¿Qué tal si en vez de hablar desde el ego y la vanidad, para tratar de ganarle la partida a nuestro interlocutor o atacar a quienes piensan diferente, hacemos de la tertulia un ejercicio de humildad y apertura tendiente a adquirir conocimientos?

Ambas preguntas son luciérnagas que no cesan de titilar en mi mente desde que leí, hace pocos días, el discurso Leer el mundo, que pronunció el 9 de setiembre del 2004 el escritor Felipe Garrido (1942), en el acto de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.

Garrido rememoró, en su alocución, las enriquecedoras tertulias que sostuvo con el diplomático e intelectual azteca Manuel Alcalá Anaya (1915-1999).

“Conversaciones donde siempre tuve mucho que aprender”, manifestó en aquella ocasión el autor de los libros Cómo leer (mejor) en voz alta: guía para contagiar la afición a leer, Para leerte mejor: mecanismos de lectura y de la formación de lectores y El buen lector se hace, no nace, entre otras obras.

Ha de haber sido todo un deleite sentarse a departir con ese académico que hablaba español, francés, inglés, italiano, catalán y portugués, leía latín y provenzal, y, como si fuera poco, tenía conocimientos de alemán, finlandés y griego.

Doctor en filosofía y letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, y director de la Biblioteca Nacional de México entre 1956 y 1965, Alcalá Anaya escribió los libros Del virgilianismo a Garcilaso de la Vega, César y Cortés, El cervantismo de Alfonso Reyes y Tras la huella de Cervantes.

Sabroso y relajante participar en una conversación en la que se aprende, sobre todo en tiempos en que muchas pláticas son dominadas por el ego y la vanidad de quienes convierten al verbo en un pulso o un campo de batalla.

Comparo el placer de hablar con ese intelectual con el acto de compartir el café y la palabra con dos costarricenses brillantes y amenos que ya no están con nosotros: el educador herediano Marco Tulio Salazar (1904-2001) y el artista josefino Francisco Amighetti (1907-1998). Tuve el gusto y el honor de platicar con ambos y gozar del manjar del verbo que ayudaba a leer y entender el mundo; ambos eran maestros aún en medio de la tertulia.

Precisamente, el sábado pasado participé en una conversación en la que aprendí mucho de los interlocutores Rónald Castro, investigador e historiador de Alajuela Histórica, Marlon “Teco” Castillo, boyero del barrio alajuelense Tuetal Sur, y mi hermano Alejandro Guevara Muñoz, quien estudió Historia, administración de empresas y mercadeo.

Con ellos visité, en Alajuela, los lugares donde antaño operaron los mercados de dulce transportado en carretas tiradas por bueyes y las primeras plazas de ganado. Cuando me apunté a hacer ese recorrido no sospechaba que iba a recibir tantas lecciones de historia y tradiciones alajuelenses mientras caminaba por la calle ancha, observaba a los personajes del parque, fotografiaba el monumento a Juan Santamaría y degustaba una empanada de frijol y un vaso de horchata en la soda de Cayuga en el mercado central.

Sabroso y relajante participar en una conversación en la que se aprende, un diálogo en el que se comparte el conocimiento de manera generosa, una tertulia enriquecedora, un intercambio de palabras en el que todos ganamos, un ejercicio que desintoxica en tiempos en que muchas pláticas son dominadas por el ego y la vanidad de quienes convierten al verbo en un pulso o un campo de batalla.

¿Qué tal si conversamos para aprender?, una pregunta que surge del discurso de Felipe Garrido y que deberíamos hacernos todos los días. Quizá así tendríamos más debates formadores y educativos, y menos discusiones sinsentido.

José David Guevara Muñoz
Editor de Gente-diverGente
Periodista con 35 años de experiencia
Asesor en Comunicación