Son muchas las virtudes que admiro de mi madre, pero una de las que más me impresiona es su enorme capacidad para escudriñar el alma humana. En cuestión de pocos minutos, ella percibe qué tan confiable o de cuidado es una persona.

Esa mujer, Elizabeth Muñoz Madriz, cuenta con una especie de semáforo que le indica con quiénes se puede avanzar (luz verde), quiénes son de cuidado (luz amarilla) y con quiénes hay que frenar en seco (luz roja).

He aprendido, a lo largo de los años, a prestarle mucha atención a lo que dice el sexto y agudo sentido de mi mamá.

Además de inteligente, estudiosa, lectora, creativa, ingeniosa, crítica, emprendedora, valiente y responsable -entre otras virtudes-, esta dama es perspicaz.

La gente labiosa, aduladora, con poses prefabricadas e histriónica choca contra un muro de concreto cuando se relaciona con la progenitora de cuatro hijos y abuela de dos nietas y dos nietos.

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No es fácil, ¡para nada!, meterle diez con hueco a esta mujer que estudió educación cristiana y bibliotecología.

Mi padre, quien ahora vive en nuestras memorias y corazones, era un hombre noble dado a creer en los demás de buenas a primeras, por lo que en múltiples ocasiones fue su esposa quien le abrió los ojos sobre los riesgos o peligros que entrañaba un Fulano o una Sutana.

Enrique, Raúl, Vittorio, Johnny, Wálter, Francisca y muchos otros nombres de gente poco transparente o vivazos que procuran aprovecharse de la bondad y nobleza ajenas.

Cada vez que Elizabeth le decía a David que tuviera cuidado con determinado individuo, la primera reacción de mi padre era defender a la persona en cuestión, pero al cabo de algunos días o semanas terminaba por admitir que ella tenía razón.

Mi mamá es zahorí, esa palabra que el Diccionario de la Lengua Española define como “persona perspicaz y escudriñadora, que descubre o adivina fácilmente lo que otras personas piensan o sienten”.

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Es importante aclarar que esta mujer es perspicaz mas no suspicaz, vocablo que se refiere a la gente que vive en estado permanente de sospecha y desconfianza.

No, ella no forma parte del nocivo club de quienes ven dobles intenciones en todo, corrupción en todo, trampas en todo… también es capaz, ¡mucho!, de detectar bondad, generosidad, altruismo, solidaridad, honestidad.

Me gusta la perspicacia de Elizabeth, una actitud sumamente sana y necesaria en un mundo plagado de lobos con piel de oveja en política, economía, finanzas, religión, empresas, comercio, periodismo, publicidad, derecho, consejería…

En el Día Internacional de la Mujer celebro a las damas que, como mi madre, cultivan el espíritu crítico (no la chota), analizan, escudriñan, evalúan, dudan, confrontan, valoran, sopesan, cuestionan, debaten, argumentan, preguntan, piensan.

Soy uno de los orgullosos hijos de una mujer con espíritu crítico: Elizabeth la perspicaz. El mundo necesita más mujeres así, que no crean a ciegas en lo todo lo que leen, ven o escuchan.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente