En muchos lugares de Costa Rica…
… de cuyos nombres sí quiero acordarme…
… de cuyos nombres sí quiero acordarme…
“Esta tendencia es que las grandes empresas transnacionales tengan la capacidad de garantizar suministros a sus principales mercados en tiempos de crisis”
(*) Por Alberto Bonilla
En medio de los retos económicos que atraviesa Costa Rica, debido a la lucha contra la pandemia causada por el COVID-19, un importante número de las empresas transnacionales que se encuentran dentro del régimen de zona franca ha logrado mantener el ritmo de su producción e incluso crecer.
Muestra de ello es que, durante el 2020, dichas compañías generaron un total de 19.806 nuevos empleos en el país, es decir, 18,4% más que en el 2019, tal como lo destacó la Agencia de Promoción de Inversiones de Costa Rica (CINDE). El acumulado de puestos de trabajo directos al cierre del año pasado fue de 134.026.
Para alcanzar estos resultados fue clave que el sector reaccionara de forma ágil y comprometida con la implementación de medidas en pro de la seguridad sanitaria de todos los usuarios de sus instalaciones.
La respuesta ágil que brindamos muchas empresas inmobiliarias, incluyendo Garnier & Garnier Desarrollos Inmobiliarios, fue determinante, aunque sin duda alguna, los retos continúan. De la totalidad de los inmuebles que actualmente tenemos en etapa de planificación, todos se adecuarán a los requisitos de la “nueva normalidad”, tal es el caso de edificaciones que incluyen mayor ventilación natural y espacios comunes más amplios.
El compromiso con esta forma de trabajo sostenible, flexible e innovadora, tiene muchísima relevancia en todos los ámbitos del desarrollo inmobiliario. Pese a ello, se espera que las áreas industriales y de logística muestren un repunte aún mayor en nuestro país durante los próximos años, situación que requerirá una capacidad de respuesta aún más rápida por parte de los desarrolladores.
El crecimiento en este sector de la economía se augura debido a que, algunas dinámicas ya muestran aceleración a nivel mundial por las consecuencias de la pandemia, tal es el caso del nearshoring de actividades de servicios y/o manufactura.
Lo que busca esta tendencia es que las grandes empresas transnacionales tengan la capacidad de garantizar suministros a sus principales mercados en tiempos de crisis; por eso, paralelo al virus, comenzaron a gestar el traslado de sus instalaciones a ubicaciones menos distantes de los países a los cuales venden más productos o servicios.
En este contexto, la cercanía geográfica que tenemos con Estados Unidos, el buen desempeño de las empresas extranjeras que ya operan en el país, nuestra estabilidad política y social, así como la fuerza de trabajo altamente capacitada con la que contamos, se traduce en la continuación de la llegada de grandes empresas a suelo nacional.
Es claro que esta inyección de capital extranjero será muy beneficiosa para el país, pues además de la generación de nuevos empleos de calidad, dinamizará nuestra economía. Sin embargo, resulta clave que como nación tengamos total claridad sobre el desafío que esto implica.
Por ello, hoy invito a quienes formamos parte del sector inmobiliario -así como a todos los actores que tienen algún impacto en el ámbito comercial e industrial- a redoblar nuestro compromiso con la excelencia, la innovación y la sostenibilidad.
Debemos ofrecer soluciones integrales, en todos los ámbitos, tales como infraestructura y educación.
Para lograrlo, es clave mantener e incluso robustecer el apoyo que se brinda a las instituciones de enseñanza que capacitan al personal requerido por estas empresas. De igual forma, resulta fundamental continuar trabajando al lado de las instituciones públicas, con el objetivo de reducir la tramitomanía que entorpece el proceso de contratación y gestión de las industrias.
Es un reto que hemos tomado seriamente y que estoy seguro generará frutos a largo plazo.
(*) Alberto Bonilla es director de desarrollo de Garnier & Garnier.
“Estamos en una sociedad cansada de la pandemia y sus medidas, con economías debilitadas, y gobiernos e instituciones desgastadas, aumentando nuestra vulnerabilidad”.
Por Jaime García (*)
19 de enero de 2021. Típicamente la “cuesta de enero” es un término que se usa para referirse a ese momento del año en el que se resienten los gastos realizados durante las fiestas de fin de año junto con las subidas de precios, tarifas, y tasas de inicio de cada año y que inciden en la capacidad de compra de las personas. Pero en este 2021 esta cuesta puede tener otras implicaciones también, sobre todo si consideramos que venimos de un año 2020 afectado por la pandemia de COVID-19 y sus respectivos impactos en lo económico y lo social.
Y al menos a partir de los eventos de las primeras dos semanas del año se empieza a ver que esta cuesta de enero va a ser realmente complicada. Principalmente por que:
La pandemia continúa, siguen avanzando los contagiados y los fallecidos en todo el mundo; y de hecho se han registrado records de contagiados y fallecidos a nivel mundial. La segunda ola (o tercera en algunos casos) de la pandemia ha sido más grande que la primera en la mayoría de los países, afectando los sistemas de salud de ciudades como Londres, Los Ángeles y la Ciudad de México, donde están cerca del colapso hospitalario. Este crecimiento se ha dado particularmente en Europa donde se promediaron casi 5,6 millones de casos semanales a finales del otoño; mientras que ahora la dinámica de contagios tiene más presencia en América con casi 5,5 millones a la semana. Lo preocupante es que las tendencias en todas las regiones son al alza.
En América Latina, son Brasil (405 mil casos a la semana), Colombia (129 mil casos a la semana), y México (100 mil casos a la semana) los que están alimentando el número de casos; sin embargo, las tendencias de todos los países son crecientes, producto de las festividades de fin de año y el rompimiento de los protocolos, particularmente el distanciamiento social.
