cultivo para actos de violencia en pro de lograr en la sociedad un cambio radical; sin embargo, los costarricenses, armados con inofensivos lapiceros, dieron al traste con el continuismo llevando a Rodrigo Chaves a la presidencia.

Esta era la lucha de David contra Goliat, el partido más grande contra el más pequeño, el más rico en recursos económicos contra el más pobre, el más viejo políticamente contra el emergente partido Progreso Social Democrático PPSD, el de los grandes caciques de la política nacional, contra el más pequeño de la familia. Ante estas grandes disparidades, había que recurrir a la conciencia, al voto razonado para lograr la “revolución” que necesitaba el país y así dar un golpe de timón. 

En las últimas semanas, fuimos testigos de una de las campañas políticas más sucias de los últimos años, la millonaria maquinaria propagandística soplando brasas desde la prensa, echó mano a los más bajos recursos para embarrar de fango a quien se ratifica ahora, como el verdadero cambio que todos necesitamos. 

No es casualidad que se la haya echado en cara al presidente electo, en una entrevista realizada en el canal de la Sabana, que 7 de cada diez costarricenses no votaron por él; típica conducta mezquina de aquellos periodistas que ven el vaso medio vacío, cuando en realidad debería verse medio lleno.

Ya es hora de que en Costa Rica se terminen los privilegios para unos pocos y rompamos cerrojos para beneficiar a las grandes mayorías. Ya es hora de que el clientelismo, los cacicazgos y los clubes de amigotes desaparezcan del mapa político nacional. Ya es hora que la justicia sea pronta y cumplida y castigue a los responsables del cáncer que nos carcome ante la corrupción institucionalizada.

Eso es lo que necesitamos: un nuevo panorama político capaz de llevar las riendas en manos de gente capaz, sin prebendas ni beneficios partidarios como suelen jactarse. Evitemos pues las zancadillas, dejemos atrás los ataques personales estériles y unámonos para sacar a flote este barco llamado Costa Rica, en el cual vamos.

Pedro Rafael Gutiérrez Doña es periodista.

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