Reflexiones de un costarricense en tiempos de campaña electoral y de inquietante preeminencia social de las emociones sobre las razones

A mí no me digan que tienen el firme objetivo de reactivar la economía a partir de mayo del 2022; díganme cómo piensan resolver paso a paso una ecuación que depende más de crudas realidades que de alegre retórica electoral. Estoy muy grande para creer en cantos de sirenas.

No me vengan con el cuento de que están dispuestos a generar miles de empleos y oportunidades de trabajo; especifíquenme cómo es que van a honrar una promesa que en tiempos de crisis e incertidumbre (esto sin sumar los viejos problemas estructurales sin solucionar a fondo en Costa Rica) parece más fantasía navideña que compromiso auténtico y creíble. Estoy muy grande para creer en San Nicolás.

Tampoco traten de endulzarme los oídos con historias de protección firme al consumidor (cuando todos los políticos tiemblan ante los arroceros), eliminación de trámites (cuando los requisitos absurdos sobreviven gobierno tras gobierno) y cero corrupción (cuando incluso se bailan cuestionamientos serios en tiempos de campaña electoral). Estoy muy grande para creer en lámparas maravillosas.

Perdonen, pero el mismo nivel de escepticismo está presente cuando oigo de cierres de instituciones estatales (¡por Dios, no han podido ni con el IFAM! y el CNP y Recope hacen lo que se les antoja), verdadera modernización de la educación pública (eterno bla, bla, bla que se queda en acciones cosméticas) y cobro efectivo de impuestos (¿en serio? ¡Qué bueno!). Estoy muy grande para creer en Peter Pan y su país de Nunca Jamás.

Sí, aspirantes a la presidencia de la República, de cara a los comicios del próximo 6 de febrero, y la segunda ronda del 3 de abril, voy a ejercer dos derechos sagrados: el del voto y el de la duda. Ciudadano, sí, pero también ciuDUDAno.

Lo hago no solo porque me niego a aceptar promesas vacías de contenido (entiéndase, palabrería que los fuertes vientos actuales arrastran como hojarasca), frases y oraciones que vuelan bien pero aterrizan mal, y evasivas y generalidades que suenan más a vendedor de electrodomésticos que a políticos serios, sino también porque esta es la primera de once campañas electorales en que he participado que me encuentra en condición de desempleado.

Voté por primera vez en 1982 y desde entonces he acudido siempre a las urnas, las primeras veces con mucho entusiasmo juvenil, pero el espíritu festivo y emotivo está cada vez menos presente y su lugar ha sido tomado por el análisis, la suspicacia y la perspicacia.

No me apetece ya el lustre de los chistes, ocurrencias, espectáculos circenses, anuncios mesiánicos y poses prefabricadas; me gusta hundir el cuchillo lo más hondo que pueda para luego servirme una tajada que me permita probar por mí mismo la calidad y consistencia del queque. Hay propuestas que me abren el apetito, en tanto que otras no califican ni como tostel.

Estoy de acuerdo con William Davies (1976), sociólogo y economista británico, cuando afirma -en el libro Estados Nerviosos- que las emociones se han adueñado de la sociedad y desplazado a las razones. En la balanza de la realidad pesa más el plato de los sentimientos que de los argumentos.

A modo de ejemplo, el reciente caso de un periodista costarricense que votó por el italiano Gianluigi Donnarumma como mejor portero del año ante una consulta de la revista France Football. La cobertura que algunos medios de comunicación nacionales le dieron a ese hecho apeló más al sentimentalismo de un tico que no apoyó al paisano que juega en el PSG, de Francia, que a las razones técnicas que justificaron su voto. La mesa quedó servida para que las multitudes de las redes sociales se ensañaran contra ese “traidor”.

De acuerdo con Davies: “Las democracias están siendo transformadas por la fuerza del sentimiento de tal forma que no podemos pasarlo por alto; no hay vuelta atrás. Esa es nuestra realidad ahora. No podemos retroceder en la historia ni tampoco podemos sortearla; debemos atravesar esta era histórica con extraordinario tino y cuidado”.

En mi modesta opinión, parte de ese “extraordinario tino y cuidado” consiste en no terminar de sepultar el juicio, el conocimiento, el rigor intelectual; no elevar el volumen de las pasiones y apagar la voz de los datos y las evidencias, con el consiguiente riesgo de retornar al oscurantismo de las impresiones, el frenesí, el arrebato y la agitación.

Tenemos el desafío de procurar una sana y madura convivencia entre dos aspectos relevantes del ser humano: razón y emoción.

En mi caso particular, ante los mensajes políticos que buscan cederle el paso a la emoción en la presente campaña electoral, yo prefiero guiarme por las luces y alarmas de los cruces ferroviarios que me invitan a avanzar con espíritu crítico y reflexión.

Por eso: ciudadano, sí, pero también ciuDUDAno.

El 6 de febrero y el 3 de abril tendré una cita con la democracia, pero en el peregrinar personal hacia la urna electoral me acompaña la duda.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Exdirector de El Financiero
Consultor en Comunicación