Volvieron las restricciones, producto de estas dinámicas epidemiológicas y una variante del virus que al parecer tiene mayor facilidad de propagación, los países se han vuelto a poner en cuarentena, volvieron los cierres de fronteras, se colocan filtros a la entrada de los viajeros, y continúan las restricciones a la movilidad de las personas que vimos en el 2020. Cuantitativamente esto se refleja en la movilidad de las personas, donde en cada región se ve una disminución importante en la movilidad, particularmente en Europa donde se regresó a los niveles de mayo del 2020, y a la fecha de hoy es la región con la mayor caída en la movilidad de las personas; al día de hoy, América es la segunda región con la menor movilidad de las personas, aunque lejos de los niveles de Europa.
En América Latina, Colombia es el país con la mayor movilidad, de hecho, superior a los niveles previos a la pandemia; mientras que Panamá es el país con la menor movilidad de América Latina. En Centroamérica, Nicaragua, Honduras y Guatemala son los que a la fecha tienen mayor movilidad, seguidos por El Salvador y Costa Rica, todos ellos con niveles de movilidad inferior a los vistos antes de marzo del 2020.
Y aunque ya hay países vacunando a sus poblaciones más vulnerables, el avance ha sido más lento de lo esperado, y el flujo de las vacunas ha llegado a cuentagotas. Al momento de escribir este texto, en América Latina sólo Argentina, Chile, México y Costa Rica han iniciado sus procesos de vacunación; y aunque la mayoría de los países de la región contempla terminar su vacunación dentro de los primeros ocho meses del año, las tendencias y experiencias vistas en otros países con mayores recursos, apuntan a que esos cronogramas no son realistas.
Por supuesto, lo sanitario afecta lo económico, y aunque las expectativas de crecimiento que publicó el Banco Mundial para el mundo son positivas con un crecimiento económico de 4% a nivel mundial y del 3,7% para América Latina, no sería sorpresa que se reajustaran a la baja esas estimaciones de acuerdo a las condiciones epidemiológicas anteriormente mencionadas, golpeando aún más a una región que en el 2020 tuvo una caída del -6.9% en el producto interno bruto y con fuertes aumentos en el desempleo y la pobreza.
Así que como se puede ver, los primeros 20 días del 2021 han sido muy intensos, en el despertar del año nuevo nos dimos cuenta de que el COVID-19 sigue entre nosotros, pero que ahora estamos en una sociedad cansada de la pandemia y sus medidas, con economías debilitadas, y gobiernos e instituciones desgastadas, aumentando nuestra vulnerabilidad.
Pareciera que hablamos de recuperación económica de forma prematura, durante el ojo del huracán del COVID-19, cuando todavía faltaba la otra parte de la tormenta. Quizás hoy deberíamos de enfocarnos otra vez en seguir adaptándonos a la ya nada nueva normalidad, para minimizar las pérdidas económicas y sociales; ajustar nuestras medidas para que no se deterioren más ni el contrato social ni nuestra capacidad productiva, por que los vamos a necesitar para cumplir el objetivo principal del 2021, la vacunación masiva.
Y es que sólo los países realmente robustos en su contrato social (transparentes, incluyentes, con entornos seguros, en contextos de baja corrupción, con alta confianza institucional, y capacidad de alianzas multisectoriales); junto con estructuras productivas sólidas y resilientes (fuerte capacidad organizativa y logística, capaces de innovar y adaptarse a las circunstancias, con recursos humanos, económicos y técnicos de rápida implementación) serán los que logren cumplir con los planes de vacunación, condición suficiente para realmente decir que la pandemia acabó, y condición necesaria para hablar de una recuperación económica y social después de la tragedia.
(*) Jaime García, Director de Proyectos del Índice de Progreso Social de CLACDS/INCAE e Investigador.
El naranjazo. Así se llamaba popularmente al desaparecido Partido Fuerza Democrática, de izquierda.
SOS, la señal de socorro más utilizada en el mundo, cumple 115 años de vigencia en este 2021. Su empleo fue aprobado en 1906, durante una conferencia internacional que se realizó en Berlín, Alemania.
De esa manera se sustituyó el aviso que se usaba anteriormente: CQD, el cual se transmitía a través del telégrafo en código morse.
Echo mano de él, en este importante aniversario, para lanzar un clamor de auxilio por la educación en nuestro país a lo largo del 2021.
De acuerdo con el Programa Estado de la Nación (PEA), más del sesenta por ciento de la población económicamente activa (PEA) no ha concluido la educación secundaria.
¡Un dato muy triste, realmente trágico, en un mundo que demanda cada vez más elevados niveles de formación y especialización! Costarricenses que enfrentan el futuro apenas sabiendo “leer” (descifrar caracteres, porque la comprensión es otro tema) y escribir (de lo cual no hablan muy bien las redes sociales).
¿Cómo tener acceso a las oportunidades en un planeta en el que los horizontes académicos que dependen solo de Paco y Lola o el Álgebra de Baldor se desmoronan en cuanto chocan contra los avances tecnológicos?
Para colmo de males, aún están por verse -en este campo- las secuelas de la pandemia; un panorama en el que -según estudiosos y organismos internacionales- Costa Rica no circulará con ninguna de las primeras cinco marchas, sino con la de retroceso.
Lo anterior significa que daremos pasos hacia atrás en el terreno de la desigualdad. Es decir, en lugar de cosechar prosperidad, estaremos sembrando una de las semillas más productivas para producir vulnerabilidad: el alejamiento de las aulas.
No es necesario poseer una bola mágica para adivinar ese duro escenario. ¿Cómo podría ser de otra manera en una nación que en los últimos meses ha visto crecer las tasas de informalidad y pobreza debido a la destrucción de empleos?
De allí el SOS por la educación costarricense, en especial -claro está- la pública, que es más frágil.
Gobierno, Asamblea Legislativa, partidos políticos, instituciones, empresas, cámaras, sindicatos, universidades, municipalidades, gremios, organizaciones no gubernamentales, asociaciones de desarrollo, fundaciones, iglesias, ciudadanos, ¡todos!, debemos hacer lo que esté a nuestro alcance -¡ojalá de manera coordinada!- para evitar un retroceso aún mayor.
Tenemos ante nosotros el desafío, la obligación y la oportunidad de emprender una verdadera cruzada en pro de evitar que una enorme ola de estudiantes de escuelas y colegios abandonen las aulas o hagan una pausa de la que difícilmente habrá retorno.
Es el futuro de Costa Rica lo que está en juego en medio de una economía global que recibe a los robots con los brazos abiertos y que, al mismo tiempo, le cierra puertas y ventanas a las labores que pueden ser sustituidas por la tecnología.
Hay quienes piensan que muchos de los problemas de nuestro país quedaron atrás con la partida del 2020, pero -y no pretendo ser ave de mal agüero- en este 2021 podremos apreciar las lamentables consecuencias del covid-19.
Un panorama muy crudo, cierto; pero más que eso, una oportunidad de unirnos como sociedad y construir en vez de perder el tiempo atacándonos, descalificándonos e insultándonos. Es en circunstancias como esta que podemos demostrar realmente de qué estamos hechos.
SOS…
José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente
ESTRUCTURA SOSTENIBLE
Por Ana Cristina Camacho Sandoval (*)
Si existe un gancho eficaz en la vida de las personas y en mayor grado de las empresas de cara al otro, es ser, o al menos parecer, bondadoso, solidario y dispuesto a enmendar errores.
Es una fórmula compleja, no siempre exitosa, porque requiere ante todo y de manera indisoluble, tres elementos básicos: método, perseverancia y convicción.
He estado relacionada a la sostenibilidad por al menos 10 años, sea escribiendo artículos periodísticos sobre buenas prácticas corporativas y tendencias, sea asesorando a empresas en la construcción e implementación de sus estrategias de triple línea base.
A lo largo de estos años he notado un escenario de altibajos, incluso de aquellas empresas maduras en su vivencia con la sostenibilidad y la responsabilidad social.
Podemos redefinir la estrategia, eso es sano y conveniente según la coyuntura social y económica; lo que no podemos hacer es redirigir esfuerzos sin ton ni son, sin consultas, ni indicadores, ni presupuesto, sin objetivos ni plazos.
Son momentos difíciles, de incertidumbre y constante preocupación. Los teóricos de la sostenibilidad aseguran que si bien la crisis del Covid-19 incrementó las amenazas y profundizó las desigualdades, también representa una oportunidad de oro para avanzar hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con más aliados y probablemente, más recursos disponibles para detener un aumento de la polarización social, la cual, a todas luces, afectará a todos en mayor o menor medida.
En este contexto de desasosiego resulta más evidente la necesidad de ponderar estos tres elementos esenciales a los que hago mención. Expongo acá algunos consejos brevemente.
El método requiere objetivos claros, trazar una ruta de corto, mediano y largo plazo con metas bien definidas, indicadores medibles y verificables. Una estrategia conocida y construida por todas las áreas claves de la organización, alineada a la estructura misma de la operación y apegada a los valores y principios.
Un método resiliente, capaz de moverse según las circunstancias, responder a las necesidades y expectativas de grupos de interés, especialmente a los más cercanos: accionistas, directivos, colaboradores, proveedores.
Como todo método consta de procesos y estos deben pensarse en una línea de tiempo que permita obtener resultados por etapas, subsanar defectos o desviaciones y poder redefinirlos; plazos suficientes para medir el impacto causado a lo interno y externo de la empresa y aplicar siempre sistemas de mejora y gestión basada en riesgos.
La constancia implica no ceder ante acontecimientos que amenacen la estrategia definida. Que hay crisis, que llegó un nuevo jerarca, que se redujo el presupuesto; que hubo cambios en la estructura corporativa. Vivimos tiempos turbulentos, de eternos desafíos. Las empresas prueban diariamente su capacidad de adaptación e innovación. Bueno, pues la sostenibilidad debe ser parte de esa ecuación. Se tiene un enfoque sostenible o no se tiene.
Hay que realizar consulta a partes interesadas periódicamente (cada año, dos o tres, según se defina en los procedimientos internos), aunque resulte incómodo escuchar sus quejas o demandas; deben hacerse estudios de clima organizacional y encuestas de satisfacción de clientes con rigurosidad, con metodologías probadas, aunque la fotografía que se muestre no nos agrade.
Finalmente, y creo que la más importante: creérsela. Prefiero una empresa que no apoya la sostenibilidad y como tal, no se desgasta en oratorias ni activismos, a aquellas en enarbolan banderas verdes, éticas y socialmente responsables en cada podio, pero que en esencia no sabe hacia dónde va, ni lo que quiere ni cómo lo quiere.
Un día apuesta por la igualdad de género, otro día defiende la vida de los océanos, luego ve réditos apoyando a emprendedores y más tarde, su lucha gravita en torno a la discapacidad.
No hay duda de que todos estos temas son relevantes para una sociedad, pero ninguna empresa por más grande que sea puede ni debe estar llamada a responder a cada una de estas demandas.
Convicción significa en primera instancia tener la absoluta certeza que la sostenibilidad es el norte idóneo para gestionar el negocio y a partir de esta premisa, implica facilitar recursos humanos, financieros, tecnológicos, estratégicos; además, involucrarse, priorizar, hacer alianzas.
Siempre habrá en las empresas incrédulos o incluso, a quienes la sostenibilidad ni les suma ni les resta. No ven más allá de los estados financieros o de los riesgos operativos.
Una estrategia no puede detenerse por ellos, aún cuando se hagan ingentes esfuerzos por “evangelizarlos”; mientras que los tomadores de decisiones -junta directiva, alta dirección y al menos los principales jerarcas de los procesos claves- reconozcan el valor de gestionar el negocio a partir de los tres pilares de la sostenibilidad, las posibilidades de éxito y de avanzar consistentemente en esa dirección, son altas.
(*) Ana Cristina Camacho Sandoval es periodista y se ha especializado en temas de sostenibilidad.
Preguntas básicas sobre transmisión, medición del R, la naturaleza del virus, el funcionamiento de una posible vacuna o qué hace a esta enfermedad tan diferente a otras, han sido ignoradas
Por David Ching (*)
Relegado a pequeñas curiosidades o a resaltar logros que en muchas ocasiones parecen poco relevantes a la vida diaria de las personas y escondido en una pequeña sección de media página de los periódicos (justo antes de las cinco o más cuartillas dedicadas a deportes) es donde, usualmente, podemos encontrar al periodismo dedicado a la cobertura de la ciencia.
Por mucho tiempo esta disciplina ha sido tomada con poca seriedad, como si los conocimientos científicos no fueran trascendentales para comprender nuestro mundo o no afectaran la cotidianidad de todos los ciudadanos, y aunque el 2020, más que cualquier otro año, nos ha demostrado la importancia de los avances y el trabajo científico, la cobertura en los medios no ha cambiado su actitud.
Cuando la pandemia empezó a protagonizar los titulares de todos los periódicos del mundo, muchísimas preguntas empezaron a surgir. Era recurrente, y hasta cierto punto aún lo es, escuchar que uno de los mayores desafíos nace de las tantas cosas que ignoramos del virus.
Como pocas veces, la necesidad de información se convirtió en una de las más apremiantes y esta hambre por comprender a lo que nos enfrentábamos se volvió parte de nuestra cotidianeidad.
Aun así, y a pesar de que una parte central del ejercicio periodístico es precisamente suplir esta carencia, la cobertura alrededor de este tema ha dejado mucho qué desear.
Muchas preguntas básicas sobre transmisión, medición del R, la naturaleza del virus, el funcionamiento de una posible vacuna o qué hace a esta enfermedad tan diferente a otras, han sido ignoradas en la mayoría de las coberturas nacionales.
Para obtener estas respuestas, muchos ciudadanos hemos tenido que acudir a publicaciones de expertos o videos de YouTube y de Facebook, algo que por su naturaleza puede ser riesgoso; particularmente para quienes no somos profesionales en la materia.
Bien se podría argumentar que esa es la labor de las autoridades y del Ministerio de Salud y no de los medios mantener a la población informada sobre estos temas; pero, lo cierto es que también suele resultar peligroso basarse, únicamente, en los comunicados oficiales para informarse.
De hecho, es precisamente por esto que se necesita una prensa independiente y responsable. Ningún periódico responsable y respetado cubriría temas de política, realidad nacional o economía limitándose a retransmitir la información del gobierno.
Decepcionante
Es por esto por lo que resulta decepcionante, aunque no sorprendente, la carencia de estos enfoques en los medios de comunicación tradicionales.
En medio de una pandemia, donde nuestra comprensión de la biología del virus es necesaria, la prensa diligente, que cubre temas con un enfoque analítico, poniendo como primer interés que los ciudadanos se informen y comprendan la noticia, ha brillado por su ausencia cuando de cobertura científica se trata.
Se han trabajado en detalle otras secciones de los periódicos (lo cual es muy positivo), como la realidad política y económica, así como los impactos que ha tenido la pandemia en la sociedad. Y aunque amplias quejas se pueden hacer sobre los enfoques, análisis que publican los medios tradicionales, la ausencia no es una de ellas, como sí se produce en el tema de la ciencia.
Hay quienes argumentarían que un lector común, sin particular entrenamiento o formación en estas áreas, carece de las herramientas para comprender una noticia que trate esto en detalle, pero lo cierto es que esto no ha detenido nunca a un periódico tradicional para realizar otro tipo de coberturas.
Más aun, el constante influjo de recursos que, desde otras plataformas (revistas especializadas, videos virtuales, infografías, etc.) que se han desarrollado para explicar el virus, así como el consumo de estos recursos, muestra que la comprensión, al menos a un nivel superficial, de estos temas, es algo alcanzable.
Desgraciadamente, la falta de cobertura por parte de la prensa tradicional ha exacerbado la confusión general y, en gran medida, ha permitido el crecimiento de las noticias falsas y las teorías de la conspiración.
Falta capacitación
De esta manera, mi hipótesis y la razón por la que no me resulta sorprendente esta decepción, es que lejos de ser los ciudadanos quienes no tienen el conocimiento científico para comprender la ciencia detrás de la pandemia, son los medios tradicionales quienes no están capacitados para darle una cobertura apropiada al tema.
Prueba de ello, como dice el primer párrafo de este escrito, es que desde, al menos hace varias décadas, el periodismo científico se ha marginado. No se le da importancia y las notas de “ciencia y tecnología” no suelen buscar siempre que los lectores sean personas más versadas, críticas y comprensivas cuando terminen de leer la noticia. Luego de tanto tiempo de seguir este patrón, es difícil toparse con alguien con la disposición y formación para cambiarlo.
La decepcionante ausencia del periodismo científico, tanto en esta coyuntura como en casi cualquier otra, debería preocuparnos mucho.
En un mundo donde el manejo de datos, tecnología y la comprensión de la ciencia, paulatinamente, se han ido convirtiendo en una necesidad, esta carencia toma cada vez más forma de negligencia irresponsable.
No es sólo el hecho de que en media pandemia no pudimos contar con los periódicos tradicionales para poder informarnos y comprender nuestro mundo, es también la realidad de que los medios fallaron en su rol de formación ciudadana.
Hoy, quizá más que en cualquier otro momento, para enfrentarnos al mundo necesitamos comprender el estado actual del conocimiento y el pensamiento científico, y ya hay muchas evidencias sugiriendo que el haber ignorado esto por tanto tiempo, nos está pasando la factura.
(*) David Ching es economista y periodista graduado de la Universidad de Costa Rica. Posee una maestría en Comercio internacional, finanzas y desarrollo, de Barcelona Graduate School of Economics.
La pandemia muestra el potencial del talento nacional para la innovación público y privada a través del diseño y desarrollo de diversos equipos médicos
Por Aitor Llodio (*)
El COVID-19 puso en jaque los sistemas de salud de países en desarrollo y avanzados, puso en estado de coma a la economía nacional y la mundial. Se estima que no recuperaremos los niveles del PIB global en al menos 5 años, aunque algunas voces más pesimistas auguran que tomara una década.
En Costa Rica, el virus paralizó el turismo que es uno de los sectores económicos más importantes del país, y producto de ello, la tasa de desempleo aumentó en los últimos meses del 14% al 24%.
La reactivación económica es prioridad, pasa por mantener el empleo y la supervivencia de las pequeñas y medianas empresas en el país. Muchas de estas son parte importante de cadenas de valor como la del turismo, el sector agro y ciencias de la vida.
En ese último, Costa Rica es un hub mundial, albergando más de 90 empresas líderes, incluyendo 6 de las 20 empresas más grandes de dispositivos médicos en el mundo. El impacto de este sector en la economía nacional podría aumentar significativamente a través de la generación de nuevos productos y servicios promovidos a través de alianzas entre instituciones públicas, las empresas, la academia y organizaciones de la sociedad civil.
Las alianzas público privadas en el sector salud no son nuevas en Costa Rica. A finales de los 80 la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) impulsó las cooperativas de servicios de salud con el objetivo de desarrollar un nuevo modelo de atención en salud centrado en la atención integral con énfasis en acciones de promoción y prevención, fundamentada en la estrategia de atención primaria.
Lo que inició con CoopeSalud RL en Pavas evolucionó a un modelo costo efectivo que hoy opera a través de un convenio entre las CCSS y proveedores de salud privados tales como COOPESIBA, COOPESALUD, COOPESAIN, COOPESANA y ASEMECO. Bajo esquemas de prestación descentralizados se ofrecen servicios de salud en 164 de los 1º094 EBAIS del país, beneficiando a cerca de 600.000 personas.
Desde entonces se impulsa una gran gama de alianzas público privadas no contractuales, como las realizadas por el sector de la caña en la lucha contra las enfermedades renales crónicas con un liderazgo destacado del Ingenio Taboga, que permite reducir los niveles de estas enfermedades a la vez que se mantiene la población trabajadora sana y productiva gracias a estrictos protocolos de salud e hidratación.
En el 2006 se implementó el Programa Manitas Limpias con el que la CCSS, el Ministerio de Educación Pública, Colgate-Palmolive y Punto Rojo, se propusieron reducir las enfermedades respiratorias, diarreicas y otras de tipo infecciosa, realizando diversas campañas de concientización para escolares, adultos mayores y población en general. Esto sirvió de ejemplo y guía para implementar el correcto aseo de manos durante la pandemia y a su vez, reducir los casos de enfermedades virales.
“Costa Rica tiene la oportunidad de transformarse en un Sillicon Valley de las ciencias de la vida, y generar cientos de nuevos empleos de calidad”.
Aitor Llodio, Director ejecutivo de ALIARSE
La alianza ALSALUS entre la CCSS, AutoMercado, Hospital Clínica Bíblica y la Fundación ALIARSE se enfoca en atender a mujeres entre 45 y 69 años, en zonas geográficas de difícil acceso, para realizar mamografías y detectar de manera temprana el cáncer de mama. Hasta la fecha, se han realizado más de 43.500 mamografías, y gracias a la atención temprana de casos positivos o bajo sospecha, se ha brindado atención oportuna a más de 450 mujeres.
Estos esfuerzos podrían potenciarse si somos capaces de identificar problemas de salud no resueltos donde las alianzas publico privadas promuevan el planeamiento de estrategias sanitarias y acciones de promoción de la salud y de la prevención de las enfermedades que ocurren con mayor frecuencia en el país.
Durante la pandemia se han potenciado las alianzas público privadas en el ámbito de la salud, siendo la donación de kits y equipos de prueba, equipos de protección, el transporte de medicamentos a pacientes crónicos o el transporte de pacientes con cáncer a la terapia algunas de las iniciativas más conocidas.
La pandemia muestra el potencial del talento nacional para la innovación público y privada a través del desarrollo de ventiladores manuales; el diseño, evaluación y producción de equipo de protección personal; el diseño y producción de hisopos para la toma de muestras respiratorias, e investigaciones relacionadas con terapias médicas con suero equino, así como el desarrollo de medicamentos antivirales.
Para llevar estos procesos a escala e incentivar y reforzar la generación de innovación para la salud en el tiempo, será necesario el liderazgo político y empresarial que fomente la inversión para la innovación en el país, y la identificación de áreas prioritarias para el desarrollo de proyectos de interés público privado.
Adicionalmente, se deben superar desafíos como el exceso de burocracia en procesos críticos, fortalecer la capacidad de investigación en algunas instituciones públicas y priorizar recursos para el desarrollo de proyectos público privados.
Costa Rica tiene la oportunidad de transformarse en un Sillicon Valley de las ciencias de la vida, y generar cientos de nuevos empleos de calidad, hoy por cierto más necesarios que nunca.
Para ello debe crear un ecosistema adecuado para generar diseños colaborativos e innovación a través de investigación biomédica y farmacéutica con la articulación y la colaboración de instituciones públicas, academia, empresa, así como organizaciones de pacientes y de la sociedad civil. ¡El futuro está en nuestras manos!
(*) Aitor Llodio es Director Ejecutivo de ALIARSE, la organización promotora de las alianzas público privadas para el desarrollo de Costa Rica. Aitor es consultor asociado senior de The Partnering Initiative (Reino Unido) y ha sido consultor en temas de alianzas público privadas para el BID, OECD, GIZ, UICN entre otros. Tiene una Maestría en Evaluación y Gestión Ambiental de la Universidad de Oxford Brookes, Reino Unido.
Es importante establecer conexiones emocionales entre los niños y sus familiares. El afecto y la emoción son condiciones fundamentales para el aprendizaje.
Por Karen Acuña Picado (*)
En el contexto actual, estamos siendo conscientes de la dimensión de la incertidumbre en nuestra realidad. Es una sensación de inquietud, de desconcierto que ya existía en nuestras vidas en mayor o menor medida, aún antes de la pandemia. Pero claro, en esta nueva normalidad, es común que la incertidumbre se perciba más cercana y de formas más concretas.
En el caso de la educación, la crisis sanitaria que estamos viviendo ha hecho que esta se haya tenido que trasladar de la escuela al hogar y del aula a la pantalla; las familias han debido asumir el papel de acompañantes del aprendizaje, rol anteriormente reservado para los docentes.
En particular, en el caso de niños y niñas, el aprendizaje en la pantalla se vuelve muy lejano, aumentando aún más la sensación de incertidumbre, tanto para los pequeños, como para las familias. Con estudiantes en edad preescolar y escolar que están aprendiendo en la casa, hay algunas condiciones necesarias para favorecer el aprendizaje en esos momentos, más allá de repetir el modelo tradicional de la educación en una pantalla.
Aprovechando el espacio de descanso que tenemos ahora, y en preparación para el siguiente año lectivo, las familias pueden ser socios en la creación de actividades que integren a todos los miembros de la familia. Esto por sí solo, hará rescatar la oportunidad de compartir y aprender al mismo tiempo.
En primer lugar es importante establecer conexiones emocionales entre los niños y sus familiares. El afecto y la emoción son condiciones fundamentales para el aprendizaje. Y eso implica no dejarse abrumar por la incertidumbre y tomar la decisión de hacer las cosas de manera diferente; de una forma intencionada para reducir los posibles escenarios de estrés a los que todos nos enfrentamos ahora.
Por ejemplo, podemos sentarnos junto con los niños y las niñas a planear. Empecemos por tomarlos en cuenta en las decisiones que vayamos a tomar. Preguntemos: ¿Qué les gustaría aprender? Esa respuesta, nos ayudará a decidir los momentos oportunos para hacer la actividad, materiales o espacios necesarios e incluso, podemos extender la invitación para que participen otros miembros de la familia.
“La idea es generar experiencias que permiten fortalecer su vínculo afectivo por medio de la conversación y escucha, la creatividad y la expresión transformando la incertidumbre, en aprendizaje”.
Karen Acuña Picado, Gestora Pedagógica de la Universidad Castro Carazo
Otra opción, es la elaboración de una obra de arte en la cocina (sí, en la cocina). Para pintar, en vez de usar pintura tradicional, necesitamos buscar condimentos de color amarillo o naranja, frutas de color fucsia como la pitaya o una hortaliza como la remolacha, alimentos que naturalmente desprenden líquidos llenos de pigmentos de color que podemos usar como pintura y también aprovechar su textura.
Por ejemplo, para inspirarnos podemos asomarnos por la ventana o abrir la puerta de la casa para empezar a crear en conjunto, siendo cómplices no solo de la creación de una pintura, sino de la creación de un espacio para conectar con la familia, aprender sobre colores y texturas, y también a construir en equipo.
Y crear un libro. Usualmente no somos conscientes del nivel de exposición a información que tienen los niños y las niñas. Encendemos la televisión, conversamos con otras personas, o ellos mismos tienen acceso a fuentes de información en línea, y capturan información que puede impactar sus pensamientos y como consecuencia, sus acciones.
Es por ello importante proponer la construcción de algún recurso que sea el espacio en donde vaciar nuestras ideas acerca de cómo nos ha hechos sentir la pandemia. En conjunto, podemos escoger materiales y espacios para hacerlo.
Podemos generar preguntas que inviten a aportar, como: ¿Qué es una pandemia? ¿Cómo te has sentido en estos meses? Si tuvieras el poder de cambiar algo, ¿qué sería? Estas respuestas las podemos ver en forma de dibujo, frases, recortes o fotografías. Por ejemplo, una pérdida concreta para los niños y niñas, es la posibilidad de compartir con sus amigos y amigas en receso. A partir de ahí, podemos plasmar en el libro posibles soluciones para comunicarse nuevamente y rescatar esos valiosos espacios que les permitían aprender y desarrollar habilidades sociales.
Como vemos, estas actividades y proyectos, además de permitir a las familias y a los niños y niñas compartir, van a generar experiencias que permiten fortalecer su vínculo afectivo por medio de la conversación y escucha, la creatividad y la expresión transformando la incertidumbre, en aprendizaje.
(*) Karen Acuña Picado es una profesional que cuenta con formación y experiencia en las áreas de preescolar, enseñanza del inglés, administración educativa y currículo. Actualmente, se desempeña como Gestora Pedagógica desde el Laboratorio de Aprendizaje de la Universidad Castro Carazo.
La oposición a las intervenciones militares en el exterior, la indignación ante las actitudes de discriminación racial y la oposición al maltrato de los inmigrantes forman parte de la nueva cultura “americana”
Por Luis Gabriel Castro (*)
Las elecciones en Estados Unidos parecieran ser otro capítulo de una larga y compleja historia en la que se mezclan fantasía, realidad y ciencia ficción. Pero es mucho más que eso.
Esta elección representa una especie de choque entre dos formas de ser, de pensar y de comportarse por parte de la población de ese país y, por lo tanto, tiene toda la apariencia de un choque interno de culturas. Pero, además, la historia no ha terminado.
La fantasía actual comenzó con el presidente Trump desde que fue candidato en el 2016. Los medios, conociéndolo como personaje millonario, protagonista de televisión y de reality shows, desde el principio lo vieron así, como era en sus programas y no como un verdadero político. Pero el problema es que él no solo confirmó las percepciones de los medios, sino que las profundizó, hasta convertir la anterior campaña en un espectáculo de su propiedad.
La realidad es clara tanto en la campaña del 2016 como en la del 2020. Y no es bonita; había suficientes personas que estaban realmente inconformes con su propio mundo, sintiendo molestia por las nuevas corrientes de ruptura, por los tratados de libre comercio que les quitaban puestos de trabajo, por la relación permisiva con Cuba y los países comunistas latinoamericanos y, especialmente, por la situación personal de los creyentes en aquel Estados Unidos de siempre, el que añoraban y se les iba de las manos. Dichas personas fueron suficientes en el 2016 para ganar la elección y en el 2020 para llegar al extraño final electoral del momento, luego de que ambas campañas se convirtieron en una sola.
El carácter de ciencia ficción es contribución de la época, combinada con el estilo de Trump. La pandemia puso a todo el planeta en una situación solo comparable con una película de dicho género, al vernos repentinamente aislados, temerosos y con una incertidumbre que, en lo personal, jamás había conocido en toda mi vida, que ya cuenta bastantes primaveras.
Los anteriores aspectos, además de que hacen más severos el entorno y la situación de fondo, también son señales de ese algo más profundo que mencioné al principio; un choque de culturas.
Las raíces de la situación vienen de bastante más atrás. En realidad, su origen es la base misma de la nación norteamericana, multicultural, forjada a través de la inmigración, el encuentro de desafíos con la búsqueda de un destino común y la lucha por conquistarlo, así como la diversidad étnica de los inmigrantes y sus creencias. La guerra civil dejó marcas indelebles y la cuestión racial se convirtió en uno de los temas más profundos de división y de unión hasta el día de hoy.
La cultura “americana”, como se le ha llamado a la de Estados Unidos, se convirtió en una mezcla única de características creadas por la vida en el país, la convivencia entre sus semejantes, las consecuencias de sus culturas ancestrales y las necesidades de crecimiento y bienestar. Esa cultura “americana” fue capaz de llevar al país adelante por muchas guerras, dificultades y forjó una forma de ser que todos aprendieron a reconocer y a sentirse orgullosos de ella.
Dicha cultura tradicional se distinguía por una serie de valores y formas de pensar y actuar bien definidas. El ciudadano que las representa, consciente de ello, las lleva como medallas en el pecho de su personalidad. Nos referimos a la dedicación al trabajo, la competitividad, el amor a la patria y a la bandera como su símbolo, el afán de superación, el orgullo nacional, la exigencia de ser los mejores, la percepción de invencibles en los deportes y en lo militar, la valentía como símbolo de honor, el culto a los padres de la patria, el respeto a la ley y el orden, los valores cristianos y evangélicos, entre otros rasgos.
Esa cultura dio la bienvenida a la gran inmigración de los dos primeros tercios del siglo pasado y, aunque no siempre con los brazos abiertos, logró integrar a grandes grupos étnicos provenientes de diferentes países de Europa y de México, los que primero se vieron forzados a vivir en zonas donde se concentraban los habitantes del mismo origen.
We the people, primera frase de la Constitución, dice mucho más de lo que expresa literalmente. Toda esa gente, desde los peregrinos fundadores con el espíritu del Mayflower y la Roca de Plymouth, hasta los provenientes de muchos países europeos en el siglo 20, se fueron convirtiendo en una sola gran sociedad, que creció unida, enfrentó la guerra de independencia, la guerra civil, la Primera y la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Corea (entre otras) con un mismo rumbo cultural de nación unida e independiente, que se convirtió en el melting pot; la olla donde todos se fusionaron en una sola nación y asimilaron su cultura.
Hasta ahí
Llegaron los años 60 y la guerra de Vietnam empezó a cambiar todo en el mundo y se intensificaron las divergencias culturales internas. El conflicto vietnamita se convirtió también en una guerra fría interna, entre nuevas generaciones opuestas a la intervención militar y el resto del país.
El presidente Johnson ordenó en 1964 intensificar los bombardeos sobre Vietnam del Norte y el aumento de las fuerzas militares en Vietnam del Sur, como respuesta al ataque de lanchas rápidas norvietnamitas al USS Maddox, un buque norteamericano que navegaba en el golfo de Tonkin.
Se dijo, posteriormente, que dicho ataque solo se usó como excusa para entrar más de lleno en la guerra. De todas formas, con o sin Tonkin, EE. UU. seguía oficialmente fiel a su tradición de genuinos “vigilantes” de la democracia en el mundo. La guerra de Vietnam se convirtió -en el corazón de quienes la apoyaban- en una lucha por la democracia y contra el avance comunista en el planeta.
