Me resulta imposible contestar la pregunta del título, pues no conozco a la persona que hay detrás del nombre que alguien escribió hace algunos días en la pizarra-pared ubicada en uno de los pasillos del centro comercial Lincoln Plaza, en San Vicente de Moravia.

Ignoro por completo si se trata de una niña, una adolescente, una joven o una persona adulta. No sé nada, absolutamente nada, sobre ella.

Lo único que puedo asegurar es que Stephany fue objeto de una de las actitudes humanas más adictivas (y en ocasiones destructivas): calificar a los demás.

Sí, ese afán de emitir juicios sobre los otros, encasillarlos y etiquetarlos. Se trata, por lo general, de opiniones subjetivas, pues -para ilustrarlo con el caso que nos ocupa- ¿qué significan los adjetivos “rara” y “fea”?

Más aún, ¿quién tiene la potestad de dar la última palabra sobre dos vocablos que tienen tantas definiciones y acepciones como seres humanos hay en este planeta?

En los últimos días he estado pensando en Stephany, a quien no imagino “rara” y “fea”, sino diferente. Y bueno, al parecer, a alguien le incomoda, perturba, que ella sea distinta y rompa con algunos parámetros sesgados de la “belleza” y la “normalidad”.

Sospecho, pero podría estar equivocado, que quien escribió en la pizarra optó por tomar el atajo fácil de atacar lo divergente en lugar de seguir el camino complejo de tratar de entender lo diverso; desperdició así la valiosa oportunidad de aprender en vez de juzgar y ampliar horizontes en lugar de condenar.

También he pensado, en un esfuerzo por considerar otros ángulos, que suponiendo que Stephany fuera “rara” y “fea”, ella estaría contribuyendo con la necesaria y sana tarea de darle contraste -otros tonos y colores- a un mundo que empalaga con su visión estereotipada de lo que es “normal” y “bello”.

En ese sentido, prefiero a la Stephany auténtica que a la Barbie artificial, así como no dudaría en elegir como amigo a Mauricio “Chunche” Montero, el ser humano que es, en lugar de Ken, un muñeco que no es.

La mujer de tiza nos invita a reflexionar sobre las personas de carne y hueso, y alma, preguntarnos ¿por qué nos incomoda y molesta lo diferente? ¿Por qué atacamos lo que se sale de nuestros moldes? ¿Por qué la arrogancia de vernos “normales” y “bellos” en contraste con los “raros” y “feos”?

Muchas gracias, Stephany, por hacerme pensar en el valor de lo distinto.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación