Si cerramos la llave de las discusiones, debates, argumentaciones, cuestionamientos, confrontaciones y discrepancias alrededor de una mesa de negociación, ¿dónde y cómo vamos a ponernos de acuerdo?

En efecto, le pusimos cuernos, rabo y tridente a las conversaciones tendientes a buscar acuerdos nacionales. Además, perfumamos ese tipo de pláticas con azufre y las maquillamos con tizones y ceniza.

Satanizamos una de las más valiosas y necesarias herramientas de la vida democrática: el diálogo que procura acercar posiciones, buscar puntos de convergencia en torno a las muy diversas visiones que hay -¡afortunadamente!- sobre el desarrollo del país.

Una parte importante de la población, molesta -no sin alguna razón- contra el bipartidismo y medidas consideradas de corte neoliberal, llevó su enojo al extremo de clausurarle puertas y ventanas a la negociación política.

Así sucedió, para ser precisos, a raíz del llamado Pacto Figueres-Calderón, un acuerdo que se firmó el 28 de abril de 1995 en la Casa Presidencial.

Fue suscrito por el entonces mandatario José María Figueres Olsen, del Partido Liberación Nacional (PLN), y el líder de la oposición Rafael Ángel Calderón Fournier, del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC).

El acuerdo entre ambos, hijos de caudillos que se enfrentaron en la Guerra Civil de 1948 desde trincheras rivales -José Figueres Ferrer y Rafael Ángel Calderón Guardia-, tuvo como objetivo impulsar una agenda de proyectos legislativos.

Platos rotos

Algunas de esas iniciativas de ley: la liberalización bancaria, una reforma a la Ley de Pensiones del Magisterio Nacional y la sustitución del Ejecutivo Municipal por el Alcalde electo por medio de elecciones democráticas.

También la ley de creación de la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (Aresep), las llamadas Garantías Económicas, la Ley de Justicia Tributaria y cambios a la Ley General de Aduanas.

Asimismo, el “descongelamiento” de los bonos del Banco Mundial para la aplicación del Tercer Plan de Ajuste Estructural (PAE III), que incluía la conclusión del proceso de privatización de empresas públicas como Cementos del Pacífico (Cempasa), Fertilizantes de Centroamérica S.A. (Fertica) y la Fábrica Nacional de Licores (Fanal).

“Vivimos en una nación donde nadie, absolutamente nadie, posee el monopolio de la verdad”.

José David Guevara Muñoz. Editor de Gente-diverGente

Una de las consecuencias del Pacto Figueres-Calderón fue la ejecución de una huelga del Magisterio Nacional, la cual agrupó a muy diversos gremios y se prolongó por más de un mes.

Y bueno, una vez que las aguas volvieron a su cauce a la figura del diálogo político le tocó pagar buena parte de los platos rotos.

A partir de entonces, quien se sentara a negociar con quien tuviera una opinión o perspectiva diferente fue visto por algunos sectores de la sociedad como un “traidor” y “vende patrias”.

¿”Enemigos”?

El nivel de intransigencia alcanzó tales extremos que hubo actores políticos y gremiales que se abstuvieron de participar en rondas, jornadas o encerronas de intercambio de posiciones con tal de no sufrir la condena o el linchamiento público o perder parte de su caudal de popularidad.

Discutir de manera constructiva con los “enemigos” se volvió un campo minado. Peor aún, diálogo empezó a confundirse con diábolo.

Cierto, esa situación ha cambiado parcialmente; prueba de ello los proyectos de ley aprobados en los dos primeros años de la actual Asamblea Legislativa debido a acuerdos entre el Gobierno y la oposición.

Sin embargo, de cuando en cuando -como hoy en día- se escuchan algunas voces que satanizan el diálogo y propagan de nuevo el aroma del azufre.

Es entonces cuando me pregunto, si cerramos la llave de las discusiones, debates, argumentaciones, cuestionamientos, confrontaciones y discrepancias alrededor de una mesa de negociación, ¿dónde y cómo vamos a ponernos de acuerdo? ¿En las calles, con piedras, garrotes y balas?

No se trata de despojar al diálogo de su traje de Diablo y ponerle uno de santo casto, puro y milagrero, sino de no privarnos como país de una herramienta que contribuye en mucho a la sana y civilizada convivencia en una nación donde nadie, absolutamente nadie, posee el monopolio de la verdad.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista independiente