“Transcurridos unos segundos, Figueroa gritó ‘¡me mataron!’ y cayó al suelo perdiendo la vida a las ocho de la mañana debido a un certero disparo al corazón” 

Por Pedro Rafael Gutiérrez Doña

Informaciones publicadas en una hoja suelta en 1883, por el señor León Fernández como director de Archivos Nacionales, fueron suficiente motivo para que el Dr. Eusebio Figueroa, ministro de Relaciones Exteriores, retara a Fernández a un duelo a muerte. 

Así como lo lee, al mismísimo estilo vaquero del viejo oeste de los Estados Unidos o de las novelas de Silver Kane, George H. White, Edward Goodman o Marcial Lafuente Estefanía. De igual forma defendían el honor en el pasado nuestros funcionarios públicos.  

Según parece, el duelo no se conocía en la antigüedad como el acto de reparación de ofensas personales, ya que las injurias y calumnias en la antigua Grecia y en Roma correspondían a los jueces y magistrados, que encargados de administrar las leyes a los ciudadanos.

La historia nos dejó varios combates considerados como duelos: el de David y Goliat, Héctor y Aquiles, Turno y Eneas, las leyendas de los Horacios y los Curiacios, teniendo como particular característica que en algunos casos estos personajes peleaban en representación de sus ciudades, y en otros representando a sus ejércitos. 

Parece que el duelo se originó en Europa y fue introducido por los bárbaros, quienes acudían a este recurso para vengarse de haber sufrido el ultraje de su honor. Sumados a éstos, los germanos introdujeron el duelo judiciario o Juicio de Dios en 1515, el que duró por varios siglos y llegó a admitirse como prueba jurídica en las diferencias civiles.

Costa Rica no se quedó atrás y, copiando la mortal conducta, algunos de sus habitantes dirimían las diferencias personales mediante duelos, como el que tuvo lugar en La Sabana entre dos figuras importantes en ese entonces: Fernández y Figueroa.

Ese hecho ocurrió temprano en la mañana en la hacienda de don Napoleón Millet, la misma que colindaba con La Sabana; el sitio preciso, justo en la margen del río Torres, un terreno rodeado por hermosas milpas y una plantación de caña.

Sumado a las diferencias que originaron el duelo, los desniveles del terreno fueron una causa más de disgusto, ya que uno de los contrincantes recibía el sol directo en la cara mientras el otro gozaba de la sombra. Tales ubicaciones fueron sorteadas mediante una moneda que se tiró al aire –como hacen hoy los árbitros del fútbol-. De la misma forma se seleccionaron las armas que habían sido compradas en San José el día anterior.

Se contaron quince pasos entre cada uno de los contendientes y se trazó una raya en el suelo de la cual no debían pasarse. Se cargaron las armas y Santiago de la Guardia, uno de los presentes y conocido como “padrino” del duelo, advirtió que él daría la voz de ¡preparen!, ante la cual Fernández y Figueroa apuntarían formalmente, luego, a la cuenta de tres, ambos dispararían.

Si en el primer intento ninguno resultaba muerto o herido, la distancia se acortaría a nueve pasos. Así ocurrió, pues en el primer intento no pasó nada; en la segunda oportunidad se escucharon dos detonaciones con milésimas de segundos de diferencia luego de que ninguno de los rivales hubieran esperado la cuenta completa.

Después de las detonaciones ambos quedaron de pie. Transcurridos unos segundos, Figueroa gritó “¡me mataron!” y cayó al suelo perdiendo la vida a las ocho de la mañana debido a un certero disparo al corazón. La bala disparada por Figueroa atravesó la ropa de su oponente sin causarle mayor daño, salvo un tremendo susto.

Esta trivial forma de dirimir las diferencias y las calumnias mandaba a la tumba, en algunos casos, a los culpables, pero en otros eliminaba a los inocentes, quienes no encontraban en la justicia la forma correcta y decorosa de defender su honor.

Afortunadamente los tiempos han cambiado y atrás quedaron estas prácticas primitivas. Los duelos fueron sustituidos por el enorme trabajo que realizan los Tribunales de Justicia y la Fiscalía, hoy por hoy afanados en resolver enormes casos de corrupción y evitar que al final sufran los inocentes pero que que sean justamente condenados a prisión los culpables.

Pedro Rafael Gutiérrez Doña, periodista.