Un ejemplo inocente sirve para explicar los complicados dilemas éticos que se presentan a la hora de decidir, como país, cuáles áreas fortalecer y cuáles debilitar

Jorge A. Rodríguez Soto

La elaboración e implementación de política pública lleva implícita una gran responsabilidad ética, que en muchas ocasiones suele pasarse por alto. La valoración ética aparece en todos los niveles del quehacer económico, desde la elección de marcos teóricos, pasando por la elaboración de indicadores, y terminando en las acciones concretas.

Pero para comprender a profundidad estas implicaciones primero debe profundizarse en los juicios éticos y nociones de justicia en sí. 

Amartya Sen, en su libro La idea de la justicia, ilustra esto con un ejemplo clásico en el estudio moral. Supongamos que hay tres niños disputando por una flauta, el primero alega que es el único que sabe tocarla, el segundo argumenta que no tiene absolutamente nada y sería su único juguete, el tercero dice ser quien la encontró primero… ¿a cuál debemos dársela?

A simple vista se trata de un ejemplo inocente, pero entraña severas complicaciones.

En primer lugar, se trata de un problema intrínsecamente económico, donde se disputa la asignación de un recurso escaso (flauta) entre agentes (niños) y usos alternativos (instrumento-juguete).

La segunda complicación surge en el nivel ético, pues todos tienen razón, cada uno de los argumentos que alegan son válidos y racionales a su manera. Sobre esto último vale elaborar un poco más, pues este ejemplo es representativo de una disputa entre auténticos titanes ideológicos.

El argumento del primer niño corresponde a una razón utilitaria. Esta dice que la asignación de bienes debe darse de la manera que produzca la mayor felicidad posible. Por supuesto una flauta produce más felicidad en manos de quien puede tocarla bien, tanto a nivel individual como colectivo. Lo que nos dice el segundo niño representa el igualitarismo, en el sentido que le da Rawls. Para esta razón el imperativo ético está en mejorar la situación de los peor posicionados socialmente. Por último, el tercer niño es representativo del libertarismo y la lógica de la propiedad privada.

Los tres argumentos brindados por los niños son racionales, evaluándolos por sí solos nadie podría decir que no tienen sentido. El problema surge cuando chocan, pues todos tienen razón, todos brindan una argumentación válida desde sus criterios de razón.

Como mencioné, se trata de un problema intelectual realmente interesante para el debate ético; pero, ¿qué pasa con la dimensión económica del asunto? Si nos tomamos en serio el ejemplo hay que decidir a quién darle la única flauta disponible, solo uno puede tenerla aunque todos tengan razones para quererla.

Dejando de lado la sencillez del ejemplo, este mismo tipo de decisiones son las que enfrentan quienes hacen política pública. Lo que diferencia una razón ética de otra es la base informacional de la que parte y el orden de prioridad que asigna a las variables.

Por ejemplo, para el utilitarismo lo principal es la felicidad total, para el igualitarismo las condiciones del peor posicionado, para el libertarismo la libertad y propiedad. Pero estas bases informacionales también deciden qué variables han de ser ignoradas, y a nivel social esto se refleja en condiciones de vida.

Tomemos como ejemplo el Índice del Desarrollo Humano (IDH), que contempla educación, salud e ingreso, esto quiere decir que esas son las áreas de acción que considera relevantes.

La política desarrollada a partir de él tendrá incidencia en esas áreas. Pero por otro lado no contempla aristas importantes para el desarrollo, como ambiente, desigualdad, libertad, etcétera.

Este mismo razonamiento aplica a la elaboración política en general. Decidiendo cuáles áreas queremos visibilizar decidimos implícitamente cuáles invisibilizar. Estas decisiones son puramente éticas e implican gran responsabilidad, aunque muchas veces esto se ignora. En la práctica se trata de vidas y necesidades, y se establecen órdenes de prioridad entres ellas.

Jorge A. Rodríguez Soto es economista, escritor, e investigador científico independiente. jorgeandresrodriguezsoto@gmail.com