Cómo duele cuando se nos cae y destroza el ídolo de carne y hueso que con alegría y esperanza colocamos sobre un pedestal, y lo convertimos en objeto de devoción

Esta historia se remonta al 8 de diciembre del 2013, cuando un grupo de manifestantes derribó en Kiev, Ucrania, una estatua del fundador de la Unión Soviética y líder de la Revolución de octubre de 1917, Vladímir Ilich Uliánov, Lenin.

Al año siguiente fue derrocado, en ese país, el presidente prorruso Víktor Yanukóvich. A partir de ese momento, los restantes monumentos y bustos del histórico líder comunista se desplomaron en Ucrania como piezas de dominó colocadas en fila.

Todavía conservo en la retina diversas imágenes de algunos de esos hechos, captadas y transmitidas por telenoticieros internacionales. Imposible olvidar las escenas de cientos de personas picando las estatuas para llevarse trozos como souvenir.

Eso fue lo que sucedió, por ejemplo, con el Lenin de 3,45 metros de altura que había sido construido en 1939, en piedra roja de Carelia, por el escultor Serguéi Merkúrov y que permaneció en la calle Khreshchatyk de la ciudad de Kiev entre 1946 y 2013.

La moda de destruir esculturas y tallas de quien había liderado el sector bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia se aceleró en el 2015, cuando el Parlamento ucraniano aprobó varias leyes que prohíben la simbología comunista.

El último monumento a Lenin en Kiev fue derribado el 13 de mayo del 2017. Se encontraba dentro de un recinto cerrado en un polígono industrial. Igual suerte corrió, en octubre del 2016, la estatua que se encontraba en la región de Chernígov, fronteriza con Bielorrusia.

¡Triste final el de los seres de carne y hueso que los seres humanos osamos colocar sobre pedestales!

A mí la vida me enseñó, varios años antes del desmoronamiento de Lenin, a no idolatrar a nadie.

La lección tuvo lugar en una de las seis diferentes organizaciones en las que he trabajado desde que tenía 17 años (hospitales, periódicos, librerías, restaurantes de comida rápida…).

De repente me dio por admirar de manera excesiva a uno de mis tantos jefes. Me impresionaba y asombraba su inteligencia. Aprobaba y aplaudía en silencio cuanto hacía, decidía u ordenaba ese hombre.

Tal era el asombro, el encandilamiento, que me producía que el deslumbramiento estuvo a punto de convertirse en devoción. Sin embargo, humano como era, un día cometió lo que en mi opinión fue un desafortunado error; se me cayó del pedestal, se desplomó y desmoronó.

Desde entonces no colecciono estatuas, monumentos, figuras, esculturas, ¡ningún tipo de imagen! Y es que cómo duele cuando el “ídolo” se nos cae de la tarima, el sostén, la plataforma. Lenin, y miles de casos registrados por la Historia, nos recuerdan que tarde o temprano eso sucede.

Aprendamos la lección…

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente