“Estamos limpiando nuestra casa y eso no es de su incumbencia”, le dijo el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, a la comunidad internacional el sábado anterior en relación con el acto de destitución de cinco jueces de la Corte Suprema y el fiscal general.

Tales medidas, ejecutadas con el apoyo del Congreso, provocaron la inmediata preocupación de diversos sectores tanto dentro de El Salvador como fuera de sus fronteras, por lo que se considera un acto con tintes propios de déspotas y tiranos que violan la sana división de poderes y concentran excesiva autoridad.

Esa arrogancia, la de creerse el inmaculado que ha sido ungido por los dioses para depurar, purificar y adecentar su entorno, me hizo recordar dos episodios de mi vida.

Primero, una experiencia que tuvo lugar hace más de treinta años pero que siempre tengo presente. Me refiero a las palabras de un excompañero de trabajo, un hombre que había acumulado mucho más millas vida: “Hay empresas que son verdaderas fábricas de monstruitos. Le dan tanto poder a algunas personas tan incapaces de manejarlo que terminan haciendo daño”.

Segundo, lo que me dijo hace unos diez años un alto ejecutivo de una compañía durante una reunión-almuerzo en el restaurante Casa Pasta en Tibás: “Me ha costado mucho el proceso de despedir a todos mis enemigos, pero poco a poco he ido eliminando la maleza. Aún quedan algunas personas que tengo que sacar, pero espero hacerlo pronto”.

“Monstruitos” decía aquel excompañero de trabajo. Yo, a la luz de la actualidad, prefiero llamarlos Bukelitos. Sí, gente que en el día a día de las empresas e instituciones se vale del poder para apartar de su camino a quienes piensan distinto, tienen otras perspectivas, defienden otras posiciones.

Por alguna extraña razón (¿Miedo? ¿Inseguridad? ¿Complejos? ¿Ego? ¿Viejos traumas dictatoriales?, etcétera) estos personajes -versión a escala del actual mandatario salvadoreño- interpretan el necesario debate o la enriquecedora discrepancia como una ofensa, un ataque desleal y personal.

El mundo ideal para los Bukelitos es aquel en el que todas las personas razonen como él, analicen como él, opinen como él, mejor aún si sus vasallos (así ve a los colaboradores) le rinden toda la pleitesía que él merece o, en última instancia, que callen sus divergencias o las entierren en la arena.

Tales figuras, producidas en serie en el Mattel de la vanidad, están presentes en compañías, instituciones, centros académicos, poderes de la República, partidos políticos, iglesias, asociaciones, sector cultura, organismos internacionales, sindicatos, cámaras empresariales, ONG… ¡en todos los rincones!

Y aunque se presentan como los salvadores que el mundo necesita, los Bukelitos terminan por hacerle daño a los ambientes o escenarios en que se desenvuelven. La historia y la experiencia lo han demostrado con creces.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente