Cada acción del Estado va a implicar la obtención de recursos en detrimento de algún actor económico (o de todos), y cada inacción va a implicar al desatención de alguna necesidad

Por David Ching (*)

Una de las anécdotas más contadas en las escuelas de economía narra que Harry Truman (o John F. Kennedy, dependiendo de quién la cuente) pidió en su gabinete un economista manco, ya que todos los economistas que consultaba le decían “on one hand… and on the other” (por un lado… y por otro).

Esto parece no ser más que un chiste inocente o una mofa al gremio, pero pocas historias se me vienen a la mente más apropiadas para describir nuestra situación actual.

Hoy Costa Rica, (y en realidad el mundo entero) se enfrenta a decisiones de política pública muy difíciles, no por el tenso clima política (aunque ciertamente no ayuda) ni por los sacrificios inherentes en las posibles soluciones (que definitivamente los hay), sino porque es difícil argumentar que existe un camino inequívocamente mejor que los demás.

La crisis económica que sufre el país, si bien fue detonada por la pandemia del Covid-19, es en realidad una tormenta perfecta que difícilmente pudo caer en un peor momento.

El Ministerio de Hacienda reportó al cierre del 2019, un déficit fiscal de 6,96% del PIB y una deuda del 58,5% del PIB.

Por otra parte, en el mismo año, según el Instituto Nacional de Estadística y Censo, un 20,98% de los hogares vivía por debajo de la línea de pobreza, la tasa de desempleo abierto era del 12,4% y el porcentaje de personas ocupadas con empleo informal era de 46,5%.  

Esto significa que el Covid-19 llegó a Costa Rica para generar una importante contracción económica, en un momento en que las necesidades de la población eran muchas y los recursos con los que contaba estado eran pocos.

Una difícil solución

En el tanto estos tres hechos se mantengan (la contracción económica, las altas necesidades de la población y los limitados recursos del estado), estamos en una situación delicada, ya que, ni la economía está generando la riqueza necesaria para enfrentar los problemas sociales, ni el Estado tiene la capacidad de atender las necesidades de la población.

Por esto, cada acción del Estado va a implicar la obtención de recursos en detrimento de algún actor económico (o de todos), y cada inacción va a implicar al desatención de alguna necesidad o, al menos, la pérdida de un posible beneficio a algún actor social. Es difícil descifrar una solución en la que alguien gane, sin que alguien pierda.

Ante un escenario tan difícil, y a sabiendas de que no hay razones para pensar que al cierre del presente año las cifras compartidas anteriormente vayan a mejorar (por el contrario, toda evidencia muestra que van a empeorar), es particularmente complejo encontrar soluciones.

No sólo porque al ver nuestras opciones, ninguna se perfila de manera irrefutable como la ganadora, sino porque las disyuntivas a las que nos enfrentamos no se pueden ver ni pesar con claridad.

No existe un precedente claro sobre cómo atender pandemias en el siglo XXI, las decisiones deben tomarse sopesando diversas disciplinas (no sólo, hay factores económicos, sino, por ejemplo, de salud) y no tenemos motivos para pensar que lo peor ha pasado.

Por si todo esto fuera poco, como personas nos es muy difícil comparar situaciones en las que no estamos, y eso es precisamente lo que tenemos que hacer para observar bien nuestro panorama.

Los dilemas a los que nos enfrentamos son complejos porque nos obligan a imaginarnos diferentes escenarios, ninguno de los cuales es idílico.

Mantenerse a flote

Por supuesto que para nosotros sería muy fácil decir que una política pública es nociva si nos deja en una situación peor que la que estamos actualmente, y por ende, lo mejor sería no llevarla acabo, pero esa no es la disyuntiva a la que nos enfrentamos.

Hoy nuestras opciones no parecen llevarnos a situaciones más favorables que la actual, indiferentemente de cual camino tomemos.

No estamos llevando a cabo un proyecto, estamos intentando mantener a flote una situación de crisis y por esto, la mejor decisión posible no es la que nos deja mejor mañana que hoy, sino la que nos asegura un futuro mejor que todos los demás futuros posibles (aunque nos deje peor que la del presente)

La crisis del Covid-19 nos ha puesto a decidir, como sociedad y país, entre una serie de escenarios complicados.

No existe la pomada canaria que pueda resolver todos los problemas económicos a los que nos estamos enfrentando y la incertidumbre reina.

Nadie puede asegurar cuándo tendremos la vacuna, cuando se irá el virus o cuando volveremos a ver crecimiento económico.

Lo mejor que podemos hacer es usar la información que tenemos para sopesar las diferentes posibilidades, porque, volviendo a Truman, actualmente tenemos muchos economistas con muchas manos, ninguna de las cuales es bonita o segura, pero sería bueno que todas, o al menos la mayoría, se enfoquen en tratar de construir y dialogar.

(*) David Ching es economista y periodista graduado de la Universidad de Costa Rica. Posee una maestría en Comercio internacional, finanzas y desarrollo, de Barcelona Graduate School of Economics.