La intervención en ese país trajo un fuerte rechazo a la misma y comenzó a manifestarse en una gran ola social; una especie de tsunami de opinión que nadie podía detener y que, por otras vías y con otros temas, continúa hasta el día de hoy.
Desde el principio fue una fuerza de cambio cultural y, a la vez, una energía divisoria, por factores de creencias e ideología, por la amenaza percibida del comunismo y las izquierdas, por un lado, y el deseo de promover una cultura de paz; por otro lado; el respeto versus el abandono de principios cristianos tradicionales y, en ambos bandos, los adeptos se cuentan por millones.
La gran ola de la nueva cultura crece, se hace fuerte y prevalece en las zonas de más cercanía a los grandes centros de población y mayor exposición a los acontecimientos mundiales: los centros cosmopolitas. En ellos el tiempo es más corto, la prisa es la velocidad natural y los objetos adquieren más valor como posesión, no solo por su valor material sino por su valor social, muchas veces sustentado en lo que otros aspiran a tener.
La característica básica de estos centros de población y ejes culturales es la incapacidad para posponer las recompensas; es decir, el querer que todo nos “premie” de inmediato.
Esta misma tendencia trajo como consecuencia un alejamiento de lo espiritual y, por lo tanto, de algunos de los principios sobre los cuales se fundó la nación americana.
Materialismo y relativismo empezaron a ser una corriente importante. Ahí se agudizó el choque. La moral siempre fue parte esencial de la cultura y Dios, uno de los sustentos fundamentales (God and Country). Al romper con muchas de las creencias cristianas muchos vieron de inmediato una brecha entre su forma de ser y la “persona americana” de tradición.
Entre las opiniones, actitudes y conductas de la nueva cultura podríamos mencionar la oposición a las intervenciones militares en el exterior, la indignación ante las actitudes de discriminación racial y la oposición al maltrato de los inmigrantes (en curiosa armonía selectiva con la fe cristiana), la crítica y rechazo a la historia de conquista de los pueblos nativos americanos, la aceptación del matrimonio de personas del mismo sexo, el apoyo al aborto, como decisión de la mujer embarazada, y una abierta disposición a coexistir con los líderes e ideologías de izquierda.
El país blanco
Llegamos al día de hoy con un nivel de tensión máximo entre las dos culturas contrapuestas y sus dos exponentes actuales: el presidente Trump y el presidente electo Joe Biden, acompañado de otros símbolos de la nueva cultura como la candidata a vicepresidenta, Kamala Harris, clara representante de la renovada cara de los Estados Unidos, que deja atrás la imagen de un país de raza blanca, para convertirse en una nación de múltiples colores, lo cual es una razón adicional para aumentar la carga emocional del choque de culturas.
El país blanco de siempre (como idea clásica americana) convertido en el país multicolor, donde pronto habrá más niños de otras razas que niños blancos. ¿Quién lo apoya?… ¿Quién no, aunque sea con cierta inquietud? Eso define muchas cosas y entra en el campo más peligroso, el de la identidad. ¿Qué somos?, diría un “americano”. Y en la dificultad de la respuesta queda clara la tensión.
Para bien o para mal Trump es el más claro símbolo de resistencia en contra de esa gran ola de cambio cultural que domina medios, universidades, comunidad empresarial, ONG y fundaciones; así como el mundo del arte y del cine, pioneros promotores de esta nueva corriente que podríamos llamar de ruptura.
A la fecha en que escribo estas líneas, Trump finalmente ha autorizado el proceso de transición hacia su oponente, pero también ha realizado una fuerte campaña en torno a la idea de un fraude electoral.
En paralelo, se produce hasta hoy una impresionante oleada de desinformación, en la que se exponen y refuerzan las teorías de conspiración expuestas por el mismo mandatario, sus líderes y seguidores y que tienen un potencial muy grave: provocar una mayor división en un Estados Unidos ya seriamente polarizado, porque quienes creían en Trump lo siguen haciendo y, porque el resto siente que se ha librado de un personaje nocivo para la dignidad de la nación.
Nadie se imaginó lo que sucedería en el 2020. Siendo Trump el líder que, supuestamente, rescató la cultura de tradición, luego se derrotó a sí mismo. La angustia cultural que lo hizo presidente en el 2016 aún está viva y sigue adelante.
Trump obtuvo ahora más votos que cuando ganó las elecciones. Pero no pudo vencer al desgaste auto infligido de su figura ni a la pandemia que acabó con su primera fortaleza en términos de resultados: la economía.
Fue él quien ignoró el peligro del coronavirus y, por falta de un plan concreto, generó tanto daño a la economía que borró con su propia mano sus méritos en el empleo y la producción.
Fue él quien ignoró el dolor sufrido por la gente de color en los casos de abuso policial que terminaron en la muerte de seres humanos y así, por su aparente falta de compasión, hizo prescindible su papel como líder de la cultura tradicional de Estados Unidos.
Pero la historia no ha terminado, aunque perdió la elección, aún no ha perdido el futuro y veremos qué nos dice el paso de los años. Estaremos atentos observando el próximo capítulo. No se trata de la fuerza de Trump, sino de la fuerza de la cultura de la mitad de Estados Unidos.
(*) Luis Gabriel Castro es un profesional de la Comunicación, experimentado en varias ramas y especialidades de la misma como las Relaciones Públicas, los Asuntos Corporativos y Públicos, la Publicidad, la Comunicación Política, la Comunicación Institucional y otros tipos de comunicación especializada en sectores industriales e institucionales. Al día de hoy, activo como consultor independiente, suma 57 años de actividad en comunicación.