¡Cuánto tenemos que aprender el ingenioso hidalgo en el difícil arte de cerrar capítulos, olvidar episodios, superar reveses!

Somos nosotros quienes, 417 años después de la publicación de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, seguimos evocando la célebre batalla que libró el Caballero de la Triste Figura con uno de los molinos de viento del campo de Montiel.

En efecto, somos nosotros quienes recordamos ese episodio narrado en el capítulo 8 de la novela cumbre de Miguel de Cervantes Saavedra, en donde se dice que el ingenioso hidalgo y su escudero Sancho Panza descubrieron 30 o 40 estructuras empleadas para moler que el protagonista de la historia confundió con “desaforados gigantes”.

Somos nosotros quienes hablamos una y otra vez de la terca y loca decisión que tomó don Quijote de pelear contra aquellos molinos a los que veía como sus enemigos, a pesar de que su compañero de aventuras trató una y otra vez de hacerlo entrar en razón.

Insisto, somos nosotros quienes retornamos a ese pasaje de la literatura universal para revivir el lamentable desenlace que tuvo ese combate para aquel hombre que cabalgaba sobre el huesudo lomo de Rocinante.

Somos nosotros y solo nosotros, porque el caballero andante no volvió a referirse a esa experiencia en ninguno de los 44 capítulos posteriores de la primera parte de la novela, como tampoco lo hizo a lo largo de los 74 capítulos de la segunda parte (publicada en 1615).

Quienes sí se refirieron a tal vivencia fueron el bachiller Sansón Carrasco, en el capítulo 3 de la segunda parte, y Sancho Panza, en el capítulo 10 de ese volumen.

Pero el Caballero de la Triste Figura, como ya lo dije, nunca más habló o rememoró la derrota estrepitosa que sufrió debido a la fuerza de las aspas del primer y único molino del campo de Montiel que enfrentó.

Don Quijote sabía pasar la página.

Esa es una de las virtudes que más admiro en ese “hijo” de Cervantes. Avanzaba, no se quedaba estancado. Se enfocaba en los desafíos del presente en vez de relamerse las heridas del pasado. Luchaba por nuevas victorias en lugar de perder el tiempo en ver cómo vengar viejas derrotas, saldar cuentas pendientes.

¡Cuánto tenemos que aprender del ingenioso hidalgo en el difícil arte de pasar la página, cerrar capítulos, olvidar episodios, superar reveses, seguir adelante, asumir nuevos retos, luchar por cumplir otros sueños!

No todo era fantasía en ese personaje literario. También había espacio para la sensatez y la madurez. Más que saber espolear a Rocinante, don Quijote sabía llevar las riendas de su ego y vanidad; no permitía que el narcisismo se le desbocara.

El caballero andante no sangraba por la herida y, gracias al ingenio de Cervantes, tampoco derramaba tinta por las derrotas.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista con 35 años de experiencia
Asesor en comunicación