Chinandega

Un pick-up, cuya carreta estaba cubierta con un manteado de lona color gris, ingresó en la finca Mi alcancía, ubicada en Irigaray, poblado de Liberia, Guanacaste, y se detuvo exactamente frente a la casa que ocupaba el director del campamento de refugiados nicaragüenses instalado en esa propiedad perteneciente al mecánico automotriz Roberto Hernández Cordero, a quien su amigo monseñor Héctor Morera le había encaramado el mote de “Gato negro”.

León

De aquel vehículo descendieron dos combatientes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), quienes saludaron cordialmente a David Guevara Arguedas y se sentaron a conversar con él entre sorbos a un refrescante jugo de naranjas naturales que bebieron en un corredor de cuyos horcones pendían dos hamacas que el viento mecía al son de la canción húmeda que cantaba el río Irigaray (afluente del Tempisque).

Managua

“Don David, venimos a agradecerle lo que usted ha hecho por nuestra gente. Nos hemos mantenido informados sobre el excelente trato y la atención humanitaria que se les ha brindado en este campamento desde hace varios meses y aún ahora que cayó el dictador”, dijo uno de aquellos militares con el inconfundible acento de los paisanos del poeta Rubén Darío y de los músicos Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy.

Carazo

El dictador era Anastasio Somoza Debayle, quien fue derrocado el 17 de julio de 1979 luego de que la dinastía Somocista ejerciera el poder en Nicaragua desde 1937.

Masaya

“El agradecido soy yo, con Tatica Dios por haberme permitido servirle a muchas familias nicaragüenses durante la guerra contra Somoza. Del ejemplo de Jesucristo en los evangelios aprendí que uno viene al mundo a servir y no a ser servido”, respondió David Guevara Arguedas, mi padre.

Granada

“Nosotros no tenemos cómo pagarle todo lo que usted ha hecho”, manifestó aquel combatiente que vestía uniforme de fatiga y unas botas que quién sabe en cuántos fuegos cruzados habrían estado presentes. Entre tanto, su acompañante, con similar atuendo, saciaba la sed con el jugo hecho con las dulces naranjas de Mi alcancía.

Rivas

“Por eso no se preocupen. No tienen que pagarme nada”, expresó mi tata.

Nueva Segovia

“Aún así, queremos regalarle algo de lo que tenemos. Por favor, acompáñenos”. Los tres caminaron hasta el pick-up, uno de los combatientes corrió la lona y una carreta llena de armas de guerra usadas quedó al descubierto. “Por favor, don David, tome lo que quiera; es lo único que podemos ofrecerle”.

Madriz

“Muchas gracias, pero no. Me basta con ver a su gente contenta y las gracias que ustedes me dan; no necesito ninguna arma, en serio”.

Estelí

Los tres regresaron al corredor, en donde conversaron un rato más sobre la guerra que había derrocado a Somoza, conocido como “Tacho”, y también en torno al futuro de Nicaragua. Entre anécdotas, opiniones y sueños, los contertulios escurrieron hasta la última gota del jugo de naranja.

Jinotega

En eso estaban cuando un amistoso gato negro -no el dueño de la finca- apareció en el corredor. Uno de los combatientes preguntó el nombre y mi viejo le dijo la verdad: “El Chigüín” (“Muchacho pequeño y desmedrado”, según el diccionario). Los dos hombres del FSLN estallaron en carcajadas al escuchar que el felino tenía por nombre el sobrenombre del hijo de Somoza: Anastasio Somoza Portocarrero.

Matagalpa

Poco antes de partir, aquellos visitantes insistieron una vez más en que se les aceptara alguna o varias de las armas que cargaban en el pick-up.

Boaco

Una vez más, don David rechazó la oferta.

Chontales

Dos fuertes apretones de manos le pusieron punto final al encuentro en Irigaray.

Río San Juan

Cuarenta y dos años después, hoy 9 de junio del 2021, bebo un jugo de naranjas mientras escribo estas líneas subtituladas con los nombres de los 15 departamentos del vecino país en el que otro dictador se apropió poco a poco de las semillas de la libertad y pretende ahora exprimir -envuelto en la cáscara de la defensa nacional- hasta la última gota de la democracia.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente