MOSAICO HUMANO
Por María Antonieta Chaverri (*)

Comparto hoy una historia inspirada en una mujer alegre que hace realidad la cita de Dieter F. Uchtdorf, líder religioso mormón: “Al perdernos en el servicio a los demás descubrimos nuestra propia vida y felicidad”.

La semana pasada buscaba fotografías de mujeres guanacastecas para ilustrar una campaña de recaudación de fondos que vamos a lanzar desde Voces Vitales Costa Rica, con la meta de llevar escucha activa a 500 mujeres afectadas por la crisis sanitaria y económica a causa de la covid-19. Entonces, escribí a conocidos y amigos fotógrafos para pedirles la donación de algunas imágenes. Varios respondieron, entre ellos Anita.

Las imágenes que ella me envió eran especialmente sentidas, cada una ligada a una historia significativa en la que su apreciación por el esfuerzo de las mujeres era palpable. Las fotos eran de mujeres que buscan salir adelante, sentirse plenas y reflejaban el ánimo y empuje que queremos que encuentren aquellas a las que llevaremos apoyo con la brigada de escucha activa. Entonces, sentí curiosidad sobre lo que hace Anita desde que se mudó de Tibás a Tilarán en el 2017.

Le pregunté, me contó y aquí estoy escribiendo sobre ella.

Es una mujer bajita, por eso con cariño es conocida como Anita, y posee un espíritu alto, altísimo. Estudió secretariado y luego periodismo, en su carrera se desempeñó, principalmente, en labores administrativas.

Trabajamos juntas en Grupo Nación, donde ambas estuvimos años; yo casi 19 y ella toda su vida laboral, 41 años. Ahí conocí muy de cerca su pasión por la fotografía, con mucha frecuencia se la veía con la cámara colgada del cuello. Estudiosa, y en gran medida autodidacta, fue perfeccionando su arte y muchos hemos podido apreciar múltiples trabajos de esta fotógrafa aficionada experta.

Hace un tiempo me conecté con ella en Facebook –el reencuentro con personas estimadas es de las pocas razones que me mantienen en esa red-.

La vida nos cruzó en planes de estrategia y sostenibilidad pero, sin duda, la parte social y el trabajo en proyectos relacionados con libros nos marcó irreparablemente a ambas. En ese tiempo, Anita era una mujer ya madura, de espíritu inquieto, optimismo irreparable, conversadora (al punto de tener que cortarla, a veces por el trajín, a veces por mi impaciencia), siempre curiosa por aprender, siempre deseosa de servir.

Incansable

Tras casi cuatro años de aventurarse con su hijo a cambiar su residencia y estilo de vida, Anita me cuenta que es voluntaria en un grupo de unos 70 adultos mayores llamado Edén.

Entre otras actividades, ella imparte talleres de elaboración de tarjetas con material reciclado. Este producto es vendido por las señoras entre sus familiares y amigos. “Ya te imaginarás lo que cuesta organizarlas (a las señoras), pero ya me hacen caso, nos amamos y me respetan”.

También es integrante de la junta directiva de la Comunidad Inclusiva Tilaranense (CIT), organización que apoya a niños y personas con capacidades especiales. Ahí colabora escribiendo sobre sus logros y apoya en charlas y actividades.

Anita dice que gracias a lo que aprendió con los proyectos de libros en que trabajamos hace años presentó al alcalde una iniciativa para tener bibliotecas públicas de autoservicio.

La alcaldía donó dos “casitas” de libros que están en el parque Domingo Flaqué Montul, de Tilarán y ella consiguió donaciones de textos con La Nación, excompañeros de la universidad y conocidos; así liberó 300 libros que van de mano en mano y vuelven a la casita para ser leídos por otros.

Con gran felicidad me cuenta que hasta turistas dejan libros en alemán o inglés y así se nutren más las casitas. A la “mamá de las casitas de lectura”, como la llama el alcalde, se la nota realizada porque, aunque todavía debe intervenir para ordenar los libros en las urnas, la gente los cuida y respeta el espacio y la dinámica.

Pero eso no es todo, esta estudiosa incansable ha llevado varios cursos de emprendedurismo con el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y el Ministerio de Cultura, y capitaliza sus conocimientos en sus diferentes actividades y en las relaciones que entabla en la comunidad y con los personajes de sus fotografías.

El año pasado ganó premios de fotografía en la Asociación Geriátrica Costarricense (Ageco) y hace menos de un mes terminó un taller de foto ensayo en que documentó su visión y cómo están pasando la pandemia en su comunidad.

Anita, quien aprecia las tradiciones, también colaboró activamente con un taller de mascaradas, porque “la costumbre estaba casi perdida” en la zona. Me narra sobre lo lindas que quedaron las máscaras y su orgullo por fotografiar los trabajos.

Agente de cambio

Santa Teresa del Niño Jesús tenia por filosofía “hacer extraordinariamente bien y por amor lo ordinario”. Saber de Anita me hizo recordar esa fabulosa invitación desde la sencillez que pasa por la presencia en cada acto y por ser agente de cambio en vez de quedarse en la aspiración de algo mejor.

Su forma de vivir la pandemia en sus primeros meses fue salir al jardín a tomar fotografías; entonces, vio llegar a las mariposas monarca y fotografió el proceso desde la puesta de los huevecillos, el nacimiento de las orugas y toda su metamorfosis hasta los nuevos despliegues de alas. En otras palabras, centró su atención en la maravilla de la vida y la transformación, mientras muchos se enfocaban en la tragedia de la posibilidad de la infección y la muerte.

En su día a día, Anita siembra en su jardín, hace pulseras de cuero e hilos y tarjetas artesanales. Dice, bromeando, que “está más silueta” porque camina mucho y hace ejercicio en las máquinas al aire libre de uso público. Por si fuera poco, afirma que desde que se jubiló se apasionó por hacer dibujos digitales y por cantar karaoke. ¡A todo le hace!

Quizás lo más relevante de su historia es que constantemente toma la decisión consciente de seguir siendo positiva ante lo que la vida le presente.

Hace tres años le diagnosticaron sordera súbita; luchó por su derecho a una cita y logró recuperar algo de su audición con aparatos. Ahora escucha sólo un susurro con un oído y con el otro su capacidad quedó al 40%. Al contarme esto, afirma: “mientras pueda caminar ahí sigo, no aflojo”. Sin duda, pienso que mientras ella pueda respirar no aflojará, que en su caso significa ayudar y apreciar.

En resumen, Anita, con su sonrisa perenne, es una mujer dueña de su propio destino, fuerte y determinada, que cambió todo su entorno y llegó a una comunidad extraña a servir, a construir y a disfrutar de lo que esta le ofrece, de cada oportunidad, cada atardecer, cada contacto…

No hace falta escribir moralejas de esta historia real y presente, valga el espacio para la propia reflexión.

Veo cierta ingenuidad en Anita (¿o será inocencia?), que le permite vivir en constante curiosidad y disfrute, con un corazón que ama. Bien lo dijo la Madre Teresa de Calcula: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. ¡Anita sí que sabe vivir!

(*) María Antonieta Chaverri es Coach de liderazgo trascendente, formadora de mentores y asesora para empresas y organizaciones de diferentes sectores en temas como alineamiento estratégico, liderazgo, transformación cultural y diversidad e inclusión.