Vengo con una buena noticia y con una invitación.

Por Karoline Mora Blanco (*)

Primero la buena noticia…

Ha sido más que evidente desde hace mucho tiempo (sino desde siempre) que los poderes políticos, religiosos y económicos se alinean y conspiran juntos, y que, debido a sus estructuras jerárquicas y patriarcales, estos poderes han actuado en detrimento de diferentes grupos sociales, entre ellos el de las mujeres, a mi juicio, quienes se han visto más afectadas.

Cuando estos poderes se alinean, trabajan a través de una serie de exclusiones y opresiones (por género, raza, edad, nacionalidad, clase social, etc.) y la democracia se ve amenazada. Bueno, ¿será que se ve amenazada?, ¿o será que a través de estas exclusiones y opresiones se mantiene dicha democracia?

No pretendo responder estas preguntas, pero sí señalaré que la democracia moderna sigue el modelo de la griega que es, justamente, una estructura de dominación y exclusión. También anotaré que las teorías de género y los feminismos denuncian esta estructura y proponen un cambio radical, un enfoque de democracia radical.

La buena noticia es que los estudios de género y los conocimientos que surgen desde los feminismos, nos gusten o no, han creado un nuevo grado de consciencia en nuestra sociedad y una nueva forma de entender y cuestionar la realidad y, por lo tanto, transformar dicha realidad.

¿Y nuestra democracia?

Hace años venimos presenciando, de manera más evidente, el papel que juega la religión en la política; más claramente, en las elecciones presidenciales del 2018 donde los argumentos para elegir nuestro gobierno se llenaron de frases religiosas, retóricas moralistas del miedo y se utilizaron los espacios de culto para hacer política (bueno y para reproducir un discurso pervertido en relación con los estudios de género como parte de su estrategia).

En aquella ocasión no veíamos, necesariamente, una religión oficial negociando con otros poderes como, por ejemplo, hace años se vio con Monseñor Sanabria en Costa Rica.

La retórica del miedo que se usa nos advierte de que llegaremos a ser “una Venezuela”, y que los actos violentos que se han visto son parte de una lucha contra “filibusteros”.

Karoline Mora Blanco

Más bien nos encontramos una condensación entre integrismos (católico) y fundamentalismos (protestantes), grupos que se caracterizan por su fanatismo, su conservadurismo y su ataque directo a los derechos humanos; especialmente, los derechos de las mujeres y la diversidad sexual.

La estrategia también era diferente, pues no era un grupo religioso conspirando desde su espacio con otros grupos políticos y económicos, sino un grupo que buscaba el poder total; es decir, ocupar el espacio de poder político-económico aprovechándose de su discurso religioso para ello, y no ocupar únicamente un espacio de poder religioso.

En aquel contexto y, especialmente, después de que en primera ronda aventajara el partido religioso, las mujeres tuvieron una respuesta y una activación inmediata. Percibieron no solamente que sus derechos se veían amenazados, sino también la democracia misma (aquella que además aspira hacia la radicalidad).

Una invitación

Hoy en día las circunstancias son otras, pero el panorama es el mismo. Existe una amenaza real a la democracia y a los derechos. Esta amenaza es impulsada desde un sector religioso fundamentalista (y mal perdedor) que, dadas las difíciles circunstancias económicas, mismas que se encrudecen aún más a raíz de la pandemia, ven la oportunidad de volver a hacer ruido y crear división.

Ciertamente, estas semanas fuimos testigos de una Costa Rica sumida en actos vandálicos y violentos como, por ejemplo, la agresión directa de parte de manifestantes hacia personas trabajadoras de la fuerza pública, uso de bombas molotov, quema de vehículos y bloqueos en diferentes partes del país.

Estos actos no son más que la escalada de violencia y enojo que ya estaba presente (recordemos la polarización lograda en el 2018) y que ahora es incitada por diferentes actores, entre ellos los mencionados grupos religiosos.

La retórica del miedo empleada hace unos años se enfocaba en advertir a la población sobre una perversión sexual y una subversión de género. Ahora, aunque en sus redes sociales aún está presente este tipo de argumento (estamos mal porque tenemos un gobierno “gay”), la retórica del miedo que se usa nos advierte de que llegaremos a ser “una Venezuela”, y que los actos violentos que se han visto son parte de una lucha contra “filibusteros”.

Con mucho orgullo presencié hace más de dos años como las mujeres de fe, con una consciencia de ciudadanas que, al observar los derechos y el bien del país amenazados, participaron desde diferentes espacios tales como reuniones, programas de radio, marchas y otros. Levantamos una voz profética para desvincularnos de esa religiosidad y para proponer la construcción de nuestra soñada democracia radical.

Hoy no será la excepción, mujeres de fe, levantemos nuestras voces y propongamos construir desde nuestras realidades (maestras, madres, profesionales) diálogos y propuestas que dejen de lado las exclusiones y las opresiones, y que nuestro llamado ante los recientes eventos sea para que edifiquemos sin recurrir a las amenazas, a la violencia y a los falsos discursos religiosos que tanto ofenden nuestra fe.

(*) Karoline Mora Blanco es teóloga. Tiene una especialidad en temas de género y forma parte de un movimiento de mujeres de fe abiertamente feministas y activistas (TEPALI: Teólogas, Pastoras, Activistas y Lideresas Cristianas). Escribe, en el contexto de la academia, artículos sobre religión y género, y política y realidad nacional.