En relación con la propuesta de vender el BCR:
¿Por qué prohibir el sano debate? ¿Qué ganamos con censurar la necesaria discusión? ¿Cuál es el miedo al enriquecedor intercambio de puntos de vista?

José David Guevara Muñoz

Sábado 20 de junio del 2009: camino, cámara fotográfica en mano, por las calles del distrito San Juan, de Naranjo, Alajuela. Capturo imágenes de todo aquello que llama mi atención: flores, perros, gatos, nombres de pulperías, abuelos en plena tertulia, carretas cargadas de café, cerros, nubes…

De pronto, al acercarme a una vieja casa de madera, escucho pasos apresurados y una voz adulta que dice: “cerremos la puerta, cerremos la puerta, porque ahí viene un hombre sospechoso tomando fotos quién sabe para qué”, y, finalmente, un fuerte portazo que ha de haber sacudido las telarañas del cielorraso.

Evoco esa experiencia cada vez que algún tema controversial es puesto sobre la mesa del debate nacional y varias personas, de diversos sectores, corren a cerrar y trancar la puerta de la sana y necesaria discusión de las ideas.

La propuesta gubernamental de vender el Banco de Costa Rica (BCR) es el más reciente ejemplo de esta situación.

Fueron muchas las voces que se apresuraron a tratar de impedir el ingreso de este planteamiento en el espacio de la vida democrática donde se intercambian análisis, interpretaciones, perspectivas y visiones.

Con expresiones como “El BCR no está en venta. ¡Punto!”, “La Patria no se vende” y “Este tema no merece ser discutido” hubo quienes intentaron propinarle un portazo en la nariz a dicha propuesta.

No veo ningún problema en que haya todo un abanico de posiciones entre los ciudadanos (¡aplaudo las divergencias!), pero sí me preocupa ese afán de vetar y abortar a priori aquellos tópicos y planes que no son del agrado de determinados sectores de la población, incluidos grupos e individuos que dicen ser fervientes defensores de la vida democrática.

¿Por qué prohibir el sano debate?

¿Qué ganamos con censurar la necesaria discusión?

¿Cuál es el miedo al enriquecedor intercambio de puntos de vista?

¿Acaso no es una actitud soberbia -esa que tanto criticamos en otros- tratar de imponer nuestras posiciones a la fuerza?

¿Será que no contamos con argumentos de peso para defender nuestras opiniones?

¿Tememos que con razonamientos sólidos nos hagan cambiar de opinión?

¿Qué hay en el fondo de todo esto?

Evidentemente influenciado por la lectura actual del maravilloso libro Historias del mundo de las hormigas, del entomólogo y biólogo estadounidense Edward O. Wilson (1929-2021), me pregunto: ¿Se vale eliminar los nidos de las llamadas hormigas de fuego tan solo porque estos insectos nos producen comezón, causan ardor y levantan roncha?

Adapto la interrogante al tema que me ocupa: ¿Se vale matar de entrada el debate de temas polémicos tan solo porque nos disgustan, molestan e irritan? Mi respuesta está en el título de este texto.

En mi modesta opinión, no hay en este mundo un solo tema que no merezca o deba ser debatido. Todas, absolutamente todas las ideas, tienen que ser puestas sobre la mesa de la controversia, pues es así -a base de cuestionamientos, confrontaciones, dudas, preguntas incómodas y diferencias- como se ha desarrollado la Humanidad. ¡Prohibido poner bozales!

Así que no se vale decir, parafrasando aquella voz adulta de San Juan de Naranjo: “cerremos la puerta, cerremos la puerta, porque ahí viene un hombre sospechoso lanzando ideas quién sabe para qué”. Ni siquiera las ventanas se vale clausurar…

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente