Que no me agrade ninguno de los candidatos no es razón para no votar. A fin de cuentas tampoco me gustan ciertas circunstancias de la vida social cotidiana, y sin embargo las acepto porque tengo que tomar decisiones en cosas que podrían llegar a afectarme

Albam Brenes Chacón

Parafraseo la conocida frase del soliloquio de Hamlet porque eso es lo que pienso con respecto a la votación del próximo 3 de Abril, en la que se elegirá al próximo presidente de nuestro país.

Y conste que ni me alegra ni me tranquiliza saber que simplemente soy uno más de los muchos ciudadanos de este país que tiene esa misma inquietud, porque ninguno de los dos candidatos termina de convencerlos.

Pero escribo estas líneas porque decidí enfrentar el dilema de “votar o no votar”, haciendo mi propio análisis de la situación, después del cual concluí que SÍ VOY A VOTAR el próximo domingo 3 de abril.

Incluso, escribí 6 razones que me llevaron a esa decisión, que voy a compartir aquí por si alguien quisiera contrastarlas con las suyas propias. Por supuesto, OMITO decir por quién voy a votar porque eso no viene al caso en mi texto.

1. Comencé pensando que si dudo tanto de ambos candidatos, la verdad es que podría votar por cualquiera de los dos. O sea, sin importar los planes o promesas que ellos hagan, a la larga es como cuando un vendedor de lotería me pone a decidir entre dos números y debo escoger solo uno de ellos. Tal vez no gane nada pero al menos beneficié a la Junta de Protección Social (o en este caso, a nuestra democracia).

2. Además, no me puedo fiar de los criterios que expresen otras personas, pues todos los humanos tendemos a sugestionarnos por quienes dicen lo que en el fondo queremos escuchar, sea a nivel intelectual, social, espiritual, etc. Por eso, me veo forzado a estudiar y valorar la información disponible, para tratar de convertirme en un ciudadano más consciente.

“Prefiero formar parte del grupo que a regañadientes se arriesgó y votó por alguno de los candidatos, y no del del grupo de “abstencionistas” que pierden el derecho moral a quejarse porque ni siquiera votaron”.

3. Tampoco puedo guiarme por el curriculum personal que los candidatos divulgan y ostentan, porque éste puede haber sido maquillado de muchas maneras. A la vez, no puedo ni debo creer en todas las críticas que se hacen de uno o del otro, porque sabemos que a menudo también están maquilladas. En ambos casos puede tratarse de información “cocinada” para atraer a los crédulos o incautos que quieren saber más de lo malo del candidato que de por sí menos les gusta. Información, a la vez, dirigida a quienes se han acostumbrado a comparar la vida con la simpleza de las películas de superhéroes vs. supervillanos.

4. Es preocupante el gran nivel de abstencionismo que hubo en la primera ronda (y que posiblemente habrá en esta segunda), pues traerá como consecuencia que el próximo presidente sea elegido por una parte muy pequeña de la población, lo que sin duda es peligroso. Por eso prefiero formar parte del grupo que a regañadientes se arriesgó y votó por alguno de los candidatos, y no del del grupo de “abstencionistas” que pierden el derecho moral a quejarse porque ni siquiera votaron.

5. Crecí con la convicción de que votar era un derecho y un deber de todo ciudadano. Igual que tenemos el derecho de recibir servicios de salud y el deber de cuidarlos y no mal utilizarlos. Por eso no puedo faltar al deber de votar solo porque dude de ambos candidatos, y porque nadie se va a dar cuenta de si voté o no. La realidad es que si estoy indeciso, ese mi problema y no del país ni de los candidatos. Mucho menos justificarme diciendo que no votar es mi forma de protestar por la falta de buenos candidatos.

6. Incluso, el hecho de que no me agrade ninguno de los candidatos tampoco es razón para no votar. A fin de cuentas tampoco me gustan ciertas circunstancias de la vida social cotidiana, y sin embargo las acepto porque tengo que tomar decisiones en cosas que podrían llegar a afectarme. A fin de cuentas de eso se trata ser un adulto: tomar decisiones y aceptar las consecuencias de éstas.

Y por todo lo anterior, entre decir “yo paso” o decir “yo voto”, prefiero esto último.

Albam Brenes Chacón, psicólogo y docente pensionado.