“No os avergoncéis de  preguntar para resolver vuestras dudas, y meditad las respuestas que os hayan sido dadas”, Confucio, pensador chino

-¿Por qué no consultar antes de opinar? ¿Acaso no es una actitud más seria, prudente y responsable?

-¿De dónde la prisa y la urgencia, por afirmar o divulgar algo sin contar con pruebas que lo sustenten? ¿No poseo el menor sentido de continencia y moderación?

-¿Es mi sentido ético lo suficientemente vigoroso para actuar como freno cuando tropiezo con un runrún o es tan débil que por lo general termino desbocándome y haciendo eco de imprecisiones?

-¿Participo en las discusiones con datos y hechos comprobados o con ocurrencias perjudiciales con tal de no quedarme atrás en el debate (o linchamiento) de moda?

“Yo siempre desconfío de mis conclusiones, nunca creo seriamente en lo que pienso, y siempre someto mi punto de vista al punto de vista de otras personas a las que considero más calificadas que yo, para verificar si la posición que asumo frente a algo en particular es cierta o no”.

Marcelo Bielsa. Director técnico de fútbol. Argentino.

-¿Qué prefiero: ser reconocido como un charlatán que esparce rumores de buenas a primeras o como una persona que invierte el tiempo necesario para documentarse?

-¿Soy un adicto a divulgar noticias falsas, verdades a medias, versiones inexactas, habladurías sin ningún tipo de fundamento?

-¿Afirmo temerariamente lo que imagino, sospecho y fantaseo o expreso lo que ya he investigado?

-¿Pueden los demás fiarse razonablemente de lo que digo y escribo o tengo por costumbre embarcarlos?

“La mayoría de las personas son como alfileres: sus cabezas no son lo más importante”.

Jonathan Swift, escritor irlandés.

-¿Aprueban mis fuentes de información la prueba del rigor o cuentan con una larga trayectoria de mentiras malintencionadas?

-¿Someto lo que me dicen al análisis? ¿Qué tal funciona mi sistema de alarmas ante los cotilleos? ¿Hago uso del sano derecho a dudar? ¿Soy igual de crítico con la información que respalda mis criterios como con aquella que se distancia de mi manera de pensar?

-¿Voy incluso más allá y busco otras versiones para confrontar mis hallazgos? ¿O me conformo con la “versión oficial” o la “historia única”?

-¿Y si antes de repetir como loras y aplaudir como focas lo que leemos en las redes sociales, apelamos a la sensatez de preguntar sobre el origen y el sustento de la información? ¿O es que hay que creer en todo lo que los demás dicen? ¿O corremos el riesgo de que los cuenteros se resientan con nosotros si evidenciamos su falta de rigor?

“La vista debe aprender de la razón”.

Johannes Kepler, astrónomo.

-¿Será que solo los políticos, economistas, científicos y religiosos están obligados a “decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad”, en tanto el resto de los mortales tenemos licencia para mentir sin responder por las consecuencias?

-¿Qué tiene más peso en mis relaciones personales, laborales y profesionales: las suposiciones basadas en sesgos, prejuicios, temores y experiencias pasadas o las interrogantes tendientes a comprender y clarificar?

-¿Así como soy de impulsivo para echar al vuelo inexactas ficciones populares soy de justo para admitir mis errores y hacer las aclaraciones del caso?

-¿Qué tal si fomentamos una cultura de verificación y constatación en vez de una de presunciones, conjeturas e inferencias? ¿No sería más sano vivir así, en un ambiente de “cuentas claras, chocolate espeso”?

“Nunca creas lo que no puedes dudar”.

Robin Skelton, escritor.

-¿O acaso nos sentimos más a gusto disfrazando sospechas y supuestos con las máscaras de la verdad aparente?

-¿Y si en lugar de suponer, especular y aceptar cándidamente todas las teorías de la conspiración, pregunto, indago y me documento?

-¿Qué tiene de malo preguntar?

-¿O es que soy tan bueno suponiendo que siempre acierto?

Se vale discrepar