Las procesiones de Semana Santa no tienen que ser obligadamente con imágenes religiosas; las figuras de algunas son sombreros, botas, machetes, chuzos, yugos, carretas y bueyes

José David Guevara Muñoz

Uno, el que carga más años en la carreta de la vida, se llama Misael Alberto Ceciliano Bejarano; el otro, a quien aún le queda mucho espacio en el cajón de la experiencia, Christian Ríos Valverde.

Ambos son boyeros de Las Mercedes, en Aserrí, San José, un barrio que, dependiendo de la dirección en que usted lo recorra, es cuesta que produce jadeos o bajada que arratona. Se trata de una comunidad rodeada de bosques y potreros, y en donde perros y gatos toman el sol sobre el asfalto de la calle.

Da gusto ver trabajar a Misael, el suegro, y Christian, el yerno. Se complementan a la perfección.

Tuve la dicha de verlos, junto con mi hermano Alejandro (fundador de la página Boyeotico, en Facebook), moliendo caña en el Trapiche de los Ríos, propiedad de Humberto Fallas, un hombre que es un atado de tertulia y amistad. Ocurrió el pasado lunes 3 de abril.

Don Misael estaba a cargo de hacer girar el molino con la fuerza de “Los pintos”, dos bueyes raza Holstein, mientras Christian metía la caña de azúcar entre dos rodillos metálicos fabricados en Chattanooga, Tennessee, Estados Unidos.

“Vamos buey, camine buey”, decía don Misael continuamente, y si alguno de los animales no arrancaba con el llamado, lo tocaba suavemente con el chuzo en alguna de sus patas. Y al mismo tiempo que hacía la tarea, contaba anécdotas; su garganta es una rueda cantarina.

Christian, hombre de pocas palabras, hablaba con el lenguaje del silencio: mirada y sonrisa. Él tiene que chucear las cuerdas vocales para que los bueyes de las palabras -mansos, pero fuertes- echen a andar.

Tres horas después, en tanto el jugo de caña hervía y hacía espuma en la paila, vimos a esta yunta de campesinos conducir a bueyes y carreta hasta Cuesta de Piedra, un lugar tan alto que huele al cuero de los caites de San Pedro.

Allí, en una finca donde nace el aire puro, cargaron la carreta con la caña de azúcar que molerían al día siguiente. Don Misael, con mucha experiencia, era el maestro; Christian, con mucha humildad, el alumno avanzado dispuesto a seguir aprendiendo.

Un detalle sobre don Misael: íbamos caminando por una calle de tierra en la que él vio unos alambres de púas mal acomodados; de inmediato los puso en su lugar para evitar que alguien fuera a lastimarse. Precavido y proactivo.

Un detalle sobre Christian: la alegría con que nos invitó a su casa, en donde compartió con nosotros pan, café y natilla. Un rato agradable, amenizado por los cantos líquidos de un grupo de oropéndolas que tejieron sus enormes nidos (parecidos a bolsas de chorrear café) en lo alto de un árbol del potrero ubicado al otro lado de la calle.

Valió la pena madrugar el lunes pasado para conocer a dos boyeros que hacen yunta.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente