Pobre en dinero; rica en honradez. Es el recuerdo que conservo de aquella mujer que años atrás me ayudó a recuperar mi primer teléfono celular luego de haberlo perdido.

Era un Nokia que una amiga me hizo el favor de comprar y traer de los Estados Unidos.

Resulta que recién lo estaba estrenando cuando, durante los días de una Semana Santa -no tengo presente el año- lo extravié una noche.

Me percaté de ello cuando empezaba a prepararme para dormir. De inmediato llamé a mis padres desde el teléfono que me prestó una vecina. Ellos me habían llevado en su microbús desde su casa en Moravia hasta el apartamento que ocupaba entonces en Colima de Tibás.

Revisaron el vehículo durante varios minutos y después me llamaron para decirme que el aparato no estaba allí.

Empecé, entonces, a llamar al número de mi dispositivo y me respondió una mujer que de inmediato me preguntó si yo era el dueño del teléfono. Respondí que sí y me pidió que se lo describiera y le diera el número del modelo. Pasé la prueba.

Posteriormente me pidió la dirección.

–Ahhhh, ya sé quién es usted -dijo-. Es el inquilino del apartamento 5 en el condominio Los Cipreses, ¿verdad?
–Correcto, el mismo -contesté.
–Lo conozco porque yo voy a planchar todas las semanas a uno de los apartamentos y lo he visto a usted. Siempre llego con mi chiquita, ¿nos ha visto?
–Sí, ya sé quién es usted.

Al cabo de unos quince minutos ella llegó al condominio y me entregó el Nokia.

–¿Cuánto le debo? -pregunté.
–¡Nada! ¿Cómo se le ocurre? Mi familia siempre ha sido pobre, pero papá y mamá nos enseñaron a ser honrados. Ese teléfono es suyo y yo simplemente lo encontré en la acera hace como una hora y cumplo con entregárselo.

Aún así, insistí en que aceptara el billete que saqué de mi bolsillo. Finalmente, lo aceptó, me dio las gracias y se marchó.

De repente me habló en voz alta. “¿Sabe qué voy a hacer con parte de este dinero? Comprar un chiverre y dulce porque mi hija yo tenemos unas ganas enormes de comernos una miel de esas. No crea, los pobres también tenemos antojos”.

(Le recomendamos leer, en relación con este tema, “Un SOS por la educación”: https://gente-divergente.com/un-sos-por-la-educacion/)

He pensado en esa mujer en los primeros días del 2021. No volví a verla ni a saber de ella, pero de alguna manera su rostro, y el de su niña -que será ya una joven- están presentes en los datos de la Encuesta Nacional de Hogares del 2020 (Enaho) divulgados el 15 de octubre pasado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).

De acuerdo con ese estudio, la cantidad de hogares pobres creció -debido a las secuelas económicas de la pandemia- en 83.888 en relación con el 2019, lo que arrojó un total de 419.783 familias en esa condición.

Algo similar ocurrió con la pobreza extrema (hogares con ingresos mensuales inferiores a ¢112.266 en la zona urbana, y por debajo de ¢86.439 en las regiones rurales): 112.987 hogares en el 2020, contra 93.542 familias en el 2019; un salto de casi 20.000 hogares.

Cierto, los pobres también tiene antojos, pero este año el asunto va más allá de deseos y apetencias: hambre.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente