Los padres tenemos que enseñarles a nuestros niños a no agredir a los demás y, por otra parte, tampoco tolerar el ser agredidos

Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Pareciera que para ponerle atención a una situación patológica que ha existido durante décadas y que ha afectado a miles de niños y jóvenes escolares, hay que ponerle un nombre en inglés…

Me refiero, en este caso, al bullying, que es ni más ni menos que un acto de agresión física o psicológica de un alumno o más a sus compañeros. 

Pero no nos engañemos, este concepto de agresión no solo se circunscribe a las aulas escolares, sino a cualquier ámbito de nuestra sociedad, solo que éstas se ejecutan con una sonrisa entre dientes y de manera más sutil.

Confieso que en algún momento de mi vida colegial fui, en algunos casos, agresor; a veces, por decirle groserías a mis compañeros, pero en ocasiones por haber sido agredido. Conocí las dos caras de la moneda y de esas nocivas experiencias no tengo gratos recuerdos. 

Algunos especialistas en la conducta del ser humano nos aconsejan, de entrada, reconocer que padecemos este tipo de problema, para luego trabajar sobre él y poder superarlo. Y es que ahí es donde radica la patología: cuando el agresor reconoce su conducta pero disfruta de sus acciones, mientras tanto el agredido las sufre y no puede superarlas.

Desafortunadamente en esa etapa temprana de la vida, no todos tenemos las herramientas necesarias para sentarnos frente al espejo y reconocer con madurez lo errático de esta conducta, mucho menos quienes son víctimas de los agresores.

La psicología moderna parece haber sido diseñada para la clase media/alta, es de pago obligatorio, con tarifas establecidas por hora de consulta, negándole a miles de niños y adultos en condición de pobreza recibir algún tipo de ayuda.

¿Qué nos queda? a nosotros como padres en el núcleo del hogar, enseñarles a nuestros niños a no agredir a los demás y, por otra parte, tampoco tolerar el ser agredidos. Ahí está el nudo del asunto, no esperar que la escuela lo haga por nosotros, como muchas familias lo han querido entender.

Días atrás, la ministra de Educación, Anna Katharina Müller, recibió una serie de críticas de parte  del Colegio de Psicólogos y la Universidad Nacional, organizaciones que le pedían la renuncia por haber dicho la pura verdad: ‘…un joven con buena autoestima no se deja afectar por el ‘bullying’. 

Señalan los académicos burócratas, que las declaraciones de la Ministra son desafortunadas ya que “…ubica a las víctimas en el lugar de culpables y merecedoras de la agresión sufrida, dejándolas en indefensión mayor e instaurando la falsa idea de que sus recursos emocionales son ineficientes, aumentando el deterioro de su salud mental y por ende el riesgo del daño”.

Para ser honesto, yo no encuentro por ningún lado el enfoque errático que le dan los profesionales a las palabras de la funcionaria, porque usan un texto, -en este caso sus declaraciones- y las sacan de contexto para luego meter un pretexto. 

Ya lo señalé: nosotros, como padres, tenemos la obligación de enseñarle a nuestros hijos a ser respetados y por otro lado, las escuelas juegan un papel fundamental que la Ministra está empeñada en cumplir.  

Son los padres los responsables de formar y reforzar la autoestima de los niños, es una obligación, sobre todo conociendo la viciada atmósfera que se vive hoy en día en las escuelas y colegios, donde en algunos centros es posible conseguir drogas y en otros, estudiantes han sido descubiertos con armas de fuego.

Ya pasaron los días cuando el bullying se traducía en decirle un apodo al compañero, o sacarle la lengua en señal de burla; hoy hemos visto en imágenes digitales de la TV, como un compañero de colegio ametralladora en mano asesina a mansalva a profesores y alumnos por haber salido reprobado en una materia. 

Paradójicamente, estos jovencitos son producto de familias ‘normales’, pero rebeldes a sus padres y a sus profesores, metidos en una burbuja y a los que no se les puede llamar psicópatas asesinos -en respuesta a sus acciones- por pertenecer a una “generación de cristal”, a la que hay que tratar con precisión quirúrgica para no dañarles la autoestima. 

Hacemos nuestras las palabras de la Ministra porque funcionarios como ella son los que necesitamos, aquellos que nos digan las verdades de frente, sin sobarle la espalda a nadie, capaces de sacarnos de nuestra área de confort, para trabajar unidos en escuelas, colegios y familias y de esa manera dejar de una vez por todas de dramatizar la cruda realidad.   

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Pedro Rafael Gutiérrez Doña es periodista.