Marco Monge

El lápiz de dibujo fue su primera pasión de madera, pero hacer cortes en tablas de pochote para crear sus primeros grabados, fue amor a primera vista.

“Heredé el gusto por la madera de mi abuelo, quien fue un escultor de imaginería religiosa”, confiesa Adolfo Siliézar Solano, un artista plástico costarricense que germinó en el suelo de la vida en 1952.

Este maestro de las gubias se formó en la Casa del Artista, la Facultad de Bellas Artes, de la Universidad de Costa Rica, y en la Academia San Carlos, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

“Del grabado me gusta esa ingenuidad, esa capacidad de representación de lo cotidiano. La madera como vehículo de comunicación”, manifiesta

¿Y qué expresa a través del arte? Su cotidianidad, lo que siente, reflexiones en torno a temas humanos como Dios, sexo, carnalidad, represión erótica… Siliézar nació y creció en el seno de una familia muy religiosa.

“No soy muy fanático de perderme en palabras para impresionar a los demás. Dejo que la obra hable… ¡y salados si no habla!”, afirma en su casa-estudio ubicada en Guadalupe, Goicopechea, un humilde pero cálido rincón en donde tiene una impresionante colección de discos de acetato de rock y música clásica.

Allí lo visitó el fotoperiodista Marco Monge, quien comparte aquí una serie de 26 fotografías del artista que se enamoró del pochote, ese árbol que tiene un tronco cubierto de espinas y cuya madera es suave y rosada.

“Confío mucho en la intuición, en el inconsciente”.

“Hacer grabado es la cotidianidad más agradable para mí”.

“Aprendí mucho de los artistas Juan Luis Rodríguez y Rolando Garita”.

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Marco Monge es fotoperiodista.