Nuestra mente es una asidua consumidora de coherencia narrativa, dispuesta incluso a dejar de ver los hechos o silenciar la divergencia

Por Jorge A. Rodríguez Soto

En la actualidad se encuentran disponibles grandes flujos de información, debido al avance de los medios y tecnologías de comunicación. Ante esta situación el pensamiento crítico se plantea como una necesidad: la capacidad para discriminar entre toda esta oferta de información y construir un criterio propio. Resulta común la promoción de este tipo de pensamiento, pero, ¿es realmente tan sencillo?

Para responder a esta pregunta deben explorarse ciertas propiedades del sistema cognitivo humano. Y la mejor forma de abordarlas en poco espacio es mediante la demostración directa con una sencilla imagen, a continuación:

Pese a lo garabateado de la imagen puede leerse fácilmente a, b, c, d en la primera fila, 7, 8, 9, 10 en la segunda y p, q, r, s en la tercera.

Al ver la imagen se tiene la impresión, con total seguridad, que este es el significado de los signos.

Mas si nos detenemos por un momento a analizar la imagen, nos daremos cuenta que los símbolos leídos como b, d, 9, p y q son exactamente el mismo. La única variación en ellos se encuentra en la orientación de algunos y el contexto en que se presentan.

Lo interesante de este tipo de ejercicios es que la ambigüedad de la representación no se hace notar hasta que se señala explícitamente. Revelando indirectamente algunas propiedades interesantes del pensamiento humano, que se extienden más allá de la simple lectura de garabatos.

En primer lugar, se ha descubierto que las interpretaciones que hacemos de lo que percibimos dependen del contexto en que se presente. Regresando al ejemplo, elegimos leer b, d, 9, p o q según que acompañe al símbolo; en dos casos lo asociamos al orden alfabético, en el otro al numérico.

El cerebro prefiere las historias coherentes y consistentes.

Además de ello, y algo alarmante, se ha demostrado que el cerebro tiende a suprimir las interpretaciones ambiguas automáticamente. La mente evalúa los estímulos, realiza una asociación para determinar la interpretación más coherente, y la presenta a la consciencia, ocultando el rastro de las posibles interpretaciones divergentes, como se demostró con la imagen.

Lo anterior implica, literalmente, que nuestro cerebro toma decisiones que marcan nuestro comportamiento y pensamiento sin que nos demos cuenta.

Estas y otras propiedades de la cognición pueden resumirse, y generalizarse, en un simple enunciado: el cerebro prefiere las historias coherentes y consistentes.

Nuestra mente es una asidua consumidora de coherencia narrativa, dispuesta incluso a dejar de ver los hechos o silenciar la divergencia.

Hasta cierto punto esto es una ventaja evolutiva, pues este tipo de interpretaciones son rápidas, económicas y usualmente funcionales. Pero entrañan un riesgo, parafraseando a Freud, “ni la mayor verosimilitud protege del error”.   

Esto, a la vez, supone un reto al pensamiento crítico, y demuestra que no es tan sencillo. Pensar críticamente implica un esfuerzo cognitivo para ir contra tendencias naturales de la mente. El pensar críticamente se constituye como un ejercicio, que puede y debe entrenarse, ya que es posible corregir las tendencias sistemáticas de la cognición cuando se las tiene presentes.

Vale recordar uno de los lemas favoritos de Karl Marx, y título de un escrito de Kierkegaard: de omnibus dubitandum est, traducido como hay que dudar de todo; notando su connotación como un imperativo moral.

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Jorge A. Rodríguez Soto. Economista e investigador científico independiente.
jorgeandresrodriguezsoto@gmail.com