¿Quién dice que siempre que haya una bola, al menos un marco con portero y la posibilidad de anotar un gol de ensueño
estamos hablando de fútbol?

Lectura número uno: Es mejor jugar que juzgar
Jugar implica asumir riesgos: salpicarse, mojarse, ensuciarse, rasparse, golpearse, fracturarse, lesionarse e, incluso, perder, saborear la derrota. Juzgar, por el contrario, es apostar a la seguridad, tranquilidad, el sosiego que brinda la cómoda posición de “ver los toros desde la barrera”. Jugar es difícil; juzgar resulta sencillo.

Lectura número dos: La bola está en el aire
¿Qué vamos a hacer con ella? Pregunto porque tenemos varias opciones. Primera, esperar el milagro de que el balón permanezca suspendido, se quede donde está, lo cual nos exime de tomar decisiones y actuar. Segunda, esperar que la redonda caiga, choque contra el suelo; sí, que sea ella quien marque la pauta, tome la iniciativa y nosotros simple y sencillamente reaccionamos. Tercera, no hacer absolutamente nada, abandonar el campo de juego o quedarnos inmóviles, como si el asunto no fuera con nosotros. Cuarta, aguardar a que sean otros lo que resuelvan cómo proceder. Quinta, ser proactivos; saltar, ir al encuentro del esférico, intentar una jugada de ensueño, pensar en grande, sorprender.

Lectura número tres: ¿Dónde está el público?
Mi vanidad me impide sumarme al juego si no hay una multitud observándome, animándome, aplaudiéndome, coreándome, celebrándome, adorándome. Necesito, además, que haya cámaras, reporteros, locutores, comentaristas, visores extranjeros. ¡Están locos si esperan que realice mi mejor desempeño en el anonimato! Para mí es vital figurar, ser la estrella, la figura del momento.

Lectura número cuatro: La cancha está seca
Absolutamente seca. Ni una gota de agua, ni siquiera de sudor. Así que dejen de estar diciendo que el campo está inundado porque no es cierto; se trata de versiones mal intencionadas, criterios tan engañosos como el sentido de la vista. No hay que creer de buenas a primeras en lo que dicen los demás ni en los espejismos que empañan las retinas. Les aseguro que no hay ni agua ni neblina. Las condiciones son óptimas. Pedir más es gula. Tranquilos que aquí nadie se va a ahogar.

Lectura número cinco: ¡Entonces me llevo la bola!
Si no están dispuestos a acatar mis reglas, ocurrencias y caprichos, ¡me llevo la bola y se acabó el juego! Me tiene sin cuidado el reglamento oficial. ¡Aquí se juega como yo digo! El único árbitro soy yo y mis sentencias son inapelables. ¿Cómo que con base en qué? ¿No les ha quedado claro que se juega como a mí me ronca y me da la gana! ¿Caprichoso yo? Para nada, lo que pasa es que a muchos no les hace gracia que aparezca una figura fuerte, valiente y decidida a poner orden.

Lectura seis: ¿Cuál es su pierna fuerte?
–¿Me pregunta a mí? La derecha. La derecha nunca me falla. La derecha es la mejor. Con la derecha todos ganamos. La derecha me ha abierto muchas puertas.
–¡Qué va! Estás equivocado. No hay como la izquierda. La izquierda marca diferencia. La izquierda llena los vacíos de la derecha. La izquierda es el futuro.
–Pues yo no me caso con ninguna. Las uso a ambas dependiendo de las circunstancias. A veces me inclino por la derecha y a en otras ocasiones opto por la izquierda. ¡Así es como juegan los grandes!
–Mi fortaleza es la cabeza. Yo juego con la cabeza. Quien juega con la cabeza domina a la derecha y a la izquierda, y a quienes juegan con ambas.

Lectura número siete: Los maestros del fuera de juego
Solapados, taimados, astutos, ladinos, sagaces, marrulleros, disimulados, zorros, tramposos, sigilosos… así son los tramposos que no juegan limpio, sino fuera de juego. Ni el VAR los pone en evidencia.

Lectura número ocho: Mucho toque y nada de goles
“Tómela. Devuélvamela. Ahí le va. Aquí estoy. Toda suya. Estoy desmarcado. ¿Vio el hueco? ¡De taquito! Con el empeine. Borde interno. Escóndala. Amague. Échemela. ¡Qué lindo jugamos! De pared. La bicicleta. Una rabona. Cambio de juego. Tome, hágase grande. Como con la mano… Así, en ese pasa bola todo el tiempo pero sin atreverse a tirar a marco. Conformes con empates y derrotas.

Lectura número nueve: ¡Mejenga! ¡Mejenga!
Uniformes nuevos. Camerinos modernos. Gimnasio bien equipado. Gramilla de primera. Graderías remodeladas. Fichajes sensacionales. Director técnico con ideas frescas. Preparador físico profesional. Masajista de lujo. Jugosos contratos con las televisoras. En fin, parecía que el juego iba en serio, pero al final nos recetaron la mejenga de siempre.

Lectura número diez: ¿Para qué un árbitro con cronómetro?
Sí, ¿para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué aporta? De todos modos, el tiempo es lo de menos, podemos seguir jugando toda la vida.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente